Desactivar a Vox
Vox ha entrado en el Parlamento de Andalucía y se han disparado todas las alarmas. Es cierto que no es conveniente que un partido de la extrema derecha entre en un parlamento, pero creo que hay que analizar con un poco más de reposo qué supone y dónde hay que fijar el foco. Porque si no se analiza correctamente el resultado, corremos el riesgo de incrementar su peso mediático y darles un poder que no se corresponde con la realidad. Solo han obtenido el 11%.
De entrada, no es la primera vez que un partido de esta naturaleza tiene escaños en un Parlamento español. Conviene recordar a Fuerza Nueva, que estuvo en las Cortes elegidas inmediatamente después de la aprobación de la Constitución. Recordemos también el fenómeno de Ruiz-Mateos, cuyas ideas, más allá de otros elementos, tampoco eran muy distintas a los actuales.
La entrada de Vox está directamente relacionada con el cerca de millón de andaluces que se quedaron en su casa y con una reordenación del voto de la derecha. Si la participación hubiera sido razonable, esto es, de acuerdo con la media, Vox no tendría los 12 diputados que tiene ahora.
Sus votos proceden, en su mayor parte (85% de antiguos votantes del PP y de Ciudadanos); lo que viene a significar que constituyen una derecha que siempre ha estado ahí y que, por alguna razón, han perdido los complejos ahora. Según los datos del CIS de 2017, son en un torno a un 12% los votantes del PP que se sitúan entre el nivel 9 y 10, o sea, el ala más radical de la derecha. Serían, pues, 1 de cada 10 votantes. O en otras palabras, unos 794.000 de los 7,9 millones que le apoyaron en las elecciones del 26 de junio.
De hecho, según El Mundo, sólo 26.000 votos se traspasaron del PSOE a Vox. Más perdió el PSOE hacia su izquierda, hacia Adelante Andalucía, unos 100.000. Según ese cuadro, Vox ha recibido el apoyo de 180.000 antiguos votantes del PP y 56.000 antiguos votantes de Ciudadanos.
El foco, por tanto, ha de situarse en por qué los andaluces de izquierda no han ido a votar. Susana Díaz debería recapacitar en estos días sobre dos factores: durante bastante tiempo ha estado teniendo un objetivo, ser la Secretaria General del PSOE, dejando en un segundo plano política andaluza. Todo lo ocurrido en aquellos días funestos entre el Comité Federal y las primarias debe estar en el recuerdo de los votantes que han pasado a las filas de la abstención.
En las últimas elecciones, su decisión fue la de pactar con Ciudadanos, los mismos que hoy van a pactar con Vox. Esto la deja en mal lugar y reflejan que fue un error este pacto. Hubiera sido más inteligente un acuerdo con Podemos, más allá de las dificultades que tiene. Fruto del pacto, las políticas no han sido suficientemente de izquierda y hay problemas en investigación, sanidad y educación. No se han debido hacer políticas activas de empleo para reducir el paro. Se han reducido los impuestos a pesar de que se mantiene la desigualdad.
Se ha optado por un discurso españolista, hueco, y no por un discurso y unas políticas con mensaje de izquierda. No se percibe adecuadamente qué se ha hecho bien y, por el contrario, la imagen de Chaves y Griñán en los tribunales la ha perseguido cual cobrador del frac. Ante eso, mejor quedarse en casa, han debido pensar 250.000 antiguos votantes del PSOE.
Podemos tampoco está fuera de culpa. Los problemas internos, los problemas de imagen, ya sea en Madrid, ya sea en la propia Andalucía y el error de sustituir una marca asentada por marca blanca (Adelante Andalucía) venía a significar que había algún tipo de problema. El traspaso de la condición de votante a la de abstenerse es más grave incluso en Podemos que en el PSOE. Recordemos que han sacado menos votos que en las pasadas elecciones y que la unión con IU no ha proporcionado réditos.
Lo bueno que tiene lo anterior, que el trasvase de votos centrales se haya producido entre la derecha y que la izquierda mayoritariamente se haya abstenido, es que recuperar al electorado es más sencillo.
Pero ahora el foco llega a Madrid, que es donde el PSOE tiene el gobierno más visible. La forma de detener el mensaje simplón, con un programa de mínimos (salvo en lo que favorece a las rentas altas) de la extrema derecha es hacer política redistributiva que haga que la gente se sienta respaldado por el Estado. Es un voto de protesta; como lo es el hecho de que la sexta fuerza política sea el voto nulo. 81.133 han duplicado el sufragio de protesta respecto a las elecciones autonómicas de 2015.
Al votante hoy de Vox no se le va a convencer recordando los males de la extrema derecha, el ascenso de Hitler al poder o el franquismo. El ataque les refuerza si no se hace nada más. No hay duda de que son de extrema derecha, como nos recuerda a diario su ideario, bien expuesto por Eva Anduiza para Agenda Pública.
Y a partir de ahora ¿qué?
Si lo único que se hace es pedir un corredor sanitario o llamar a las barricadas, el problema crecerá, como ha crecido en todos los sitios en donde lo único que se ha hecho es llamarles fascistas (aunque lo sean).
En este contexto, ¿no tendremos miedo de debatir con ellos, exponiendo sus carencias, sus debilidades y su falta de fundamento más allá del tópico de primero los españoles? Ni la pobreza, ni las listas de espera ni el paro son causados por los emigrantes. Su única causa es el desistimiento del Estado en hacer políticas de Estado social.
No es un problema de normalizar a Vox, es sencillamente atacar el aspecto mayor de su debilidad: no tienen respuestas a los problemas y, además, su análisis es erróneo. Su único objetivo claro es favorecer a las rentas altas con su presión fiscal proporcional y no progresiva (que, en mi opinión, es inconstitucional) Y para eso, hay que hacer política y dejarnos de juegos de imagen.
Hay que hacer un discurso constructivo de políticas redistributivas, de generación de empleo y de ciudadanía inclusiva que permitan recuperarles a ellos y a los abstencionistas y votantes en blanco. No pueden marcar la agenda política. Es un discurso autónomo, creativo, constructivo y, sobre todo, el actuar político lo que hará que esto no sea más que un mal sueño otoñal, aunque dure 4 años.