Del cuerpo cosificado (o crucificado): pelotas de tenis, motos y propaganda ilegal
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Era una cuestión de tiempo y, por fin, el grito de denuncia de una trabajadora por el uso caníbal que de su cuerpo realizó una empresa ha tenido eco en la prensa. El marco incomparable fue la última edición del torneo de tenis masculino conde de Godó, tan lleno de glamour y elitismo él, no tanto, sin embargo, si eres azafata de una de las marcas que lo patrocinaban. Jóvenes y agraciadas, ataviadas con minifaldas plisadas, tenían que lucir la marca de la empresa, más que en la leve camiseta de manga corta, en su cuerpo.
Una de las azafatas ha osado denunciar que, a pesar de sus protestas y del frío reinante (es lo que tiene el tiempo de abril), la empresa les prohibió abrigarse mínimamente. Un atentado contra su salud y dignidad. Mujeres vistas sólo como un cuerpo convertido en mera cosa: cosificado, crucificado. Obligar a pasar frío despiadadamente y a conciencia no es la peor agresión que puede sufrir una mujer, pero radiografía la mentalidad y los caminos de violencias más abyectas. La organización se ha disculpado genéricamente, con la boca muy pequeña; la CUP pide que se sancione a los organizadores del Godó por violencia de género. Veremos en qué queda todo.
Alegrémonos, porque también este 2017, tanto la Vuelta a Cataluña como la Challenge de Mallorca han abolido las figurativas azafatas (que no las mujeres) que besaban a los ídolos un poco antes de ser rociadas con cava, también lo ha hecho la Vuelta al País Vasco. Por otra parte, la Vuelta a la Comunidad Valenciana ha introducido azafatos, tanto ellas como ellos visten ropa cómoda y holgada. Todas estas iniciativas —benditas sean— llegan de Australia y parten de esta premisa que cuenta Leon Bignell, ministro de deportes de Australia Meridional: «No tiene mucho sentido que el Gobierno pague a las azafatas del podio al tiempo que financia tratamientos psicológicos para ayudar a las jóvenes con trastornos provocados por su imagen corporal. Lo que queremos realmente es inspirar a las chicas que vienen a las carreras de motor para que se conviertan en pilotos, mecánicas o ingenieras».
Quizás, pues, estamos en el inicio de la erradicación de comportamientos como los de Lewis Hamilton y compañía, que disfrutan enormemente agrediendo a conciencia a las profesionales del podio de turno con chorros de alcohol a presión. Y aún más importante, evitar que mujeres, como una de las violentadas por Hamilton —a quien se ordenó que se estuviera quieta en el podio—, la licenciada en Artes Visuales Liu Siying, preocupadísima por lo que podría pasarle a ella (no a él, intuía, y con razón, que a él no le pasaría nada) si se propagaba la noticia del ataque; digan que sólo duró uno o dos segundos. Si alguien te ha rociado con cava o cualquier otro líquido que no sea agua, sabes que la pegajosa humedad dura mucho más de dos segundos.
De todos modos, que en la última edición de la carrera masculina de motos de Jerez, varias azafatas hayan hecho saber que lo que es sexista es el intento de prohibir su presencia, puesto que las deja sin trabajo (por ejemplo, a su portavoz, Claudia Fernández, estudiante de medicina, le sirve para pagarse la carrera), plantea un dilema bastante más enrevesado del que se suscita cuando las y los trabajadores de una asesina central nuclear, de una muy contaminante mina de carbón, de una letal fábrica de armas, bombas o minas, no quieren que se cierren sus respectivas empresas porque irían al paro.
Por un lado, a pesar de la muy extendida política (especialmente entre los hombres) de opinar y decidir qué deben hacer las mujeres en cada momento y en cada caso, pienso que toda adulta es lo suficientemente mayor y cuerda para saber lo que se hace —que tenemos criterio, vaya— y, además, las prohibiciones en este tipo de asunto habitualmente no brindan ninguna alternativa, suelen venir de instancias que no tienen estos problemas y acostumbran a ser contraproducentes. Por otro, si vemos fotos de cómo las obligan o de cómo «aceptan» vestir (la línea, cualquier mujer lo sabe, suele ser muy fina), veremos que hace totalmente irreal, incluso macabro, alguno de los argumentos a favor de no prohibir las azafatas: «No, pero debería permitirse que los hombres también pudiesen ejercer el mismo trabajo».
La regla de la inversión es siempre demoledora.
Se tendrá que encontrar un dificilísimo equilibrio. Equilibrio que es fácil ver, sin embargo, que pasa indefectiblemente por que las azafatas, las mujeres, tengan voz y voto respecto a cómo deben ir vestidas y calzadas, a la inclusión de mujeres de diferente peso, altura, hechuras y pinta, sobre dónde se ponen los límites del trabajo, etc. En definitiva, un equilibrio que las fortalezca.
A propósito de la regla de la inversión. La profesora Brigitte Trogneux nació en 1953, veinticuatro años antes que su marido Emmanuel Macron (1977), al que se critica por la diferencia de edad, hasta el punto de que lo hace sospechoso de alguna cuestión inconfesable. La modelo Melania Knaus nació en 1970, exactamente veinticuatro años después que su marido Donald Trump (1946), a quien hay quien aclama por esta muy macho elección. La sombra de Berloscuni, tan partidario de las azafatas, es achaparrada.