Dejó el colegio y se puso a trabajar en una fábrica: la historia de Valentina Tereshkova, primera mujer astronauta
Su historia aún inspira a las astronautas del presente
La “Gaviota” levantó la vista y pronunció unas palabras que quedarían para la historia: “Hey, cielo, quítate el sombrero; allá voy”. Una frase, o eso pretendía, a la altura de su hazaña. Era 16 de junio de 1963 y Valentina Tereshkova iba a convertirse en la primera mujer en viajar al espacio.
Tereshkova, en clave Chaika (“Gaviota” en ruso), era una joven soviética con una historia triste detrás. Nació en 1937 en Maslennikovo, una pequeña población al norte de Moscú. Hija de la guerra, se quedó huérfana de padre a los dos años. Abandonó el colegio pronto y terminó estudiando por correspondencia mientras se dejaba las manos en una fábrica textil. Eso sí, nunca paró de soñar. Desde niña quiso conducir un ferrocarril, pero la vida le reservaba una misión más alta: “conducir” las esperanzas de millones de mujeres.
Lo lograría a los mandos de la aeronave Vostok 6 en una aventura triplemente significativa: la primera persona civil en el espacio, la primera mujer y la única, hasta hoy, en llevar a cabo una campaña unipersonal. De las 60 mujeres, algo más del 10% de los astronautas y cosmonautas -término soviético- que han participado en viajes espaciales, las restantes lo han hecho en compañía. Un reto todavía por igualar.
La carrera cosmonáutica de Valentina Tereshkova había comenzado dos años antes, en plena Guerra Fría y al calor del éxito propagandístico de Yuri Gagarin, el primer cosmonauta en la historia, en el Vostok 1. Mientras la hazaña de Gagarin tenía continuidad en los modelos 2, 3 y 4, el siguiente paso ya estaba decidido: llevar a una mujer al espacio antes que Estados Unidos. Tampoco resultó difícil: hasta 1983 la NASA no envió a ninguna.
La selección se llevó a cabo en centros de aviación y paracaidismo, en uno de los cuales pasaba Tereshkova las pocas horas libres que le dejaba su labor. Su experiencia, con más de un centenar de saltos, le valió ser una de las más de 400 elegidas. “Las pruebas físicas fueron tan duras como las de los hombres. El Cosmos no es indulgente con las mujeres, por lo que la formación debía ser igual”, reconoció en el 50 aniversario de su viaje. Esa exigencia tenía un porqué: la misión buscaba comprobar los efectos producidos en el organismo femenino y su adaptación a un entorno hostil.
Los requisitos: soltera, comunista... y con una historia impactante detrás
Entre los mandamases soviéticos sobrevolaba -nunca mejor dicho- la necesidad de otra hazaña para conmover al mundo. Aunque ella siempre fue una convencida feminista, su acción se pensó en clave de propaganda. Y para ello no valía cualquier mujer. Debía cumplir unas normas: menos de 30 años, menos de 1′70 metros de altura, menos de 70 kilos, soltera y, como no podía ser de otro modo, “ideológicamente pura”. Una soviética de “pro” para hacer de ella una embajadora de la causa comunista. Y a ser posible, que tuviera una impactante historia detrás.
Tereshkova la tenía. Más, quizás, que las de sus cuatro compañeras: Tatiana Kuznetsova, Valentina Ponomariova, Irina Soloviova y Zhanna Yorkina. El relato de Chaika -un origen humilde, huérfana de padre, trabajadora desde muy joven- sumó puntos en su selección final, cuentan los expertos. A sus amigas y a la par rivales les quedó el consuelo “prometido” de que volarían en futuras misiones. En 1969 despertaron de su sueño: “Adiós y gracias”. Con no demasiada diplomacia les enseñaron la puerta de salida.
Por entonces Tereshkova ya disfrutaba de una posición social envidiable fruto de su exitosa aventura espacial. Sin embargo la historia pudo haber sido muy diferente: el viaje del Vostok 6 arrancó desde el Cosmódromo de Baikonur, al sur de lo que hoy es Kazajistán a las 15:29, hora local. Pronto se vio que algo no iba bien. La aeronave se había desviado de la órbita. La rápida reacción de la cosmonauta y la pericia de los técnicos desde la base solventaron un contratiempo que puso en riesgo el proyecto y la propia vida de Valentina. Por fortuna, no hubo más problemas graves en los dos días, 22 horas y 50 minutos que duró la misión. A Tereshkova le cundió: dio 48 vueltas a la órbita de la Tierra y recolectó datos útiles para transmitir al equipo científico.
También coleccionó momentos, ilusiones, miedos... Aún se emociona al recordar lo que sintió, aunque lo haga a cuentagotas en las pocas entrevistas que concede. El misterio es parte de su vivencia:
Tres días de soledad y de pronto, el caos. Nada más pisar tierra firme se vio rodeada de una legión de admiradores. Había dejado de ser una persona anónima. Comenzaba otra fase: la gestión de su imagen, convertida de inmediato en referente de la causa feminista. Las mujeres vieron en su proeza un impulso a sus luchas. Una igual, una hermana, había conquistado el espacio exterior mientras ellas batallaban por dejar de vivir subyugadas al marido, al padre, al hermano... Sí se podía.
Tereshkova compaginó su faceta feminista con la de militante comunista. Completada su formación académica y militar, ascendió en la arena política. Fue miembro del Soviet Supremo, posteriormente del Presidium del Soviet Supremo y durante décadas, del Comité Central del Partido Comunista. En aquellos años y aún ahora fue una defensora de la paz y embajadora de causas feministas. Entre sus ideales, “amar al ser humano y a la Tierra”. Desde 2009 es diputada en la Duma Estatal -el Congreso de los Diputados ruso-, y amiga de Vladimir Putin.
A esta hoja de servicios se le suma el reconocimiento de “Héroe de la Unión Soviética”. Otros honores dan medida de su trascendencia más allá de su país: en los Juegos Olímpicos de Sochi 2014 llevó la bandera olímpica en la ceremonia de inauguración. Y su apellido da nombre a uno de los cráteres de la Luna.
El sueño de Marte
Han pasado ya 56 años desde su momento de gloria. Pero su legado no se agota a pesar del paso del tiempo. Eso sí, costó que tuviera sucesora: fue en 1982, 19 años después, la también soviética Svetlana Savitskaya. Esta vez la NASA reaccionó con rapidez y lanzó a los pocos meses a Sally Ride, primera estadounidense en cruzar la atmósfera. Ellas dos, como las que vinieron después, llevaron una parte de la historia de Tereshkova consigo. La pionera que abrió camino a un nutrido grupo -cada vez mayor, por fortuna- de “viajeras espaciales”. Americanas, europeas, asiáticas, no hay fronteras en la admiración. Ni siquiera en plena Guerra Fría.
Todas se han mirado alguna vez en el espejo de Valentina Tereshkova. Ella misma lo sigue haciendo. Quiere más. A sus 82 primaveras, con hija y nietos, sigue soñando y no solo con aquel viejo ferrocarril de su niñez. “Quien ha pasado algún tiempo en el espacio lo amará el resto de su vida”, reconocía, mientras anunciaba su deseo de viajar a Marte, al que llama “mi planeta favorito”. Iría “incluso con un billete solo de ida”.
Pionera hasta el final, esta “Gaviota”, como la de Chéjov, quiere retomar el vuelo que un día le hizo libre.