¡Dejad de sexualizarnos! Por qué las lesbianas son (y deben dejar de ser) un mito erótico
“Oye, ¿me puedo unir?”. “Nos hacemos un trío”. “Parad de besaros que me estáis poniendo malo”.
Esa serie de comentarios de parte hombres heterosexuales hacia parejas de mujeres son más normales de lo que parecen. De fiesta, en un bar, en la calle. Que no, que no somos unas exageradas. Las mujeres LBT han sido, son y, por desgracia, seguirán siendo todo un mito sexual para el varón hetero. La razón está delante de nuestras narices.
Las relaciones lésbicas que se muestran de cara a la sociedad vienen impregnadas de machismo, huelen a patriarcado y están cargadas de tufillo a sexualización. Solo hay que echar un ojo a la gran pantalla.
Más de diez minutos de sexo explícito entre dos jóvenes. Esa fue la premisa por la que muchos acudieron al cine a ver en 2013 La vida de Adèle, una cinta que abordaba la relación lésbica entre dos adolescentes, que fue alabada por la crítica e incluso se alzó con la Palma de Oro en Cannes.
No suponía una homofobia, ni de lesbofobia, ni en una pizca de lucha contra el machismo como bien representa la cinta de Arantxa Echevarría Carmen y Lola. Ni siquiera una historia romántica al uso. Para muchos, más allá de la obra cinematográfica, simplemente era eso: sexo. Ejemplo de ello, las fotos promocionales en tono erótico que protagonizaron las actrices.
Ese era el morbo de la cinta de Abdellatif Kechiche. Porque, si ya de por sí la mujer está sexualizada en la industria audiovisual dirigida por hombres ¡ni hablemos si son dos! De hecho, hasta las protagonistas se quejaron por las exigencias del director en las escenas de sexo.
Cuatro años después, en 2017, Call me by your name se lanzaba en la carrera hacia los Oscar como la cinta de amor gay del año. Ni una sola escena de sexo explícita. ¿El motivo? En esta ocasión no había ni tetas ni culos de mujeres, solo la historia de amor entre dos hombres.
Por no hablar de la pequeña pantalla, cada vez que aparece una pareja de mujeres en televisión se avecina drama o escena sexual. Todo pasión. Porque claro, desde la perspectiva de una sociedad patriarcal, sin un hombre estamos todas locas y desenfrenadas.
Tampoco escapa del tópico la mujer que es hetero, que encerrada en la cárcel, sin ningún hombre y con tanta hembra, pues… Solo hay que ver Vis a Vis (Fox) u Orange is the new black (Netflix), dos de las principales series con parejas lesbianas y bisexuales que pasan las temporadas entre barrotes. Y, aunque no en exceso, con su dosis de sexo carcelario correspondiente.
Música, mejor con roce
Saliendo de la industria audiovisual, en el mundo de la música tenemos muchos ejemplos de este tipo de sexualización.
El beso de Madonna y Britney Spears en los MTV Awards de 2003 marcó un antes y un después sobre los escenarios. Ver a dos mujeres magreándose y besándose da morbo, canten lo que canten, bailen lo que bailen.
El ejemplo más reseñable de estos morreos continuados y gratuitos sobre el escenario es el dúo ruso t.A.T.u, integrado por las cantantes Lena Katina y Yulia Vólkova, dos chicas heterosexuales dentro de los cánones y roles heteropatriarcales: una butch [rol dado a la chica más masculina] y una femme [lo que define a las más femeninas].
Su boom fue allá por los 2000 en Rusia, uno de los países más homófobos de Europa. Lo que dice mucho de lo que significaban estas dos chicas besándose sobre el escenario, además vestidas de colegialas. Ojo, que incluso participaron en Eurovisión. Todo fingiendo ser pareja.
Pero no queda ahí, en 2017 en la televisión en España se pudieron ver dos ejemplos claros de esto en la pequeña pantalla. Los dos protagonizados por mujeres bisexuales a las que sus seguidores emparejaban o sobre las que extendían rumores de relación: Natalia y Alba, y Mimi y Ana Guerra.
En Operación Triunfo 2018 (TVE), una de las especulaciones más extendidas fue la relación entre Alba y Natalia, dos chicas bisexuales y muy buenas amigas. Pero claro, cuando les tocó cantar juntas Toxic, de Britney Spears, en la gala 4, el coqueteo sobre el escenario entre ellas era más que evidente. Lo que pudo haber sido todo un canto a la libertad en la televisión pública se convirtió en un show sexualizado.
Además, se comentó que no les permitieron cambiar de la letra guy (chico) por girl (chica). Por si faltaba algún detalle de esta fantasía: durante toda la coreografía eran observadas por todos los bailarines masculinos que también se sumaban al magreo baile.
El segundo ejemplo lo tenemos en las extriunfitas Mimi y Ana Guerra, que también sufrieron esta sexualización cuando cantaron Sin Pijama, de Becky G y Natti Natasha, en Tu cara me suena (Antena 3).
La actuación imitaba el videoclip y, hasta ahí todo bien. Pero cuando acabaron, el juez Àngel Llàcer les dijo que quería “más pimienta” y que habían actuado como “dos muñecas”. Les pidió un beso y se lo dieron, para disfrute de todos los espectadores masculinos.
De silenciadas a fantasía del porno
Como dice la canción de Mecano, Mujer contra Mujer, “lo disfrazan de amistad cuando salen a pasear por la ciudad”. La amistad entre mujeres ha sido siempre la tapadera de las parejas.
Las mujeres lesbianas y bisexuales han estado silenciadas durante toda la historia. Partiendo de la base de que tradicionalmente las mujeres no han podido vivir hasta hace relativamente poco libremente de su sexualidad y dependían de un hombre, la idea de que dos mujeres disfrutasen juntas era demasiado loco.
De esa prácticamente invisibilidad contra la que se pretende luchar con el Día de la visibilidad lésbica, celebrado el 26 de marzo, se pasó a todo lo contrario.
El mito sexual lésbico no tiene un origen concreto, pero sí una base clara: el machismo. No hay más que buscar el término “lesbianas” en Google para ver que solo aparecen páginas porno y vídeos en los que se sexualiza a parejas de mujeres, muy guapas dentro de los cánones de belleza heteropatriarcales entendidos para el disfrute masculino.
Dentro de las propias webs porno, el término “lesbianas” está entre los más buscados.
Los pasos se van dando. En el cine, con películas como Carol o Carmen y Lola; en la pequeña pantalla con personajes como Irene (Cayetana Guillén-Cuervo) en El ministerio del tiempo (TVE) o Emily (Shay Mitchell) en Pequeñas Mentirosas (HBO), y series como The L World; en la música con artistas bisexuales y lesbianas visibles como el grupo de rap Tríbade, LP o Hayley Kiyoko. Sin sexualización, sin roles, sin heteropatriarcado de por medio.
Esta forma de lesbofobia debe ser uno de los muros a derribar por parte de la lucha feminista que, ahora es más fuerte que nunca. Es el momento perfecto para gritar, como hizo la extriunfita Marina Jade en el pregón del Orgullo LGTBI 2018: ”¡Dejad de sexualizar a las lesbianas!”.