¿De verdad vamos a vivir otros felices años 20?
Saliendo de una pandemia, a caballo entre dos crisis y en plena revolución tecnológica: hay paralelismos entre la situación actual y hace un siglo, pero aún hay más matices.
“No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”. El refranero patrio, tan sabio, condensa en una línea siglos de experiencia: todo acaba pasando, y también lo hará el maldito SARS-CoV-2. Aún estamos viendo cuándo llegará ese momento y cómo será entonces la vida, pero hay una referencia que recalcan los más esperanzados, la de los “felices años 20” del pasado siglo.
¿Se repetirá la historia? ¿Viviremos dentro de un dorado Gran Gatsby, oyendo jazz y bailando charlestón? ¿O nos pueden las ganas de soñar?
Los expertos reconocen ciertos paralelismos entre las dos épocas, con un siglo de diferencia, pero echan el freno a tanto optimismo. Primero, porque lo que nos ha llegado de aquella década tiene mucho de idealización. No fue tan luminosa. Y segundo, porque los contextos y las personas nunca son exactamente iguales.
“Hay similitudes, claro. Entonces se venía de una pandemia -la de la llamada gripe española, que mató a 50 millones de personas en 1918-, fue una época valle entre dos guerras mundiales y entre dos crisis territoriales, estratégicas y económicas, y en ambos casos las novedades en tecnología eran revolucionarias para el momento”, explica el americanista Sebastián Moreno.
Sin embargo, entiende que no podemos tomar al pie de la letra eso de “años felices”, por lo que ya empiezan los matices en la comparación. “Es innegable que se produjo un estallido de esperanza y alivio, más que de alegría, porque se dejaba atrás un horror importante. Eso se tradujo en mayor ansia de vida, de consumo y de disfrute, sobre todo a partir de 1924 y hasta que los suicidios de Wall Street pusieron el epílogo, con el crack del 29. Pero va por barrios”, afirma gráficamente.
“No fue un estado generalizado en el mundo, ni de Occidente siquiera. Europa se ahogaba en su reconstrucción tras la Primera Guerra Mundial y en EEUU se beneficiaban de eso, vía créditos, intereses y contratos. El nuevo centro del poder bursátil era Nueva York. Allí sí existía ya una clase media relativamente firme que podía acceder a una nueva vida, a la democratización del coche propio, los electrodomésticos o el ocio. Esa es la estampa que vemos en las películas y en las novelas”, ahonda.
Eso es la epidermis de los privilegiados, que cuajó en el llamado sueño americano. Debajo estaban la pobreza y las heridas de los combatientes europeos y los sentimientos ultranacionalistas, fascistas y violentos al alza: son los años en los que se va gestando el nazismo, en los que Benito Mussolini se hace fuerte, en los que Stalin ya castiga con los gulags.
Puestas las cosas en su sitio, ¿nos espera algo parecido a ese renacer, aunque fuera parcial? El sociólogo Nicholas A. Christakis, de la Universidad de Yale, se ha convertido en el autor de referencia en el mundo para responder a esta pregunta. En su libro superventas Apollo’s Arrow: The Profound and Enduring Impact of Coronavirus on the Way We Live (La flecha de Apolo: el impacto profundo y duradero del coronavirus en la forma en que vivimos) sostiene que sí. “Si miras lo que ha pasado en los últimos 2.000 años, cuando las pandemias terminan hay una fiesta. Es probable que veamos algo similar en el siglo XXI”, sostiene en sendas entrevistas de referencia en la BBC y The Guardian.
Christakis asume que no habrá una inmunidad global en breve, así que plantea varias fases, porque aún estamos “al final del principio”: una primera etapa es para encajar el impacto biológico de la pandemia en el presente 2021; una segunda, de “lidiar” con las consecuencias sociales, físicas, psicológicas, sanitarias y económicas de estos meses -predice que habrá un 45-50% de población vacunada en 2022 y la recuperación socioeconómica será completa en 2023-; y una tercera, que llama “postpandemia”, que no llegaría hasta 2024 y en la que todo se estabilizaría, al fin. Ahí llega la fiesta, aunque quedarán efectos perdurables como la telemedicina, el rediseño de oficinas y el teletrabajo o el contacto físico.
María José Campo, psicóloga especializada en crisis, comparte esa “apertura” tras tiempos convulsos, pero con matices. “Los patrones se repiten: cuando vienen mal dadas, crece el miedo y el proteccionismo, se contrae el gasto, se prima el ahorro por lo que puede venir, se limitan los círculos sociales y las relaciones nuevas, con un mayor peso de lo doméstico, e incluso se refuerza la religiosidad, en busca de esperanza, más aún cuando la crisis es de salud”, explica.
Cuando pasan las peores olas, “hay una marcha atrás” en todos esos comportamientos. Pone ejemplos claros: más paseos, más quedadas con amigos, más apertura de círculos, más viajes, más ocio y restaurantes y discotecas, hasta más manifestaciones. “Es un respiro, es humano, y dejamos de ser tan conservadores y nos inclinaremos al carpe diem”, resume. De nuevo, claro, todo dependerá de lo afortunado que se sea para pasa página, “sea por el dolor del duelo por una pérdida, sea por la situación económica para salir adelante”.
Moreno y Campo entienden, a su vez, que hay diferencias que determinarán la respuesta de los ciudadanos cuando salgamos del túnel. La primera es la “responsabilidad social”, porque el conocimiento que se tiene en el siglo XXI de lo que ha ocurrido y de la necesidad de que todos colaboremos en mantener las cosas controladas es mucho mayor que hace un siglo. Se le suma la “sensatez” de saber o no vivir por encima de nuestras posibilidades, que diría Mariano Rajoy, o de forma más eficiente.
También cambia la fortaleza del sistema sanitario, la ciencia y los medicamentos (nunca antes se había hecho un esfuerzo similar para lograr una vacuna), la tecnología (del 5G al big data, pasando por la inteligencia artificial) o las comunicaciones. El papel de la ecología o de las mujeres es un factor nuevo, añade el historiador.
El sociólogo belga Geoffrey Pleyers explica que “lo que está en juego es la oportunidad de remodelar la economía y la sociedad, lo que sin duda tendrá un impacto considerable en la vida cotidiana de millones de personas y en la crisis ecológica”. Hay que ver, dice, cómo se hace la digestión del cambio de rumbo, al menos de palabra, de esos políticos que apostaban por recortes y privatizaciones en la sanidad, por ejemplo, que ahora llaman “héroes” a sus médicos y enfermeros y sostienen que un robusto sistema de salud es clave para un estado fuerte. No hay más que ver las declaraciones del británico Boris Johnson o del francés Emmanuel Macron, señala.
Pero hay que estar “alerta” ante los restos del naufragio: lo que queda del nacionalismo al alza, de los movimientos reaccionarios enardecidos, del racismo y el populismo, de los que acusan a China de todo el problema, de los que acaparan vacunas porque yo voy primero y valgo más, de los que niegan lo que dice la ciencia. A ello se suman “pesadas herencias”: la superpoblación y el envejecimiento, la crisis climática, el fin de las clases medias clásicas.
Nada de eso había en los felices años 20.