De los ideales y las certezas a la mentira y la incertidumbre
En breve tiempo hemos cambiado de era como quien renueva sus prendas en los nuevos comercios de moda rápida, donde ya no hay las cuatro temporadas de toda la vida, primavera, verano, otoño e invierno, sino todas las que permita el hábito de consumo compulsivo. Antes, el cambio de ropa y complementos era una necesidad; ahora es, a veces una necedad, otras un divertimento, y las más, una terapia.
La comodidad en que vivíamos en el último tercio del siglo XX, y la velocidad natural de las cosas a que estábamos acostumbrados en ese tiempo, empezó a alterarse cuando algunos privilegiados convirtieron un reciente invento en obligado material de trabajo: internet, los móviles, y finalmente los teléfonos inteligentes, los 'smartphones'.
Sin darnos cabal cuenta en medio del nuevo confort, el mundo desarrollado se deslizaba hacia una crisis que trastocaría, mediada la primera década del siglo XXI, casi todos los valores que se daban por inmutables.
El Nuevo Milenio, el Siglo Maravilloso, el Siglo de las Estrellas, el Siglo de la Comunicación, el Siglo de las Redes Sociales, el Siglo del Conocimiento sin Fronteras, en cada hogar la Biblioteca del Congreso de EEUU, El Louvre, El Prado, El Hermitage, comenzó con una crisis propiciada por el capitalismo desbocado. Se le llama 'La Gran Recesión', para situarla a la misma altura, o más, que 'La Gran Depresión' de 1920. Aunque en 2006 y 2007 ya se le veían las orejas al lobo, bajo el disfraz de amable, despreocupada y alegre Caperucita, fue en 2008 cuando un poderoso tsunami conmovió todo lo conocido. Y aunque unos países resistieron mejor que otros, todo cambió, quizás para que nada cambiara para el 'neoliberalismo' selvático, convertido en 'tiranosaurius rex', que por algo se llamaba así. Rey de los lagartos tiranos.
Cosas que por sus superiores principios, por sus avances, parecían intocables e indiscutibles hasta ese momento entraban en barrena. Teníamos plena confianza y una absoluta entrega a Europa, pusimos nuestro destino en manos de la Unión Europea, éramos unos europeístas convencidos que creíamos en la necesidad de entregar, nosotros, pero también los otros países, importantes parcelas de soberanía al nuevo 'ente' para administrarlas colectivamente. ¿Qué sentido tendrían entonces los nacionalismos soberanistas borrachos de egos? Ninguno, confiábamos. Desaparecerían por las leyes de la gravedad.
La UE había nacido del 'mercado común', y el mercado común nació para reunir a los vencedores y a los vencidos de la IIGM, y particularmente a Alemania y a Francia. Todas las naciones juntas y revueltas, haciendo una Europa común, con un mercado único disponible para todos sus miembros, todos voluntarios en esa empresa y compartiendo, aparentemente, un mismo ideal.
Así fue durante muchos años, el período más duradero de paz, desarrollo y progreso vivido por el viejo y atormentado continente.
Teníamos certezas, pues, en que Europa seguiría avanzando fuerte y unida; creíamos indestructible nuestro sistema de valores compartidos, confiábamos en la gobernanza democrática; en la enseñanza pública universal, gratuita y de alta calidad; en sanidad pública, también universal, gratuita y de alta calidad; en la responsabilidad de los partidos, a pesar de algunos pesares; en la progresiva madurez de los ciudadanos; en el sistema de pensiones, en el pilar de la dependencia, que completaba el estado del Bienestar, en la progresión del empleo, en los contratos indefinidos, en que las comunidades autónomas, en suma, la España de las Autonomías, no solo estaba siendo útil para acabar con las reclamaciones nacionalistas y ensimismadas en su ombligo de vascos y catalanes, sino para igualar 'federalmente hablando', como en la RFA, como en EEUU, por arriba a todo el territorio nacional, en un Estado más descentralizado y colaborativo; teníamos plena fe en que el progreso y la democracia serían más sólidos conforme pasara el tiempo, a pesar de que, como en cualquier vuelo, siempre hay alguna turbulencia en la ruta.....
Pero de repente, todo este horizonte de certezas se hizo añicos, y nos sobrevino, se desplomó sobre nosotros, un mundo tenebroso de incertidumbres. Todo lo que parecía definitivo se convirtió en caduco de la noche a la mañana. Los valores que creíamos unánimemente compartidos, por ser de sentido común europeo, fueron sometidos a escarnio en la plaza pública. Despertaron los fantasmas que durante siglos atenazaron a Europa y la sembraron de guerras. El fantasma del nacionalismo, el fantasma del feudalismo, el fantasma del populismo... pero, como barril de pólvora en cuyo estallido se hicieron presentes los demás males, el fantasma de la rapiña que dio lugar a una crisis financiera, la Gran Recesión, que dio lugar a su vez a que la única industria no productiva, la financiera, se zafara de todo control e impusiera su credo a la política.
Fue un cambio decisivo, y tremendo: la economía dejó de ser y de estar formalmente subordinada a la política, y fue la política la que empezó a subordinarse a los intereses directamente vinculados con el capitalismo depredador. La idea subordinada a la codicia. El interés general subordinado al interés particular.
Aparecen otra vez los fantasmas del pasado arrastrando sus pesadas cadenas envueltos en sábanas blancas que ocultan la nada. El populismo y la charlatanería en sus formas más variadas. Por la extrema derecha y por la extrema izquierda y por los desiertos cerebrales. Por el nacionalismo o por el racismo. Por el odio al otro, sea el otro el rico o el pobre. Nada nuevo, de todas formas. Ya ocurrió en Grecia, y en Roma. Y más recientemente con los populismos latinoamericanos y, en lugar de pionero contemporáneo de honor, el peronismo. Vendedores de milagrosos crecepelos, traficantes de otros mundos maravillosos que a pesar de tanta maravilla han fracasado sistemáticamente. No hay un solo ejemplo viviente de éxito de este elixir.
Pero no basta con la evidencia de la ruina argentina, de la ruina cubana, de la quiebra bruta venezolana, forzada por una pandilla de chulos de playa, no basta con la secuela de desgracias y guerras que trae el nacionalismo, porque el nacionalismo engendra desde la escuela primaria la semilla el odio. Y el odio siempre, siempre, se desboca y trastorna a las sociedades. El odio, como el mal, son inmateriales, sí, pero existen, e incluso se ven. "Por sus hechos los conoceréis", decía Jesús. Y es exacto.
¿Un retorno al 'bing bang' fundador del Universo hace 14.000 millones de años? Es como llevarle la contraria a la naturaleza misma de las cosas. Lo pequeño se hace grande. El mismo universo, nacido, dicen los científicos, del estallido de una mota de energía, sigue creciendo y expandiéndose. Las familias cazadoras recolectoras se agruparon en clanes, y los clanes llegaron a acuerdos con otros clanes para poder cazar animales más grandes y sobrevivir en entornos difíciles, y con el descubrimiento de la agricultura y la domesticación de los primeros animales 'útiles' al Homo sapiens fueron creándose los primeros pueblos, y luego las pequeñas ciudades en las que se hacían las transacciones y vivían los jefes y los brujos, y miles de pequeños 'estados' se fueron uniendo, por conquista, por matrimonios, por pactos... por necesidad, en conclusión.
Y así ha sido hasta hoy. Tras las dramáticas experiencias de la I y II Guerras Mundiales, surgieron nuevos instrumentos para asegurar la paz y el progreso sobre la Tierra. De las cenizas aún humeantes de la Primera Guerra Mundial nació la Sociedad de Naciones, y después tras la IIGM la ONU... y en Europa surgió el Mercado Común, que evolucionó hacia la Unión Europea, en la que entraron, como almas perseguidas por el diablo, todos los países de soberanía limitada sometidos al Imperio Rojo, al habla Moscú.
En este proceso de unidad, en fase de consolidación, Europa ha vivido el período de paz y progreso más dilatado de su historia. ¿Por cuánto tiempo más?
Ahora, cuando nos asaltan los populismos con su mejor disfraz viene muy bien releer lo que dice Carlos Marx del 'lumpen-proletariat' en el golpe de Estado de Luis Bonaparte. En su libro "El 18 Brumario"- accesible en Internet- con un lenguaje crudo, sin concesiones, directo, radiografía el sostén humano de aquella operación, que en realidad no era muy distinto en el fondo del que engrosaron los mismos revolucionarios bolcheviques y han seguido reclutando los iluminados salvapatrias.
El sustento del resurgimiento del nacionalismo y el populismo, juntos, revueltos o a la carta, es parecido en todas las naciones europeas. No es todo igual, por supuesto, ni una definición del siglo XIX puede traducirse exactamente en el XXI. Pero hay 'sospechosas' coincidencias.
El otro Marx, Groucho, también ha dejado alguna cita interesante para comprender cómo la estupidez de estos movimientos contracorriente de la historia, y hasta algunos creen que contra natura, ha logrado captar tantos devotos parroquianos. "El secreto de la vida - aseguraba Groucho- es la honestidad y el juego limpio. Si puedes simular eso, lo has conseguido".
¿Lo están consiguiendo los falsos profetas de falsos paraísos baratarios?