Hollywood - Pamplona
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Esperemos que las denuncias de las valientes actrices, guionistas, directoras y demás profesionales de Hollywood provocarán cambios respecto a la percepción de los abusos constantes, continuados, generalizados, de los que son víctimas (habitualmente) las mujeres por parte de hombres como Harvey Weinstein y compañía, no sólo en el cine, en el teatro, en el arte, sino en cualquier profesión y actividad, en la vida cotidiana.
De todos modos, hay dos detalles que angustian porque alejan ese necesario punto de inflexión y muestran hasta qué punto es difícil llegar a él.
Por un lado, la constatación de que, a pesar de que la mayor parte de víctimas son mujeres, de momento sólo se ha reaccionado en contra si había abusados o violados. Así, Netflix ha suspendido indefinidamente el rodaje de House of Cards por las agresiones de Kevin Spacey; Ridley Scott lo ha eliminado de su última película, All the money in the world, ya terminada y a poco tiempo de su estreno; el agresor Spacey tampoco recibirá el Emmy honorífico.
Sorprende comprobar, pues, que hasta el momento sólo ha habido un cierto castigo social a un culpable de abusar y violar chicos u hombres, es decir, seres humanos de sexo masculino, pero no se ha tomado ninguna medida si los hombres habían abusado y violado a seres a humanos de sexo femenino. Todo lo contrario, Harvey Weinstein cobijó a su compadre Woody Allen cuando parecía que le podían ir mal dadas; un auténtico ejército hollywoodiense salió en apoyo de un despiadado depedrador como Roman Polansky. Apliquen la norma de la inversión e imaginen (aunque es difícil) cuantas películas más habría rodado una directora que hubiera cometido crímenes similares.
Por otra parte, y redondeando la doble vara de medir, también sorprende que a pesar de que las primeras que destaparon los abusos, acosos, violaciones, etc., en un artículo publicado el 5 de octubre en el The New York Times, son dos prestigiosas y solventes periodistas, Jodi Kantor y Megan Twoheyva, gran parte de la prensa del Estado atribuye la investigación sobre los escándalos al hijo de la actriz Mia Farrow y Woody Allen, a Ronan Farrow. Es posible que influya el morbo que rodea a estos tres personajes, pero es mucho más probable que se deba al sexo de quien ha investigado los crímenes. Se ha dado más crédito a la voz masculina. Si lo dice un hombre es más fiable e importante.
Por cierto, Woody Allen, con un cinismo ofensivo, ha declarado que dónde iremos a parar, que a ver si a partir de ahora no se podrá guiñar un ojo a una mujer. Como si las profesionales de Hollywood que han denunciado fueran unas tiquismiquis. También por cierto, Weinstein y Spacey han ingresado voluntariamente en una lujosa clínica de desintoxicación. Como si los delitos cometidos fueran producto de una mera adicción o enfermedad, como si el machismo no tuviera nada que ver.
Ligada a esto, otra cuestión preocupante es la atribución de los acosos en abstracto y en exclusiva a las relaciones de poder, sin más análisis, sin tener en cuenta —antes lo mencionaba— el insidioso, abyecto y extendido sexismo. En la experiencia de toda niña y de cada mujer hay recuerdos de agresiones, acosos, tocamientos, etc., en el metro, en el autobús, en una aglomeración, perpetradas por individuos con quien no hay más relación de poder salvo que tu eres mujer y ellos, hombres.
Si sólo se tratara de relaciones de poder habría unas cuantas estadistas y profesionales relevantes bajo sospecha. Es difícil imaginar a Hillary Clinton o a Angela Merkel comportándose como Donald Trump, Moshé Katsav o como el agresor de la diputada Teresa Rodríguez. Si sólo se tratara de relaciones de poder los prostitutos heterosexuales recibirían el mismo maltrato que las prostitutas heterosexuales.
Tampoco había una relación de poder directa entre Joseph Blatter y la portera de fútbol Hope Solo. Simplemente la tenía a mano, era una mujer, iba vestida como mandan los cánones sexistas en las galas y le apeteció tocarle el culo. Agresión que seguramente cuando Blatter era joven no era especialmente grave, podía pasar como algo «normal», o incluso la mar de simpática y una machada (¡qué mal genio que tienes, mujer, no es para tanto!). O no tan joven, recordemos las constantes agresiones de un dirigente como Boris Yeltsin a cualquier mujer que se pusiera a tiro y que tan benévolamente trataba la prensa (vuelvan a aplicar la norma de la inversión).
Blatter, claro, lo niega. Como Julian Assange, un caso paradigmático de la miseria que acompaña a los abusos y que corroe y acobarda a las víctimas. Sorprende que haya tanta gente que manifiesta que es una gran desgracia y un problema gordo que las mujeres no denuncien más abusos y acosos, pero que exculpe, en cambio, a un personaje tan turbio como Assange, que se negó a comparecer ante el tribunal sueco que tenía que juzgarle con la excusa de una hipotética entrega a EEUU, a pesar de saber que era difícil porque la ley sueca no extradita por delitos políticos y esta misma ley considera que el espionaje es uno de ellos; incluso Amnistía Internacional se pronunció claramente a favor de que Assange fuera juzgado al considerar que la ley sueca es completamente garantista. Assange, el que tildó a Suecia como la Arabia Saudí del feminismo
Que incluso la izquierda pusiera en duda las acusaciones de agresión sexual e insinuara que podían ser un montaje muestra la facilidad con que estos delitos son desacreditados u obviados tanto si concurren circunstancias «más importantes» como si no.
En resumen, dos mujeres tuvieron el coraje de denunciar, pasaron por este doloroso trance, y en vez de encontrar solidaridad y apoyo encontraron desconfianza y una falta absoluta de credibilidad.
Que a las denunciantes de Hollywood no les pase lo mismo y sean pábulo y estímulo de más denuncias así como para mostrar lo fácil que lo tienen los hombres para cometer abusos y acosos impunemente.
La última. Ha comenzado el juicio contra los violadores de Pamplona durante los sanfermines de 2016; contra la Manada. El juez ha admitido un informe detectivesco encargado por la defensa de los acusados sobre el comportamiento de la víctima después de ser violada y no ha admitido los mensajes que intercambiaron los acusados antes de la agresión. Una vez más, la víctima fiscalizada.