De dónde viene la acusación de racismo a los Conguitos
Desde 2003 se pide a la empresa que cambie el logo de esta figura antropomorfa con labios desproporcionados que lleva por nombre 'Congo pequeño'.
Desde hace más de tres años, cada vez que Myriam Benlarech se encuentra con una bolsa de Conguitos en el supermercado, le hace una foto. Esta directora financiera francesa no puede creer que en España, donde vive actualmente, se comercialice todavía una marca así.
“La mascota, el nombre… me parecía una locura”, comenta Benlarech, de ascendencia siria y argelina. Cuando se lo enviaba a sus amigos extranjeros, tampoco daban crédito. Ella acabó ‘acostumbrándose’, hasta que hace unas semanas decidió que debía buscar un cambio.
La muerte de George Floyd, asfixiado por un policía en Estados Unidos, marcó tanto a Benlarech que se sentía físicamente mal. Esos días estuvo muy activa en redes, informándose sobre lo ocurrido y sobre todo lo que que estaba moviendo. “A los pocos días, fui a hacer la compra y, al ir a pagar a la caja, vi los Conguitos. Pensé: ‘Ellos siempre están ahí’”, recuerda. Al llegar a su casa, escribió a la empresa Lacasa, dueña de Conguitos, y esperó durante varios días una respuesta que nunca llegó. Ante la impotencia, Myriam Benlarech buscó la manera de alzar la voz, y creó una iniciativa en Change.org para pedir a la compañía que deje de utilizar la marca Conguitos por ser “racista”. Tres semanas después, su petición ha conseguido más de 5.000 firmas.
Las críticas a la marca no son nuevas. Ya en 2003, María Frías, profesora de literatura norteamericana en la Universidade da Coruña, impulsó una recogida de firmas para que la empresa zaragozana cambiara la imagen de estos cacahuetes cubiertos de chocolate. “Insulta a millones de africanos, hiere la sensibilidad de cualquiera y fomenta estereotipos negativos”, denunció la profesora en su momento.
Diecisiete años después, Frías sigue pensando que la representación de Conguitos es “grotesca”. “La desnudez, la ausencia de sexualidad —porque el Conguito está castrado—, las formas del cuerpo desproporcionadas, los labios extremadamente grandes y rojos, el nombre de ‘pequeño Congo’… Cuando lo muestras así, la gente lo va entendiendo”, explica a El HuffPost. “Esto no es defendible. No hay que hacer un máster para entender el racismo de este modelo”.
En el caso de Frías, todo empezó cuando impartió una conferencia en la Universidade da Coruña sobre la relación entre la publicidad y el racismo en España. En esa charla, la profesora enumeró casos de racismo en la representación de varias marcas, y explicó cómo algunas habían ido evolucionando hacia una imagen más respetuosa y otras habían optado por el inmovilismo. La de Conguitos estaba entre esas últimas. “Mi objetivo no era convencerles o hacerles cambiar, sino hacerles pensar por qué esto podía ser un símbolo racista y por qué hacía daño”, cuenta.
Entonces, María Frías consiguió unas 500 firmas, la llamaron de otras universidades, de medios locales y luego nacionales. Con el revuelo, consiguieron que se les quitara “la espada” a los Conguitos. Por lo demás, la imagen del dulce se quedó igual y la empresa siguió defendiendo que la mascota era “muy simpática” y que “no ofendía a nadie”, apunta la profesora.
Alguien sí debió sentirse ofendido porque Frías recibió entonces “varias amenazas”. “Fue miedoso”, recuerda. Myriam Benlarech sabe de lo que habla; cuando varios dirigentes de Vox iniciaron una especie de contracampaña en la que posaron con bolsas de Conguitos tratando de ridiculizar la petición de todo un colectivo, Benlarech también sintió “miedo”. “Los primeros días no podía dormir, traté de ocultar mi identidad. Ahora estoy más cómoda con las agresiones, he tomado algo de distancia y sé mejor cómo defenderme”, cuenta.
Las dos han recibido mensajes agresivos, pero también de apoyo. “Después de publicar la petición, contactaron conmigo muchas personas que me decían que de pequeños les habían insultado con eso, que hasta les habían lanzado Conguitos diciendo ‘come tu comida’. Esta imagen hace daño a la gente”, afirma Benlarech.
“Casi todas las personas afro de mi generación hemos sufrido el epíteto de Conguito de manera despectiva y totalmente insultante”, confirma Antumi Toasijé, doctor en Historia, cultura y pensamiento por la Universidad de Alcalá. “Es normal que nos sintamos ofendidos, pero ya no hablo de sentimientos; es que, objetivamente, la imagen es racista. Es una cosificación total de la persona africana, no hay más que ver los primeros anuncios”, sostiene.
“La imagen es bastante racista”, corrobora Adam Dubin, profesor de Derechos Humanos de la Universidad Pontificia Comillas-ICADE. “Representa algo entre un mono y una persona negra, con labios grandes y un poco tontito. Es una caricatura que recuerda a los minstrels estadounidenses del siglo XIX, esos shows en los que una persona blanca se pintaba la cara de negro, con labios grandes, con unos rasgos exagerados y bailando de forma extravagante”, señala.
Dubin considera que la empresa “sí debería retirar” la marca, aunque sea como “una forma de reparación simbólica”, sugiere el director del máster en Derecho de Negocios Europeo e Internacional en ICADE. “Creo que ahora es el momento de que se lo replantee. España es un país cada vez más diverso, la sociedad no es tan homogénea como hace 20 o 30 años y, si lo que queremos es crear una sociedad más tolerante, deberían reconsiderar que ciertas imágenes son ofensivas”.
La periodista y escritora Lucía Asué Mbomío Rubio no es ajena a esta reivindicación. Desde hace años, Mbomío explica en charlas y artículos que la imagen de los Conguitos no es casual ni es única, y que igual que otras marcas han dejado atrás canciones y logotipos con trasfondo racista, los cacahuetes de chocolate podrían cambiar de nombre y figura sin mayor drama.
“Es inadmisible una representación de un muñeco antropomorfo de unos labios sobredimensionados de color rojo Chanel al que han quitado la lanza, sí, pero que se sigue llamando Congo pequeño”, sostiene la periodista en una entrevista con El HuffPost. “Nos pueden decir una y mil veces que no apelan a las personas negras, pero como conocemos los anuncios de antes, vemos que representaban a lo que llamaban tribu: personas que salen de chozas en un espacio que se supone que es africano, hablando algo que se supone que es africano, esa lengua que no existe. No pueden mentir. No es una cuestión de que a mí me duela; es que detrás hay una historia. En otras partes del mundo, como en Estados Unidos o en Inglaterra, sería impensable que existiera un Conguito”, afirma.
Toasijé y Mbomío se refieren a anuncios como el del anterior vídeo de los años 60, que la marca mantiene en YouTube “para los nostálgicos”. Fue precisamente en 1960 cuando el Congo logró independizarse de Bélgica, de donde era colonia. Hace sólo un año, Bélgica pidió perdón por secuestrar y maltratar a 20.000 niños mestizos en el Congo, Burundi y Ruanda durante los 40 y 50 del siglo pasado.
Es evidente que la marca no lanzaría una publicidad así ahora y, de hecho, Lacasa ha ido distanciándose poco a poco de los tintes más claramente racistas. En los años 90, la mascota de los Conguitos dejó de tener ombligo “a petición de los niños”, explicó el departamento de marketing de Lacasa a La Voz de Galicia. Con este cambio, “da la impresión de que ya no va desnudo”, argumentó la empresa. También le quitaron la lanza y, sin embargo, Lacasa se niega ahora a modificar sus Conguitos aludiendo al “carácter simpático de la mascota”.
“Desde que Grupo Lacasa adquiriera la marca [en 1987 a otra sociedad zaragozana], ha eliminado las connotaciones iniciales para dotar a la misma de valores positivos, siempre vinculados a atributos de producto, y no de raza humana alguna”, explican en El Comidista. “Si pensáramos que la marca o su representación resultan peyorativas, seríamos los primeros en cambiarla. Sin embargo, sinceramente creemos que la mascota respeta siempre e incondicionalmente a todos, y que es aceptada y estimada de igual modo”, prosiguen. El HuffPost ha intentado ponerse en contacto con la empresa sin éxito*.
No “todos”, como arguye Lacasa, piensan así. Quien diseñó la imagen de Conguitos allá por 1961 ya reconoció en una entrevista que “hoy no lo habría dibujado así”. “No saldría al mercado con esa imagen y ese nombre sin haber superado antes unos imprescindibles tests”, admitió Juan Tudela Férez, autor de la ilustración de los Conguitos, en 2003.
Para Antumi Toasijé, esta ilustración surge “del imaginario colonial”. “La tradición del blackface —condenada por la ONU— de representar a los negros pintándose la cara de negro y con los labios muy rojos y muy gruesos se origina en España, en el teatro del Siglo de Oro, para hacer mofas y burlas de la persona negra. Todo esto se traslada al colonialismo, que pasa a representar a las personas africanas como infantiles, simples, salvajes, ridículas, y esa ridiculización del cuerpo negro ayuda en cierto modo a la persona blanca a sentirse superior”, expone el historiador.
La petición de retirar la marca Conguitos choca con el debate sobre la corrección política, con las voces que argumentan —incluso dentro de la comunidad negra— que hay cosas más importantes por las que luchar, y con los que, directamente, piensan que no hay racismo en esta imagen y si alguien lo ve es porque tiene la ‘piel fina’.
¿De dónde viene esta reacción? “Hay gente que simplemente es racista y otros que ven la marca como parte de su historia, de su vida, de su juventud, o incluso como algo casi patriótico o nacionalista al ser ‘una marca española de toda la vida’. También hay un tipo de racismo latente en el que a la gente le da igual si algo ofende a una persona negra”, opina el profesor Adam Dubin.
Dubin, estadounidense que reside desde hace años en Madrid, es consciente de que en España cuesta entender el racismo implícito en la imagen de Conguitos. “Tanto mi mujer como mis suegros han crecido con esta imagen, así que entiendo que les cueste asimilar [que es racista]”, ilustra. Él mismo creció con el sirope Aunt Jemima sin plantearse que “esa imagen de una mujer, ama de casa, negra y con los labios gruesos y rojos” era en realidad el retrato totalmente estereotipado de la hija de una familia de esclavos y que podía resultar problemático. “Muchas veces, crecemos con una imagen y no nos paramos a cuestionar su relevancia o si puede ser ofensiva hasta que un movimiento, en este caso Black Lives Matter, lo pone de manifiesto”.
Precisamente hace dos semanas, la empresa PepsiCo, que posee Aunt Jemima, anunció que renombrará esta marca de tortitas y siropes “para avanzar hacia la igualdad racial”. “Nos solidarizamos con nuestras comunidades negras y marrones y vemos que nuestra imagen se puede interpretar de una forma que no se corresponde en absoluto con nuestros valores”, dijo la compañía en un comunicado emitido el pasado 17 de junio.
Pero, de nuevo, hay personas que desdeñan reivindicaciones como esta. “Como no se sienten concernidas por el pueblo negro ni por la esclavización, les parecerá que esto no tiene suficiente entidad, pero si las propias personas concernidas les están diciendo que algo es ofensivo, ya no pueden argumentar que no lo saben. Están incurriendo en un acto de racismo, obviando por completo el daño que puede hacer una imagen”, explica Toasijé. En este caso, especialmente a los niños y niñas que todavía, y desde hace años, tienen que soportar mofas e insultos aludiendo a los Conguitos.
El historiador no se achanta ante quienes los acusan de ‘piel fina’. “Algunos chistes o bromas tienen mucha carga histórica detrás. Europa en un momento de la historia decidió ir a África, esclavizó a 40 millones de personas y las sacó de su continente. Estamos hablando de una cuestión bastante grave. Por mucho que se nos llame ofendiditos, no vamos a dejar de decir lo que pensamos”, defiende Toasijé. “Esto es serio”, coincide María Frías; “aquí hay un tema de raíz profunda y tiene que cambiar la mentalidad de la gente”.
Toasijé está convencido de que dentro de unos años, los que se atascan en este pensamiento negacionista o inmovilista “serán vistos como retrógrados, igual que las personas que hacían chistes sobre los homosexuales y se burlaban de ellos hace 20 o 40 años”. “La sociedad va cambiando. A ver a qué marca se le ocurre ahora sacar la típica representación de la mujer con delantal, esa que en los años 60, 70 y 80 estaba a la orden del día. Por fortuna, esto ya está desterrado. Pero hay personas que quieren mantener un orden viejo, y serán barridas por la historia”, sostiene.
El debate sobre las representaciones retrógradas en publicidad y medios no es nuevo, pero quizás sí lo es la visibilidad de actitudes reaccionarias de políticos, como Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros, al fotografiarse con una bolsa de Conguitos en un intento por defender no se sabe muy bien qué.
“Se retratan ellos solos”, responden las personas entrevistadas para este artículo. La duda que les queda es si esto dará más publicidad a la marca o si, por el contrario, reforzará la idea del racismo en los Conguitos y producirá aversión entre consumidores que probablemente antes no se habían parado a pensar en sus connotaciones.
Frías sostiene lo segundo. “Yo siempre he defendido el producto, siempre lo he repartido en mis charlas. Si ahora un partido tan radical se pone del lado de la marca, no le hace un buen favor. Quizás funciona más como una especie de bumerán y se vuelve contra ellos”, opina.
Antumi Toasijé no lo tiene tan claro. El historiador reconoce que, de base, iniciativas como la impulsada en Change.org le generan dudas por miedo a que “hablar de una marca sirva para hacerle publicidad”. “Está tan inserta en el imaginario colectivo español que mucha gente no le ve sentido a esta reivindicación y puede producirse el efecto rebote”, advierte. No obstante, “en este caso en particular es tan evidente” que finalmente el historiador decidió sumarse a la iniciativa.
La propia Benlarech tuvo sus dudas antes de impulsar la petición en Change.org dirigida a Lacasa. Por un lado, muchos de sus amigos españoles no veían problemática la marca Conguitos; por otro, ella no pertenece al colectivo afro y temió verse en el centro de la diana por todo esto.
Finalmente, se decidió a hacerlo por varios motivos. “Soy hija de la inmigración, así que sé lo que es el racismo. Al mismo tiempo, no estoy directamente afectada por esta causa, así que creo que tengo la distancia suficiente como para que mi discurso se considere objetivo”, expone Benlarech. “Sé que hay cosas más importantes por las que luchar, pero no por hablar de esto estoy minimizando otras luchas”, defiende. “Yo no me podía ir a dormir pensando que eso seguía ahí”, asegura.
Por ‘luchas’ como esta, otras marcas han evolucionado en los últimos años. Cola Cao dejó atrás la canción del ‘yo soy aquel negrito’ y la imagen de varios hombres negros acarreando a las espaldas fardos de cacao cual esclavos. Fuera de España (y aparte de Aunt Jemima), el cacao francés Banania eliminó la figura de un hombre negro en su logo hace diez años por considerarse un cliché racista, y hace sólo unos días, la peruana Alicorp, dueña de la mazamorra Negrita, comunicó que cambiará el nombre y el logo de una emblemática marca que lleva vendiendo más de 60 años.
“Aquello que antes podía considerarse positivo hoy resulta inapropiado, pues todos somos más conscientes de que se consolidan estereotipos que buscamos superar. [...] En el marco de nuestro compromiso con la diversidad y nuestra firme oposición al racismo en todas sus formas, hemos decidido que ha llegado el momento de cambiar”, señaló la compañía en un comunicado.
Cuando se pregunta a los expertos por qué creen que Lacasa no da un paso similar, apuntan a varias posibilidades. Tanto Frías como Toasijé y Benlarech descartan la opción de que la marca desconozca los estereotipos racistas que perpetúa su imagen, ya que desde hace 20 años se les viene pidiendo un cambio. Myriam Benlarech y María Frías opinan que el factor económico pesa demasiado, ya que cambiar todos los logotipos tendría un coste considerable. No obstante, achacan a la empresa una “falta de sensibilidad”, pues en ningún momento ha reconocido que su imagen es problemática. Lacasa factura cerca de 150 millones de euros y opera en los cinco continentes.
“Todas las empresas deberían revisar su impacto social, económico y ético y preocuparse por este tema. Cada vez hay más comentarios en sus redes que acusan al branding de racista, y Lacasa no dice nada, pero creo que pronto lo hará. Hay que poner el foco sobre ellos y que se sientan un poquito mal”, sostiene Myriam Benlarech.
“Dicen que en esto del racismo hay tres fases: la del estereotipo, la de la toma de conciencia y la de la normalización, en la que se eliminan esos estereotipos. En España estamos todavía en la primera. Para mí, el problema más grave es que la empresa no vea que hay un problema. O, al menos, esa es su postura oficial”, apunta la profesora María Frías.
Para Antumi Toasijé, no es que la empresa “no lo vea”, sino que no lo quiere ver. “Yo puedo salir y decir que soy el hombre menos machista del mundo, pero eso lo tendrán que decir las mujeres, las personas concernidas. Tu criterio no es el criterio universal. También Trump decía que era la persona menos racista del mundo”, recuerda el historiador.
Si alguien piensa que la existencia de los Conguitos blancos elimina cualquier tinte racista, los expertos lo desmienten. “La declinación blanca de una marca racista no la hace menos racista”, explica Benlarech. “El Conguito blanco representa en realidad un albino negro, y los albinos son perseguidos y asesinados en muchas partes de África; esto demuestra una falta de conocimiento terrible por parte de la marca”, incide Frías.
Pero no sólo la marca se enroca en este argumento. Después de observar que una parte de la población española “no entiende el caso o no quiere saber más del tema”, Myriam Benlarech está creando una página en Facebook “muy pedagógica” para explicar por qué la imagen de los Conguitos es racista. “Hay cosas que, al ser tan culturales, necesitan explicación y pedagogía”, defiende. “La petición es importante, pero aún más importante es comprender el porqué”.