Cuando la ultraderecha tomó el control de Brasil, su único diputado LGTB tuvo que exiliarse
El mandato de Bolsonaro ha sido caótico y desorganizado en todos los aspectos salvo en uno: la parte de oprimir aún más a los brasileños más vulnerables.
Para Jean Wyllys, la paz solamente empieza por la noche, en la oscuridad, cuando puede cerrar los ojos y dejarse llevar a un mundo que ha dejado atrás.
Quizás sueñe con Bahía, el estado al nordeste de Brasil donde nació y creció. O quizás con Río de Janeiro, la “ciudad maravillosa” que consideró su hogar después. Algunas noches piensa en su madre y sus amigos; otras, en su sobrina, que no tiene más que unos pocos meses de edad y a la que tiene ganas de ayudar a criar.
Quizás su mente vague por Brasilia y por el Congreso de Brasil, donde hizo historia al convertirse en uno de los primeros legisladores federales abiertamente homosexuales y un firme defensor de quienes crecieron siendo como él: gay en un país con problemas para aceptar a las personas del colectivo LGTBIQ+, multirracial en un país en el que el racismo es un aspecto de la vida que suele ser ignorado y pobre en uno de los países con más desigualdad del mundo: gay, mulato y pobre en un Brasil en el que cualquiera de esas tres características suele ser mortal.
Luego abre los ojos y Wyllys regresa a la cruda realidad. No sabe dónde está.
No está en Brasil. Y quizás nunca regrese.
En enero, semanas después de que el presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro tomara el control de la cuarta mayor democracia del mundo, Wyllys anunció su intención de abandonar el país. Acababa de ser reelegido como diputado a finales de octubre, junto con otros legisladores de la comunidad LGTBIQ+, pese a que el poder cayó en manos de Bolsonaro, un líder autoritario racista, sexista y homófobo con una fuerte tendencia a elogiar la dictadura que vivió Brasil desde los 60 hasta los 80.
La presencia de Wyllys era una garantía de que Brasil iba a oponer una firme resistencia al repentino vuelco del país hacia la extrema derecha. Su decisión de exiliarse supuso un duro golpe para el maltrecho movimiento progresista brasileño y para las comunidades marginalizadas que temían lo que Bolsonaro y sus fanáticos les pudieran hacer a ellos y a las instituciones democráticas.
Bolsonaro prometió limpiar el país de gente como Wyllys y amenazó a los progresistas con dos opciones: “Marchaos o iréis a la cárcel”.
Sin embargo, Wyllys temía que hubiera una tercera opción. Bolsonaro y él tienen un historial de desprecios mutuos. En 2016 Wyllys escupió a Bolsonaro en la cara en el Congreso y los seguidores de Bolsonaro no han dejado de acosar a Wyllys con amenazas de muerte y de violencia. Las amenazas y los insultos eran más fáciles de ignorar antes de la victoria de Bolsonaro. Ahora, el miedo de que el presidente o sus fanáticos vayan a por él para asesinarlo paraliza a Wyllys a diario.
Así las cosas, abandonó su escaño en el Congreso y huyó de Brasil. En enero, Wyllys se convirtió en el político exiliado más famoso del país desde la recuperación del régimen democrático hace tres décadas.
“Las causas y las luchas que defiendo estarán mejor si sigo vivo”, explicó Wyllys durante una entrevista el mes pasado.
Los movimientos LGTBIQ+ de Brasil llevan una década logrando progresos sociales y legales. El Tribunal Supremo amplió en 2011 la mayoría de las protecciones legales para amparar a las personas de este colectivo y les garantizó el derecho al matrimonio; los brasileños abiertamente homosexuales han logrado mayor visibilidad en la política, la música y la cultura en general. En 2017, casi tres cuartos de los brasileños decían apoyar la igualdad del colectivo LGTBIQ+, uno de los mayores niveles de apoyo registrados en toda Latinoamérica.
Wyllys fue uno de los artífices de ese progreso. Era periodista y profesor universitario y alcanzó la fama al ganar el Gran Hermano brasileño en 2005, cuando pasó a ser uno de los hombres homosexuales más conocidos del país. Cinco años después, consiguió un escaño en el Congreso, convirtiéndose en el segundo diputado federal abiertamente homosexual y en el primero en ser reelegido en 2014.
No obstante, el mismo país que reeligió a Wyllys también sigue siendo uno de los más mortales del mundo para el colectivo LGTBIQ+ y la tasa de violencia contra los homosexuales aumentó en los años previos a las elecciones de 2018, así como la tasa general de homicidios. Hubo 420 asesinatos de personas del colectivo LGTBIQ+ en 2018, más del triple que la cifra de 2011. Esas son las cifras oficiales, porque el número real, según activistas e investigadores, es mucho mayor.
Bolsonaro, un hombre que dijo en una ocasión que preferiría tener un hijo muerto que un hijo gay y que golpearía a dos hombres si les viera besándose por la calle, ganó las elecciones en octubre de 2018.
Cuando aterricé en Río de Janeiro al mes siguiente, Bolsonaro se preparaba para tomar el control y el miedo que impulsó a Wyllys a huir de Brasil ya había hundido sus profundas raíces en la comunidad LGTBIQ+ del país.
David Miranda, concejal homosexual en Río de Janeiro hasta este año, me dijo que estaba asustado, sobre todo como padre de dos niños.
“Creo que la situación va a volverse más violenta. Hay personas que se sienten más libres ahora que pueden hacer lo que les dé la gana con impunidad. Y ahora tienen a un presidente que les da voz”, se lamentaba.
Para muchos brasileños LGTBIQ+, la vida siguió transcurriendo con relativa normalidad después de las elecciones, pero tras las bambalinas, muchos ya se preparaban para lo peor. Hubo más protección policial en los desfiles del Orgullo LGTBIQ+. David Miranda y su pareja, el periodista norteamericano Glenn Greenwald, aceleraron el proceso de adoptar a sus hijos y empezaron los preparativos para casarse antes de que llegara Año Nuevo y el inicio del mandato de Bolsonaro.
Antes de que David Miranda asumiera el escaño que dejó vacante Wyllys en enero, tuvo que ser escoltado por guardaespaldas todos los días desde su casa a su despacho en Río de Janeiro y de vuelta a casa.
Pero junto con esos miedos también había un deseo de lucha. En vez de esconderse entre las sombras, hubo brasileños LGTBIQ+ como él que se propusieron recuperar su país de la intolerancia presidencial.
“Será complicado y debemos tenerlo claro”, afirma Liniker, una cantante negra transgénero de pop-jazz que se ha convertido en uno de los rostros más visibles del floreciente panorama musical LGTBIQ+ brasileño, antes de dar un concierto en São Paulo. “Pero no estamos solos y yo tampoco estoy sola. Estamos contando una historia real de amor, lucha y derechos, y no hay ninguna persona ni presidente que nos lo pueda impedir”.
“Estamos aquí y seguiremos aquí”, asegura.
Pocas personas tienen más experiencia directa combatiendo a Bolsonaro que Wyllys.
“Fui el rostro del empoderamiento de la comunidad LGTBIQ+”, cuenta Wyllys. “Lo que le preocupaba [a Bolsonaro] más que nada era que, por primera vez, hubiera un diputado abiertamente gay con los mismos poderes y derechos de diputado que él”.
Estos dos políticos comparten un largo historial de enfrentamientos cara a cara. El incidente del escupitajo, por el que ambos se ganaron una reprimenda oficial, se produjo después de que Bolsonaro, excapitán del Ejército brasileño, votara a favor de la moción de censura contra la entonces presidenta Dilma Rousseff a favor del oficial militar que supervisaba el programa de torturas al que fue sometido Rousseff durante la dictadura.
Wyllys ha atacado públicamente a Bolsonaro por su intolerancia contra los homosexuales y ha criticado a él y sus políticas en la prensa brasileña e internacional. En 2018 estuvo entre los primeros y más insistentes brasileños en avisar del peligro real de que Bolsonaro ganara las elecciones, pese a que los medios locales y globales lo retrataban como un novato radical con pocas probabilidades de ganar.
En Río de Janeiro, tuve que insistir en varias ocasiones para reunirme con Wyllys, porque ¿quién mejor para comentar la victoria de Bolsonaro que su polo opuesto?
Por entonces, Wyllys ya se había apartado de los focos del público. Siempre había tenido que aguantar las amenazas de los brasileños más conservadores, opuestos a su pensamiento socialista, a su defensa de Rousseff, del Partido de los Trabajadores y a su sexualidad. Sin embargo, durante el periodo electoral de 2018, en el que los seguidores de Bolsonaro plagaron WhatsApp y otras redes sociales de propaganda y acusaciones descaradamente falsas, Wyllys se convirtió en la víctima favorita.
Las masas de internet se lanzaron a por él y a por otros políticos favorables al colectivo LGTBIQ+ para acusarles de promover la pedofilia gay. Las amenazas de muerte se convirtieron en lo habitual, propagándose desde WhatsApp hasta las calles, en interacciones públicas cuando Wyllys caminaba por Río de Janeiro.
Wyllys tenía que encerrarse en casa o en el despacho. Fue haciendo cada vez menos apariciones públicas y rara vez viajaba sin seguridad. Muchas veces ni siquiera estaba seguro de poder confiar en los guardaespaldas que le asignaban, por lo que empezó a seleccionar minuciosamente dónde y cuándo viajaba en público. Se volvió imposible tomar algo por la noche o salir a comer. El simple hecho de encontrar un restaurante o bar suficientemente discreto y seguro para quedar con amigos o con compañeros era insoportable.
Aunque yo no lo sabía cuando intentaba quedar con él, Wyllys ya se había planteado un futuro fuera de Brasil. En cualquier lugar donde pudiera dejar atrás las amenazas y recuperar la voz que antes utilizaba para combatir a las fuerzas que lucharon por silenciarlo hasta conseguirlo.
Quizás para seguir luchando por su Brasil soñada, Jean Wyllys tenía que marcharse.
La idea se le pasó por la mente casi un año antes de exiliarse.
En la noche del 14 de marzo de 2018, unos hombres armados con rifles asesinaron brutalmente a la concejala Marielle Franco cuando abandonaba un evento en Río de Janeiro.
Como Wyllys, Marielle Franco formaba parte del PSOL, el Partido Socialismo y Libertad de Brasil. Como Wyllys, era negra y perteneciente al colectivo LGTBIQ+. Nacida en una de las favelas más grandes de Brasil, Marielle Franco emergió como símbolo de todo lo que oprimían las instituciones corruptas de la ciudad y convirtió en su misión destruir el sistema, pieza a pieza.
Uno de los principales blancos de sus críticas eran las letales fuerzas policiales de Río de Janeiro y, en particular, las milicias extraoficiales formadas por policías y expolicías que patrullaban ciertos barrios y asesinaban casi con total impunidad.
El asesinato de Marielle Franco sacudió Brasil, pero si sus asesinos —desde el principio, los sospechosos eran miembros de la milicia o Policía profesional— trataban de silenciarla, lograron justo lo contrario. Era poco conocida fuera de Río de Janeiro, pero su asesinato la convirtió en un símbolo global contra la opresión y la violencia que sufren todos los días en Brasil los negros, los pobres y los miembros del colectivo LGTBIQ+. El asesinato de Marielle Franco inspiró manifestaciones por todo el mundo: desde entonces, más mujeres de historias similares se han presentado a distintas elecciones y han ganado.
Dentro de la unida comunidad del PSOL en Río de Janeiro, en cambio, quedó un vacío imposible de llenar. David Miranda, amigo cercano de la víctima y de su pareja, Mônica, apenas fue capaz de pronunciar entre lágrimas lo que significaba Marielle Franco para él y para Brasil.
“No hay palabras para describir este sufrimiento. Su ausencia, lo que podría haber llegado a ser, todo lo que podría haber logrado... y el vacío que nos queda en su lugar”, dijo. “Aunque mataron su cuerpo, ahora su voz nunca será silenciada, pero preferiría que estuviera aquí”.
Wyllys también consideraba a Marielle Franco una amiga cercana. Además, a medida que fue quedando más clara la vinculación de sus asesinos con las mortíferas milicias de Río de Janeiro, cualquier duda que le pudiera quedar sobre la seriedad de las amenazas de muerte recibidas se desvaneció. Según Wyllys, después del incidente del escupitajo en la cara a Bolsonaro, las milicias habían sido una de las principales fuentes de amenazas que recibía.
Y entonces ganó Bolsonaro. El miedo de que alguien cumpliera sus amenazas lo mataba desde dentro, según sus palabras. “Si no me mataba físicamente alguien dispuesto a asesinar a un gay con impunidad, me iban a matar emocionalmente, de modo que me vino la idea de escapar”, explica.
Contactó con un periodista del diario de mayor tirada del país. La decisión fue inmediata. Tenía que irse.
“Quiero protegerme a mí mismo y seguir vivo”, dijo en declaraciones a Folha de São Paulo.
La noticia recorrió el mundo, que ya estaba alerta por el ascenso de Bolsonaro al club global de gobernantes antidemocráticos de extrema derecha. El nuevo líder autoritario, por su parte, celebró con entusiasmo el exilio de Wyllys.
“¡Un gran día!”, tuiteó Bolsonaro junto con el emoji del pulgar hacia arriba.
La dictadura militar que Bolsonaro elogia de forma rutinaria provocó miles de exilios de personajes públicos progresistas, todos ellos por decreto oficial o por puro terror.
Ahora, Bolsonaro ha provocado otro exilio.
No todo el mundo celebró la decisión de Wyllys. El vicepresidente Hamilton Mourão, antiguo general del Ejército, surgió como una improbable (aunque poco convincente y a menudo incapaz) fuerza moderadora en el Gobierno de Bolsonaro y dijo que las amenazas a los políticos como Wyllys son “crímenes contra la democracia”.
“Debería haber confiado en nuestras leyes, nuestras políticas y nuestra Policía”, señaló Mourão en abril en un evento en Washington. “Podríamos protegerlo”.
Bolsonaro, según insistió Mourão, está decidido a representar a todos los brasileños.
Wyllys y sus aliados internacionales también reciben críticas desde su propio lado del espectro político por la decisión de marcharse. Hay políticos en su misma situación que decidieron quedarse. ¿Y qué pasa con los millones de brasileños negros, progresistas y miembros del colectivo LGTBIQ+ que no pueden escapar de la furia de Bolsonaro? ¿No los ha abandonado Wyllys?
“No necesitamos más mártires. No necesitamos más Marielles Franco”, sostiene James Green, director de la Iniciativa Brasil de la Universidad Brown y confidente de Wyllys. “Necesitamos a gente viva y en buen estado que pueda alzar la voz contra el Gobierno actual”.
Recientes acontecimientos parecen apoyar esta perspectiva. En marzo, dos meses después del exilio de Wyllys, la Policía arrestó a dos milicianos por el asesinato de Marielle Franco. Uno de ellos tenía un vínculo sospechoso con Bolsonaro, cuyo hijo mayor, Flávio, está siendo investigado por sus presuntos vínculos con las milicias de Río de Janeiro.
Cuando le pregunté a Wyllys si creía a Mourão, bufó.
“No”, dijo simplemente.
Bolsonaro, mientras tanto, ha gobernado básicamente como prometió en una campaña alimentada por unos discursos violentos e incendiarios: su mandato ha sido caótico y desorganizado en todos los aspectos salvo en uno: la parte de oprimir aún más a los brasileños más vulnerables.
Bolsonaro ha anulado las protecciones al colectivo LGTBIQ+ y a los indígenas y ha expandido la autoridad de la Policía para que pueda matar con impunidad, todo con terribles consecuencias. Los ataques a los indígenas se han disparado. En Río de Janeiro, la Policía ha matado a un número de personas sin precedentes, pese a que ya se trataba de una de las fuerzas del orden más letales del mundo. Sus principales objetivos son los brasileños pobres y negros. Los miembros del colectivo LGTBIQ+ han denunciado un aumento anecdótico en los casos de violencia sufridos. Los seguidores ultraconservadores de Bolsonaro y sus frecuentes nombramientos ministeriales paranoicos han atacado a escuelas y profesores por adoctrinar presuntamente a los estudiantes con ideologías progresistas tan radicales como apoyar la igualdad LGTBIQ+.
Eso le dio a Wyllys un papel destacado fuera de sus fronteras: su exilio, según Green, le ha convertido en “un vivo representante de los tipos de represión” que realiza Bolsonaro contra los más vulnerables del país.
En los meses que han transcurrido desde que se marchó, Wyllys ha dado conferencias por Europa sobre los peligros que encarna Bolsonaro para la democracia de Brasil. Según las investigaciones, las elecciones del país estuvieron muy influidas por las noticias falsas que se difundieron por WhatsApp, Gab y otras redes sociales, la mayoría de ellas llenas de acusaciones falsas contra progresistas como Wyllys.
Por ello, Wyllys está buscando subvenciones que le permitan matricularse en alguna universidad europea para estudiar el papel que han desempeñado las redes sociales a la hora de dar voz a quienes lo amenazan en internet y en persona, y también para analizar cómo empresas como Facebook, WhatsApp y Twitter han impulsado movimientos de extrema derecha y debilitado democracias de todo el mundo.
El tiempo que ha pasado lejos de su país natal no ha disminuido el orgullo que siente por él, más bien le ha proporcionado una perspectiva de Brasil que antes no tenía.
“Observo Brasil como si fuera un acuario. Me aporta claridad y perspectiva, me da más poder para intervenir. También me permite darme cuenta de cómo está cayendo Brasil por un abismo”, explica.
La retórica apasionada que antes le caracterizaba regresa en ocasiones.
“Si ahora me preguntas: ‘¿Es un movimiento fascista?’, te diría que no, pero sí que pone en marcha muchas políticas fascistas”, comenta Wyllys.
Señala como ejemplos las medidas del Gobierno para limitar las manifestaciones a las puertas del palacio presidencial, los ataques a los periodistas, las amenazas a la prensa, una seguridad con más poder para matar a los negros jóvenes y los ataques al colectivo LGTBIQ+, que son “siempre un objetivo” para los regímenes fascistas. Y no se trata solo de Bolsonaro, sino también de la gente a la que ha dado cargos y poder.
“Todo el Gobierno está encaminándose hacia el fascismo”, afirma Wyllys.
Hace una pausa.
“Muchas personas no pueden hacer lo que hice yo. No pueden salir del país. Están amenazadas. El modo de proteger a esta gente es alzar la voz en representación suya, pero si estuviera en Brasil, temería por mi vida y, claramente, no podría hablar con tanta franqueza como ahora”, justifica.
La mañana en la que hablamos, Jean Wyllys despertó de lo que fuera que estuviera soñando de Brasil y se encontró en Providence (Rhode Island, Estados Unidos), aunque puede que tardara un momento en acordarse de ello. Durante los últimos dos meses ha recorrido España, Portugal, Alemania y ha empezado la primera de tres paradas que hará en Estados Unidos durante el siguiente mes.
De Rhode Island a Nueva York y de Nueva York a Washington, la capital. Después, vuelta a Europa para dar una conferencia en Bruselas. No para quieto y la ansiedad aún no ha desaparecido.
Acercarse a desconocidos puede llenarle de temor por si intentarán hacerle daño. La confianza es difícil de recuperar una vez que está enterrada. Los ataques no han cesado: el embajador de Bolsonaro en Estados Unidos cuestionó su decisión de marcharse de Brasil y su oposición al presidente durante un evento en Ginebra el pasado mes de marzo. El mes anterior, en Portugal, dos manifestantes conservadores le lanzaron huevos mientras daba un discurso, aunque no acertaron.
Incluso cuando está más relajado, Wyllys no está donde le gustaría. Cada día que pasa fuera de Brasil es otro día rodeado de un idioma que no conoce, una cultura extranjera, una comida a la que no está acostumbrado y unas normas de conducta a las que se tiene que aclimatar rápido. Refugiarse del estrés del día a día es permanecer en la habitación del hotel de una ciudad que no es la suya. Admite a regañadientes que no sabía que sería tan complicado encontrar la paz estando a miles de kilómetros de un Brasil en el que no existe la paz.
“Aún no he logrado establecer una rutina o un día a día estable. Aún tengo heridas abiertas. Sigo muy dolido”, confiesa.
Este agudo político, que tiene una voz sorprendentemente profunda y enérgica para venir de un hombre de menos de un metro setenta de estatura, aún resurge en ocasiones. Recupera ocasionalmente su tono apasionado cuando la conversación toca un tema concreto o cuando logra asestar un buen golpe retórico.
No obstante, no es el mismo que en las anteriores veces que lo he entrevistado o lo he oído hablar. El cansancio ensombrece su rostro. Su voz es más silenciosa. Wyllys está derrotado, especialmente cuando recuerda que no está en casa porque no puede.
“Cada vez que recuerdo que no estoy con mis amigos y con mi familia en Brasil, lloro”, confiesa Wyllys.
Se echa a llorar.
Hace lo que puede por reprimir el dolor y concentrarse en las luchas que tiene que librar por los brasileños y por Brasil.
“Sé que tendré que lidiar con ello”.
Lo peor es la incertidumbre. ¿Tendrá que seguir así meses? ¿Años? ¿El resto de su vida? Su sobrina tiene un año. ¿Cuántos cumpleaños se perderá? Su madre se está haciendo mayor. ¿Volverá a verla antes de morir?
Quiere regresar, pero ¿cuándo podrá? ¿Volverá algún día Brasil, su Brasil, a ser segura de nuevo?
Es fácil valorar la gravedad de las dictaduras del pasado (e incluso las dictaduras florecientes del presente) en términos cuantificables: el número de vidas que se cobran o se intentan cobrar, el número de desaparecidos, el número de niños que separan, la cantidad de leyes antidemocráticas que implementan, los simpatizantes que ponen en el poder o a los que ayudan a triunfar en otros lugares.
Pero ¿qué pasa con las almas que agotan, las mentes que nublan y los presentes y futuros que alteran para siempre aunque no los silencien completamente? ¿Y los daños psicológicos que causan a quienes huyen por miedo o a los que no pueden y se ven obligados a vivir todos los días paralizados por el terror?
Jean Wyllys está vivo y sigue luchando, pero es consciente, en sus palabras, de que solo ha cambiado “una forma de inseguridad por otra distinta”. Ha recuperado la libertad para vivir, solo que a un precio incalculable: la libertad de vivir en su hogar.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.