¿Cuál es el papel de Europa ante la escalada en Ucrania?
Los intentos diplomáticos de Francia y, en menor medida, de Alemania, han contrastado con la voz secundaria de Bruselas como bloque a la hora de promover la paz.
Nos las prometíamos felices, pero llegó anoche Vladimir Putin y lo puso todo patas arriba reconociendo las repúblicas separatistas del Donbás ucraniano. Apenas unas horas antes, parecía que la diplomacia estaba cosechando frutos. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, había logrado arrancar a Moscú la promesa de esforzarse en llevar a cabo “un trabajo intenso” que llevase a un alto el fuego en el este de Ucrania, donde se enfrentaban ya el Ejército regular ucraniano y las milicias prorrusas. De ahí fueron naciendo nuevos compromisos ilusionantes para frenar la desescalada: una reunión del Grupo de Contacto Trilateral, un compromiso de EEUU de sentarse con Moscú, contactos en la ONU. Rodeados de amenazas, de declaraciones duras para que nadie se ablandase, pero engrasando la maquinaria. Todo ya es nada, al menos por ahora.
Los movimientos de las últimas semanas, al menos, sirven para analizar cómo se han comportado los dirigentes europeos al respecto y lo que tendrán que hacer ahora, cuando el castillo de naipes yace tumbado sobre la mesa. Destaca el loable empeño del presidente galo por impedir la que podría ser la mayor guerra en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial, cuando otros no lo han intentado. Por mucho que Francia tenga este año la presidencia de turno de la Unión Europea, Macron no ha ido hablando en nombre de Bruselas, de los Veintisiete. No ha habido tanta unidad de acción en el club comunitario como sería necesaria. Alemania ha ayudado -la fórmula del Cuarteto de Normandía, con París, Berlín, Kiev y Moscú ha sido la única exitosa para lograr acuerdos en estos años y era la gran esperanza de una salida pacífica- pero lo ha hecho con menor fuerza y exposición que en la era Merkel.
La crisis de Ucrania ha puesto de manifiesto que, como cuando se hablaba de la Europa a dos velocidades en lo económico, estamos presenciando una Europa que, país a país, tiene relaciones muy diversas, complejas y profundas con Rusia, unos intereses defensivos que dependen mucho de la geografía, la frontera y los vecinos y unas servidumbres económicas igualmente desequilibradas. Por eso no hay una postura común ni tampoco una apuesta común, justo cuando esta coyuntura podría ser, a juicio de los expertos, la oportunidad de dejar de ser un actor secundario, el momento de ser una llave útil, una voz escuchada.
Ahora que Putin ha dilapidado las esperanzas, las sanciones son la siguiente piedra de toque. Hoy mismo las debaten los ministros de Exteriores en París y todavía no hay detalles concretos de lo que se quiere aprobar, aunque no pueden hacerlo los cancilleres, son los Veintisiete los que tienen que darles luz verde.
Macron, un “esfuerzo sincero y denodado”
Ernesto Pascual, experto en Relaciones Internacionales de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), reivindica que el de Macron ha sido un “esfuerzo sincero” por arreglar las cosas, más allá de la coyuntura de que, en abril, haya elecciones presidenciales en Francia. Un afán que Alemania y su canciller, Olaf Scholz, también han estado sumándose.
“Los únicos acuerdos de paz que ha habido hasta ahora se han logrado por el Cuarteto de Normandía, que firmaron Minsk 1 y 2. El primero fue tremendamente frágil, es verdad, y hubo que hacer otro rápidamente, pero por lo menos fueron caminos de paz abiertos a una guerra que parte de 2014 y que ha dado frutos, como en diciembre de 2019, justo antes de la pandemia, cuando se produjo un intercambio de prisioneros”, contextualiza. “Los únicos atisbos de paz y de desescalada del conflicto han llegado vía París o Berlín”, sentencia.
A eso se suma que actualmente Francia ostenta la presidencia temporal de la Unión Europea, lo que ha reforzado su papel de locomotora, y que Macron preside el país más dispuesto de la Unión Europea “a dejar de subcontratar su política de seguridad y contar con un ejército propio y unas relaciones exteriores comunes y más fuertes”. “Así se entiende, más allá de personalismos, el esfuerzo denodado de Macron, con la aquiescencia de Alemania, para desescalar el conflicto”, indica el politólogo.
Reivindica el papel de Alemania, “que está”. Se la ha visto menos, concede, por una suma de condicionantes: su canciller acaba de llegar al cargo -las elecciones fueron en septiembre y formó gabinete a tres bandas en diciembre-, aún debe hacerse con el liderazgo dejado en Bruselas por su antecesora Merkel, y tiene unos enormes intereses económicos pendientes con Rusia, empezando por el gasoducto Nord Stream 2, ahora parado, que llevaría gas directamente de un país al otro, permitiendo cierta relajación energética a los germanos.
“Berlín ha ido con prudencia porque si apretaba se le podía acusar de tibieza y hasta de colaboracionista con Rusia, una cosa que EEUU ya ha dicho en algunos momentos. Tiene sus intereses muy claros en lo económico y energético, lo mismo que sus compromisos con Minsk, pero no quiere desmarcarse de la política atlantista para no ser señalado por entenderse con Putin”, recuerda Pascual. Por eso hubo sus momentos tensos en el encuentro de Biden y Scholz en Washington, pero el mensaje final fue de unidad.
El europeísta belga Matthias Poelmans confirma esta visión, aunque en su caso sostiene que que tampoco hay que perder de vista “el empeño de Macron de ser el nuevo líder de Europa, el refuerzo de imagen si lograba frenar una contienda a las puertas de sus elecciones y cierto afán de pasar a la historia como un gran estadista internacional”. No obstante, comparte que ha sido Europa, “con todos los demás detrás”, quien ha logrado vía eje franco-alemán que al menos haya altos el fuego en las repúblicas autoproclamadas en el Donbás y que es ese modelo de Minsk en el que hay que insistir. Lo dice en presente, pese a todo lo de anoche.
“Minsk fue una vía hacia un alto el fuego y un acuerdo político basado en una constitución más federal y con ese doble objetivo trabajan desde París y Berlín, es una forma sólida de reducir la escalada”, pero no se puede hablar de “ofensiva diplomática europea, como hacen muchos medios, cuando quienes se han mojado son sólo dos países”, recuerda.
París buscaba, sobre todo, calma en tres actos: un alto el fuego en el Donbás, una verificación de ese cese de hostilidades y, al fin, una amplia discusión sobre seguridad colectiva y estabilidad en Europa, informaron fuentes del Gobierno francés a EFE. “Cada día que pasa sin que haya guerra es un día ganado para la paz”, afirmaban en El Elíseo. Ya se ha roto ese espejismo.
El papel de la Comisión
Pascual resopla cuando se le pregunta por el papel de la Comisión Europea en este entuerto. “Ha jugado el de siempre, la no unificación de criterios”, lamenta. A su entender, tanto el jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, como la propia presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, “han jugando un papel atlantista, comulgando con las tesis norteamericanas y británicas”, justo en un momento en que sus dos países más fuertes, como son Francia y Alemania, estaban negociando la paz.
Asume que la situación de Bruselas “hay que entenderla”, porque hay muchos países de los Veintisiete que son parte de la OTAN “y, por lo tanto, tienen unos deberes con la Alianza Atlántica”, pero a su juicio eso “no debería significar un seguidismo de las políticas norteamericanas”. Más aún, explica, cuando esta crisis tiene también una importante lectura en clave doméstica, con “Biden arrastrando una popularidad muy escasa, cuando no hay nada que una más a los norteamericanos que los tambores de guerra”.
En ese contexto, tenemos a Francia y Alemania, los dos países que más han defendido en los últimos años que Europa tenga “una política común y de seguridad propia”, y que por intereses claros, sobre todo del segundo, no desean una guerra que “supondría muy probablemente un desabastecimiento energético” de la zona. “Han intentado por todos los medios desescalar el conflicto, pero no actúa el bloque”, insiste.
Poelmans, que ha sido lobista en cuestiones de Defensa en Bruselas, entiende que “la situación actual ha demostrado que EEUU no duda en pasar por alto a Europa, incluso con respecto a un conflicto que ocurre en uno de los países vecinos de la UE”. No es algo nuevo: en los últimos tiempos ha dado pocos pares y nones a Bruselas en cuestiones defensivas clave como la retirada de Afganistán o el acuerdo AUKUS de seguridad en el Indo-Pacífico, cita.
Eso aumenta la urgencia de llegar a una postura común de la UE sobre defensa y seguridad, más allá de Ucrania. “Europa ahora tiene que reconocer que el mundo está dominado por potencias competidoras, como China y EEUU, y es necesario tener una voz propia, muy sustentada en los valores fundacionales de la Unión, que garantice por encima de todos los intereses del grupo”. Entiende el especialista que quizá ese nuevo tiempo se fije en la llamada Brújula Estratégica, las líneas maestras de esa nueva autonomía en diplomacia y ejército que debería darse a conocer en marzo, un momento complicado con el escenario ucraniano tal y como está.
Los problemas para tener una voz única
El analista belga sostiene que la UE debe salir de su papel de “poder blando”, que entiende exclusivamente económico y comercial en la actualidad, y convertirse también en un “poder duro” geopolítico. Tan claro como “que hablamos de una guerra en su propio suelo, en su continente”. Entiende complicado que se supere en breve la política de bloques que protagonizó el mundo en el siglo pasado, más la irrupción de China, pero no ser “ninguneado”, sino “tenido en cuenta”. Pero para eso, el consenso es crucial y las divisiones entre los socios europeos comienzan en los puntos más básicos, porque son muy diferentes las sensibilidades de los Veintisiete respecto a Rusia, incluyendo hasta las peticiones de no alineación que parten de grupos como La Izquierda que se llevan escuchando semanas.
“Los países de la UE tienen percepciones de amenazas divergentes: a Portugal no le importará la situación de seguridad en el este como a Polonia, por ejemplo -señala-. Sucede con la propia autonomía estratégica, no hay que irse a Ucrania. Hay quien quiere reducir la dependencia de la OTAN y quien pide su abrigo más que nunca, sobre todo ante la amenaza rusa. El mensaje claro que sí une a todos es la defensa de la soberanía y la integridad de Ucrania. Para imponer las sanciones que ya están vigentes se ha tenido que hilar muy fino”, añade. Para aprobar unas nuevas, avisa, habrá que examinar “territorios, fronteras, influencias, miedos, sectores afectados y energía hasta fijarlas, por mucho que se diga que están ya preparadas”, avisa.
Hasta ahora, lo tangible por parte de Bruselas son los 1.200 millones de euros que ya ha aprobado el Parlamento Europeo como ayuda a Ucrania para superar el bache económico que esta escalada le está reportando.
El profesor Ernesto Pascual recuerda, además, que las relaciones con el Kremlin han cambiado en poco tiempo, para mal. “En 2010, Rusia nos estaba ofreciendo un acuerdo de colaboración económica y hemos pasado de ese escenario a uno de confrontación con ellos. Ese giro se produce a partir de 2016, cuando la UE empieza a decir que es un factor de peligro máximo, cuando Moscú con su guerra híbrida, con los ataques informáticos, por ejemplo. No se suele recordar, pero Rusia hasta pidió el ingreso en la OTAN y no se le concedió”, indica.
En el cambio de temperatura entre el bloque comunitario y Rusia ha tenido “gran parte de culpa” la propia Europa, “por no fiarnos y ser muy atlantistas en este aspecto”, aunque por supuesto “Putin no es precisamente un modelo de gestión democrática de un país, eso es evidente; la transición a la federación rusa tiene todos los males del mundo”, precisa. Pero Bruselas no ha sabido llevar bien la relación de los países del este, los antiguamente influidos por Moscú, y sus distintas sensibilidades.
Su colega belga cita un artículo muy difundido estos días, escrito en Politico por Nathalie Tocci, al frente del Istituto Affari Internazionali (IAI). En él dice: “La Unión Europea no puede darse el lujo de estar ausente en un momento de crisis como este. Es hora de que sus líderes den un paso adelante y hagan una contribución significativa para resolver la crisis en su frontera”. “Pase lo que pase, sea cual sea el escenario, Europa tiene que moverse”, concluye.