Covid-19: los bienes públicos globales y el realismo cosmopolita
Esta crisis puede y debe servir para reforzar la acción colectiva y la cooperación internacional.
Decía el politólogo e internacionalista David Held que la paradoja de nuestros tiempos consiste en que los problemas colectivos con los que debemos lidiar son cada vez más extensos e intensivos y, sin embargo, los medios para abordarlos son débiles e incompletos. La crisis del Covid-19 evidencia claramente esta cuestión, donde las respuestas políticas y económicas han tenido un marcado carácter nacional. El Estado sin duda es condición necesaria, pero no condición suficiente.
Los ejemplos de ayuda internacional que se han producido han consistido en iniciativas bilaterales voluntarias y descoordinadas entre sí, lo que pone de manifiesto la ausencia de espacios colectivos de cooperación internacional dotados de mecanismos coercitivos. El caso de la UE es reseñable en este aspecto. Italia y España han recibido material médico de China, esperándose mucho más de la UE y de sus Estados miembros en términos de apoyo y coordinación. Han transcurrido ya varias semanas desde la propagación de la pandemia y, sin embargo, aún no se han alcanzado acuerdos para mutualizar a escala europea el endeudamiento que necesariamente va a implicar esta crisis sanitaria. Pero tampoco hacia el exterior puede hablarse precisamente de apoyo mutuo. El presidente de Serbia, Aleksander Vučic, ha acusado a la UE por su insolidaridad al rechazar la demanda de este país de material sanitario, llegando a afirmar que la solidaridad europea no existe y que la única ayuda recibida es la de China. Conviene recordar que en 2012 Serbia obtuvo el estatus de país candidato para su adhesión a la UE. Al igual que en 2015 con la mal llamada “crisis de los refugiados”, parece imperar el sálvese quien pueda, poco compatible con los principios y valores de la UE.
Para el economista Paul Samuelson, un bien público se caracteriza por la exclusividad (nadie puede ser excluido de su consumo) y la no rivalidad (su consumo es ilimitado). Así mismo, sus beneficios deben ser universales y extenderse a todos los grupos de población. La progresiva llegada de la globalización nos hizo pensar en la idea de los bienes públicos globales, como es el caso de la salud pública. El alcance mundial de la pandemia y su correspondiente categorización como mal público global, nos invita a pensar en estructuras de gobernanza supranacionales o, al menos, intergubernamentales.
Algunos afirman que de esta crisis emergerán nuevas estructuras de gobernanza global. Otros incluso hablan de un nuevo orden internacional, como ya sucediera después de la Segunda Guerra Mundial con los acuerdos de Bretton Woods y el Plan Marshall. No parecen éstas las intenciones de China, como superpotencia no ya emergente sino emergida. Su eje estratégico se orienta más a la expansión económica que a la hegemonía política y cultural, pese a la oportunidad histórica que le brinda el actual contexto de desoccidentalización (que, como recuerda Walter Mignolo, no es igual a descolonización) en el que nos encontramos. Más allá de estos condicionantes geoestratégicos, solo una decidida voluntad política permitirá desarrollar instrumentos globales y regionales con los que responder eficazmente.
Esta crisis puede y debe servir para reforzar la acción colectiva y la cooperación internacional. Dicho de otro modo, es preciso avanzar hacia la responsabilidad global compartida de los retos a los que nos enfrentamos, lo cual implica más y no menos multilateralismo. Insistiendo en la visión de Held, se requiere un convenio global superador de los tres grandes “ismos” que, con frecuencia, resuenan en tiempos de crisis, como son el soberanismo, el nacionalismo y el nativismo. Estos tiempos apuntan más que nunca al imperativo de la protección coordinada de los bienes públicos globales: siguiendo a Ulrick Beck, el cosmopolitismo es el nuevo realismo.