Coronanegacionismo: la estupidez perfecta
Propongo que apliquemos el estupidómetro de Cipolla a la recientemente aparecida estupidez negacionista.
Estaremos de acuerdo: hay estupideces y estupideces. Las hay suaves, atenuadas, estupideces encubiertas mezcladas con gotas de sensatez para pasar desapercibidas; y las hay gozosas, la plenitud de las estupideces, estupideces tan grandes que estupideces más grandes no pueden ser pensadas.
A finales de los 80, el economista Carlo Cipolla sistematizó las leyes de la estupidez ofreciendo cinco principios que ya figuran en el podio de la ciencia natural, junto a las leyes de Kepler o los principios de la termodinámica. Las leyes de Cipolla, además, suponen un auténtico estupidómetro que permite medir, en relación con su ajuste a los cinco principios, cuán estúpida es cada nueva postura que aparezca en el firmamento.
El anterior domingo tuvo lugar en la plaza de Colón la presentación en sociedad de lo que podríamos llamar “negacionismo desenmascarillado” o “coronanegacionismo”. Propongo que apliquemos el estupidómetro de Cipolla a la recientemente aparecida estupidez negacionista.
- Primera ley: “Siempre e inevitablemente se subestima el número de estúpidos en circulación”. Aplicable a nuestro caso. A priori, todos hubiéramos apostado por que la asistencia a la concentración se limitaría a Javier Negre, Teresa Forcades y Josep Pàmies -este último no tanto por su coronanegacionismo, que también, sino por su incansable búsqueda de nuevos nichos (de mercado)-. Pues no. Tres o cuatro mil estúpidos. ¿Está usted ahora fuera de casa? Mire a su alrededor: hay un coronanegacionista cerca de usted.
- Segunda ley: “La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de dicha persona”. Marquemos también esta casilla. Jóvenes, viejos, ricos, pobres, altos, bajitos, analfabetos y… chanchán… ¡sorpresa! Médicos. El propio premio Nobel Luc Montagnier ha dicho no sé qué estupideces sobre el origen del virus. Pero bueno, también ha defendido la homeopatía, así que… Los negacionistas hacen orgullosa gala de su rechazo al consenso médico oficial, pero luego pierden el culo de alborozo si un médico aislado les apoya, y cuanto más oficial sea el currículo del médico estúpido, mejor.
- Tercera ley: “Los estúpidos causan daño a otras personas sin obtener ellos ganancia personal alguna, o, incluso, provocándose daños a sí mismos”. ¿Seguro que Cipolla no tuvo en 1988 una premonición sobre 2020? ¿Seguro que no está hablando de los estúpidos colonitas que no sólo contribuyeron a la expansión del virus, sino que también han empezado a asomar la patita por el Sistema Nacional de Salud? Un punto más para el recuento.
- Cuarta ley: “Las personas no estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de los estúpidos”. Otro acierto. Por eso leemos en los carteles “use mascarilla” o “respete la distancia de seguridad”, pero no leemos “no sea estúpido”. Creemos que no son un elemento relevante en la gestión de la pandemia, a pesar de que sin ellos -tanto en la población como en el Gobierno- esto se hubiera acabado en junio. Cualquier técnico de prevención debería comenzar su jornada escuchando a Miguel Bosé cantar “don Diablo se ha escapado, tú no sabes la que ha armado, ten cuidado, yo lo digo por si...”. Entendería la gravedad del fenómeno que afronta.
- Quinta ley: “Un estúpido es mucho más peligroso que un malvado”. ¡Y bingo! Spiderman se enfrenta al doctor Octopus y el Capitán América lucha contra Cráneo Rojo, pero los Vengadores no aparecieron por Colón porque a Iron Man le da mucho menos miedo Thanos pasado de benzedrina que Ouka Leele abrazándole mientras proclama ser un ser de luz.
Cinco sobre cinco. Ajuste total al modelo. Matrícula de honor en estupidez. Resulta paradójico, pero, así como un sismólogo puede encontrar fascinante un terremoto de nivel 12 en la escala Richter que asola una ciudad, y el físico teórico más pacifista del mundo puede apasionarse por la explosión de una bomba atómica, también los psicólogos podemos deleitarnos en el estudio de lo ocurrido en la plaza de Colón el pasado 16 de agosto.
Sin conservantes, colorantes ni sensatez. No contiene trazas de cacahuetes ni de inteligencia. Cero azúcares, cero grasas, cero realidad. Cien por cien estupidez en estado puro. Pocas veces en la vida tiene uno la ocasión de encontrarse delante de las narices con la estupidez perfecta.