Contra el supremacismo deportivo
Entrenamiento periodístico para eliminar las toxinas de la arrogancia atlética.
Salida
¡Cuánto heroísmo hay en el deporte! ¡Y cuánto bastardo! En febrero de 2017, la keniana batió el récord del mundo de Media Maratón. Han bastado dos años para destrozar un récord mundial. Es algo sobrecogedor y hasta heroico. Se habla con más insistencia que nunca de la proeza de bajar de dos horas en una maratón. Ningún reproche, por tanto, a la superación de límites y barreras.
Por el contrario, la retórica del superhombre y la ficción del deportista hecho a sí mismo son cada vez más visibles y nauseabundas. La fe del converso que descubre la actividad física de un día para otro y te la restriega por la cara provoca estupor. Desconfiemos de todo aquel que afirmaba con orgullo que correr era de cobardes y ahora compite cegado por causas tan nobles como la salud o el espíritu deportivo.
Km 10
El vocabulario puede ser un buen detector de arrogancia deportiva: sospechemos de aquellos que abusan de términos como running, outfit o coach. Si la conversación empieza a orbitar de forma obsesiva en torno a las sutilezas de las zapatillas para pronadores o para supinadores, quizás esté frente a un calvinista deportivo.
Si las recomendaciones deportivas empiezan a girar en torno a apps (Endomondo), empresas (Garmin), geles y demás parafernalia, quizás esté ante un bobo deportivo (bourgeois bohemian) o frente a un profeta del nuevo evangelio físico.
Hay motivos de sobra para aburrirse en el santuario del supremacismo deportivo.
Km 20
La mayor mentira de estos puritanos del deporte tiene que ver con la salvación personal. Ellos salmodian el primer mandamiento del espíritu deportivo: "Mi único rival soy yo mismo". Eso sí, ninguno se olvida de fotografiar a su único rival y colgarlo en las redes sociales, ni de compartir a diario estadísticas sobre sus marcas y progresos. El supremacista deportivo rivaliza consigo mismo, claro que sí, pero necesita el feedback y la admiración de sus correligionarios porque sabe que en el fondo ni es un deportista de élite (no se atreve) ni su amor es más valioso que el del cinéfilo o el melómano.
Km 30
El académico Francisco Rico, en su crítica a la ley antitabaco, se burló de los lectores al decir que él jamás se había fumado un cigarro. Yo no soy tan socarrón. Vaya por delante que a mí me entusiasma el deporte. He sido víctima, como tantos otros, de ciertas extravagancias deportivas: he hecho carreras de espaldas y descalzo, he competido en medias maratones bajo la lluvia y también he terminado con éxito una maratón que no quedó homologada por un error en el recorrido. He jugado al ajedrez, al paintball, al balonvolea (prefiero esta palabra a voleibol) e incluso me he tirado en paracaídas. No soy un deportista resentido, pero nunca entendí el juego o el deporte como una droga y mucho menos como una religión.
Me debe de pasar como a Víctor Lenore, que se identificaba con los hipsters y luego renegó de ellos. El deporte es uno de los amores de mi vida, y precisamente por ese motivo no quiero que otros hagan "política deportiva" por mí. Me duele mucho que cada vez haya más pruebas con ánimo de lucro. Me jode que haya tantos posicionamientos de productos (product placement) en una carrera como en una serie de televisión. Recordemos, por cierto, que la filosofía del deporte encierra algunas lecciones políticas: los líderes de la derecha suelen pensar en sí mismos en términos de grandeza física, frente al análisis más cerebral de los líderes de la izquierda. Los supremacistas deportivos se carcajearán de esa idea... mientras sufren por quedar por delante de un progre.
Km 40
Hay deportistas espartanos que además se vanaglorian de sus éxitos económicos. Estoy pensando en Josef Ajram, ese neodarwinista social tan tatuado que se vende como bróker y corredor de Ironmans.
Y luego tenemos a deportistas excepcionales como el nadador malagueño Christian Jongeneel, que lleva a cabo retos imposibles con fines solidarios. Jongeneel, a quien he tenido el privilegio de conocer, rezuma humildad y está cargado de buenas intenciones.
No tendría sentido proponer una competición entre Ajram y Jongeneel, pero no me cabe duda de quién se llevaría la victoria moral.
Meta
El deporte se debería parecer más a la natación en aguas abiertas: hay que descalzarse las ideas supremacistas, bañarse en orgullo atlético (sin el cloro de la arrogancia) y dar brazadas hacia la integridad deportiva.