Contra el 'mindfulness'
Entrevista con Ronald E. Purser, autor de 'McMindfulness'.
El mindfulness no es exactamente una pseudociencia, aunque las razones de su éxito no difieren demasiado de las que han otorgado popularidad a las pseudoterapias. El profesor Ronald Purser ha publicado McMindfulness (Alianza, 2021), un ensayo dedicado a poner en contexto la reciente banalización de la meditación y de la llamada atención plena. Meditar es como alimentar el alma, sí, pero conviene recordar que hay quienes comen a base de hamburguesas…
El éxito del mindfulness se dio gracias a la resistencia cultural de los monjes budistas Theravada contra el Imperio Británico. Por tanto, este sería otro ejemplo de colonialismo que importa prácticas espirituales despojándolas de su contexto filosófico e histórico. Señala a Jon Kabat-Zinn como el responsable del éxito actual del mindfulness. ¿Quiénes son sus cómplices?
Hablamos de algo que se ha convertido en una industria de 2.200 millones de dólares. Lo que empezó como una intervención terapéutica sencilla en el sótano de un hospital para quienes padecían dolor crónico y estrés se ha transformado en una espiritualidad capitalista que se vende como una oferta amable del mercado. La popularidad del mindfulness llevó su tiempo. Los médicos y científicos tuvieron que subirse a ese carro para proporcionar cierto sello de legitimidad. La terminología y el lenguaje tuvieron que cambiar para mistificar el mindfulness y que este apareciera como algo secular, no como una práctica con raíces budistas. Una vez que se dio esta recontextualización, llegaron “empresarios espirituales” para venderlo como una marca y como un estilo de vida a la moda.
Mi libro McMindfulness interpela a los consumidores que buscan la espiritualidad. Al igual que en el viejo oeste, los empresarios del mindfulness pueden reivindicar con esta creencia casi cualquier cosa que tengan en mente: es una panacea, una cura para todo. Todo vale. Lo que es común entre la variedad de ofertas de mindfulness, ya sea terapéutico o comercial, es una llamada al yo interior para encontrar la serenidad, desconectando de las preocupaciones y cargas de la vida cotidiana. Por eso es una venta fácil, lo que en parte explica su éxito arrollador. Eso explica por qué el mindfulness ha interesado a atletas olímpicos como Simone Biles o a adolescentes que escuchan una app de mindfulness en su móvil. Hay alrededor de cien mil libros en Amazon con la palabra mindfulness o mindful en el título (Mindful Finance, Mindful Sex y Mindful Dog Owners, entre otros). Si buscas en Google mindfulness, hay unos 240.000 resultados.
En definitiva, el mindfulness es una mercancía tan de moda que Kentucky Fried Chicken ofrece una meditación en la que te debes concentrar en su pastel KFC.
Usted es budista y critica el cliché de centrarse en el presente porque eso lleva a una amoralidad del ser. Llega a comparar a Donald Trump con Jon Kabat-Zinn: ambos venden soluciones fáciles contra los problemas del mundo.
En la tradición budista, las descripciones canónicas diferencian entre el buen y el mal mindfulness. El bueno es una facultad de la mente que permite discernir entre acciones y estados mentales provechosos de otros que son improductivos. Eso se hace mediante la expansión de nuestra visión del campo temporal. A esto lo podemos llamar sabiduría. Esa facultad puede representar todo el tiempo, no solo la efímera franja del presente inmediato. En este sentido, el mindfulness no es una atención meramente pasiva del presente basada en la suspensión del juicio. Un marine estadounidense adiestrado en mindfulness puede centrar su atención en el presente inmediato para matar al enemigo de forma efectiva. Por eso fijarse en el presente a través de una técnica que es, en esencia, una manera de mejorar la atención no es un buen mindfulnesss desde el punto de vista del budismo. El mindfulness moderno ha infravalorado o ignorado las dimensiones cognitivas que incorporan el juicio y el discernimiento, así como el papel de la ética en promover el desarrollo del mindfulness. Todo eso ha llevado a una comprensión sesgada y superficial del mindfulness como una mera forma terapéutica de lograr calma o relajación.
Hay aspectos de la tradición budista que apelan a la aplicación de nuestra inteligencia analítica y crítica para así cuestionar muchos prejuicios y presupuestos de nuestras percepciones, las cuales tienden a ver los objetos (incluida nuestra autopercepción) como algo permanente y que existe de forma independiente.
Lo que ahora se ofrece es un mindfulness disuelto en una aspiración de sentirse bien que puede ser fácilmente asimilado en nuestros estilos de vida consumistas.
El tufo del mindfulness también está llegando a la escuela. ¿Qué necesita de verdad la educación pública?
Solo puedo hablar de lo que veo en Estados Unidos. Las escuelas públicas están infrafinanciadas y politizadas: se han vuelto centros de entrenamiento para alimentar el sistema capitalista, no para proporcionar una educación crítica, que es la base de una democracia próspera. Se suele valorar la buena actitud, condicionando a los estudiantes para que cumplan con las normas y los comportamientos que se esperan de ellos. Hay exámenes obligatorios y muy estandarizados, por lo que los profesores tienen poca autonomía sobre qué enseñar y cómo hacerlo. Además, hemos tenido grandes desigualdades sistémicas en nuestra sociedad, lo que representa un espejo de la calidad de la educación; la juventud más desfavorecida y las minorías raciales asisten a escuelas en pésimas condiciones cuya falta de recursos ni siquiera garantiza que el estudiante asista a clases. El mindfulness se ha vuelto muy popular en escuelas de grandes ciudades donde se pide a los estudiantes que sigan sentados, que controlen sus emociones y que sean obedientes y solícitos. Esos programas ensalzan la pasividad más que al compromiso social y político.
Un familiar me habló muy bien del mindfulness, a pesar de mi incredulidad nada respetuosa. ¿Qué debería decirle?
Nunca he negado que el mindfulness o el yoga puedan ofrecer algunos beneficios terapéuticos. La ciencia, a pesar de tener sus propias debilidades metodológicas, al menos muestra que hay pequeños beneficios. El mindfulness se promueve por sus beneficios en la salud para que sea fácil de vender y de digerir. Se integra fácilmente en los sistemas preexistentes y funciona como un mecanismo exento de problemas o como una fuerza salvadora que nos ayuda con los efectos perjudiciales del capitalismo. En este sentido, se ha subordinado al reino económico. Así que para salir de aquí, tendremos que hablar un poco de la ideología neoliberal porque lo que ocurre con el mindfulness es que forma parte de la cultura terapéutica… y la cultura terapéutica tiene su propio lenguaje, una narrativa propia. Por ejemplo, dentro del paradigma biomédico, hablamos de intervenciones y de otros conceptos. En el caso del mindfulness, el discurso hegemónico es asumir la responsabilidad personal. Afloran palabras cargadas de sentido, como resiliencia o felicidad, y se nos dice que solo tenemos que mirar en nuestro interior para encontrar a nuestro auténtico yo.
Tenemos que ser conscientes de hasta qué punto el estrés se ha despolitizado en las economías neoliberales. La cultura de la salud asume que el estrés es una preocupación individual sin conexión con la esfera política o social, de ahí que haya una industria que se ha formado en torno al sujeto estresado. El estrés se describe como el resultado de malas elecciones de vida y se reduce a explicaciones biologicistas.
Rechazo el estrés como algo inevitable y natural cuyo cuidado depende de nosotros mismos, ya sea con mindfulness o yoga. La participación política y aliarse con otros en acciones colectivas para cambiar el ambiente sociopolítico también puede mitigar el estrés, la angustia y la soledad; los individuos se pueden empoderar y reivindicar sus capacidades como ciudadanos de una democracia. Buscar un alivio pasajero del estrés escuchando una meditación guiada en el metro está bien, pero las fuentes estructurales del estrés permanecerán después de que terminemos los tres minutos de meditación en Headspace o en Calm. Las aplicaciones de autoayuda fallan porque el estrés que pone nuestras vidas en tensión se queda después de que hayamos hecho el tratamiento. Las personas que pueden encontrar los recursos que necesitan en su entorno tienen más probabilidades de éxito que los individuos que buscan un alivio temporal con una app.
Esto no equivale a decir que cuidar de uno mismo es un error. Como dijo la feminista lesbiana afroamericana Audre Lorde: “Cuidar de mí misma no es autoindulgencia, sino autoconservación y un acto de lucha política”. La subjetividad también es un lugar de lucha. Sin embargo, esta forma de autocuidado como resistencia está orientado a rechazar discursos y mensajes culturales sobre individuos que necesitan ajustarse, adaptarse y aceptar el statu quo.
Necesitamos una visión colectiva y más holística del bienestar mental. Deberíamos observar las variables estructurales, como el acceso a la sanidad, la calidad de la educación, el salario digno, el empleo seguro y las condiciones básicas de existencia. Una visión holística requiere incluir todos esos aspectos e incluye todos los sectores de la sociedad, no solo el ámbito de la salud. En cualquier caso, las desigualdades fundamentales de la salud tienen que resolverse en el nivel de la política gubernamental.
Te dejo para meditar con plena conciencia de todo lo que me ha contado…
Hay que poner la práctica del mindfulness dentro de una perspectiva social y ecológica que vaya más allá del alivio del estrés personal. El mundo en el que estamos se ha formado a través de una red compleja de condiciones y causas colectivas. No somos individuos atomizados que solo buscan su bienestar psicológico tejiendo pequeñas y frágiles esferas privadas de autocuidado.
La COVID-19 ha expuesto claramente los problemas de la ideología neoliberal occidental. Se abandonó el bienestar general de la sociedad y se dejó a los individuos competir por su propia supervivencia. Esta situación, que alimentó la codicia y el interés propio, se normalizó. ¿Por qué íbamos a querer volver a semejante “anormalidad” institucionalizada? Más que permitir que el mindfulness active y perpetúe ese mito que mantiene las cosas como están, podemos revolucionar el mindfulness aplicándolo de tal modo que sirva a las grandes necesidades de la sociedad. Eso significa explorar cómo el mindfulness puede mejorar nuestra atención colectiva para analizar las injusticias sistémicas, las desigualdades estructurales y las políticas públicas que dañan a la población marginada y más vulnerable, así como a los ecosistemas naturales.
Hay algo mejor que dedicar nuestra atención a una meditación que nos ofrezca una felicidad fugaz. Podemos orientarnos concienzudamente hacia las demás personas para construir un nuevo movimiento de liberación, usando el mindfulness para una transformación personal y social realmente efectiva.