Contextos. Cinco hombres y una mujer sin piedad
No han tenido miedo al contexto los cinco hombres y una mujer sin piedad del Tribunal Supremo yanqui que consideran que las mujeres no tienen derecho al propio cuerpo ni hay que garantizarles los derechos humanos más elementales.
La artista y escritora Paula Bonet dice en una entrevista que no puede esperar mucho de un contexto que sigue negando la violencia machista. Lo manifestó a raíz de que la Justicia dejara en libertad al agresor que se ha saltado cuando ha querido la orden de alejamiento, al agresor que la conmina a dejar la ciudad en la que vive y trabaja (el individuo considera que la ciudad es suya), que la ha amenazado con estrangularla, descuartizarla, mutilarla, acosarla, violarla, torturarla y provocarle un aborto.
Lejos de esconderse, el muy machista acosador se identifica en el hilo de tuits con su nombre completo e incluye una fotografía suya. En consonancia, pues, no debe extrañar que este abyecto tipejo se presentara en el juzgado fresco tan pancho y a cara descubierta. Nada de cubrirse el rostro, ponerse un casco, etc. como hacen habitualmente los asesinos de parejas o exparejas, o la gente más sinvergüenza después de las más grandes estafas. Realmente no tiene ningún miedo al contexto.
Tampoco han tenido miedo al contexto los cinco hombres y una mujer sin piedad del Tribunal Supremo yanqui que consideran que las mujeres no tienen derecho al propio cuerpo ni hay que garantizarles los derechos humanos más elementales y que han inaugurado una escalada de extrema violencia también institucional. Como la prensa ha hablado mucho de ello sólo quiero hacer notar tres cuestiones.
La primera. Una niña de diez años víctima de una brutal violación ha tenido que trasladarse de Ohio a Indiana para abortar; y tiene suerte porque pronto seguramente tampoco lo habría podido hacer en Indiana. Toda una lección para aquella gente que piensa que no hay para tanto, que las cosas tampoco cambiarán mucho después de desatinos como ese.
La segunda. Es curioso constatar que la sentencia Roe v. Wade (22 de enero de 1973, hace casi cincuenta años) fue dictada por un Tribunal Supremo conformado por tres jueces nominados por presidentes demócratas y seis por presidentes republicanos. De los cuatro que nombró Richard Nixon, tres votaron a favor y sólo uno en contra. O si lo miramos de otra forma votaron a favor cinco jueces propuestos por los republicanos y dos por los demócratas (y un demócrata y un republicano en contra). Algo impensable ahora en EEUU o en tantos otros países. La sentencia la dictó un Tribunal Supremo exultante de prestigio y reputación en el que se escogía a los jueces (juezas aún no) por el prestigio, capacidades y criterio y no porque coludían con el partido político que los elegía. En España, Polonia, Turquía, Hungría, Brasil y un largo etc. la colusión es evidente y la separación de poderes se ha erradicado con saña. Desesperanzador y desmoralizador, y un negro futuro.
La tercera y ligada a la anterior. De los cinco jueces del Tribunal Supremo que el pasado 24 de junio revocaron el derecho constitucional al aborto dos (no está mal, casi la mitad) son agresores sexuales, no confesos pero sí confirmados. Brett Kavanaugh, elegido en 2018 por Donald Trump, y Clarence Thomas, escogido en 1991 por George H. W. Bush. Joe Biden que, cuando la profesora Anita Hill denunció el acoso de Clarence Thomas, presidía el Comité de Justicia del Senado de Estados Unidos (exclusivamente integrado por hombres) debe estar tirándose el poco pelo que le queda por haber permitido el brutal interrogatorio y contribuido al hostigamiento al que fue sometida Hill; debe estar arrepentido, por decirlo benevolentemente, de haberla agredido con tanta prepotencia y desprecio. Veintiocho años tardó Biden en pedir disculpas a Hill empujado por urgencias electorales; no debía sentirlo mucho.
Un detalle colateral: en otra nítida demostración de separación de poderes, Virginia Thomas, esposa del agresor Clarence, utilizó toda su amistad e influencia con el exjefe de Gabinete de Trump, Mark Meadows, para que Biden no perpetrara, según ella, lo que consideraba «el mayor robo electoral» de la historia. Uña y carne.
El contexto también explica que el tenista Rafael Nadal, al anunciar que será padre, pueda espetar que no tiene previsto que eso suponga un cambio en su vida profesional. Unos cuantos aspavientos y tuits y se acabó. Recordé lo que dijo Albert Rivera cuando sufrió una derrota de tal magnitud en las elecciones del 10N del 2019 que le obligó no solo a renunciar al liderazgo de su partido, sino a dejar el acta de diputado y la política. Rivera afirmó que así podría ser mejor padre. Con toda crudeza puso de manifiesto que actividades como la política (y no es la única) impide tanto la paternidad como el trabajo de cuidado que ello conlleva. En estos dos casos tan paradigmáticamente paternales, en el del Tribunal Supremo yanqui, en el del calvario de Paula Bonet, el contexto ni ha movido una ceja ni se ha despeinado.