Cómo pueden padres y profesores ayudar a los niños a hacer nuevas amistades
Las mejores amistades no se pueden basar en el interés, la complacencia o la conveniencia.
Si volvemos la vista atrás hasta nuestra infancia, muchos de nosotros coincidiremos en que hacer amigos en el colegio no siempre era una tarea sencilla. Algunas veces, las amistades nacían de la conveniencia e incluso de la supervivencia cuando había un número limitado de pares a los que elegir. En ocasiones, la amistad era un bien que se intercambiaba mediante la transacción de piruletas o de cualquier otra chuchería que resultase interesante.
A veces, la amistad se desarrollaba a través de intereses compartidos y actividades extracurriculares. Sin embargo, las relaciones que superan la prueba que supone el paso del tiempo son aquellas a las que el sentido del humor, la empatía, la honestidad, la lealtad, la confianza y el respeto dotan de sentido.
Si observamos las relaciones desde una perspectiva como esta, las mejores amistades no se pueden basar en el interés, la complacencia o la conveniencia, aspectos que desaparecen con el tiempo. Son la personalidad y las virtudes de ambas personas las que perduran siempre que la amistad nazca de la plena libertad (nunca se debe forzar la situación), sea recíproca (y no unilateral) y reconozca el empeño de ambos por conocerse mutuamente de manera profunda.
Desde una perspectiva psicológica, existen cinco fases en las que las habilidades sociales influyen en la formación de relaciones de amistad:
- La primera fase (que comprende de los tres a los siete años) implica el establecimiento de amistades momentáneas con cualquiera que se encuentre cercano en el espacio.
- La segunda fase (de los cuatro a los nueve años) implica una amistad unidireccional con alguien que nos pueda ayudar a conseguir lo que queremos.
- La tercera fase (de los seis a los 12 años) implica una amistad recíproca, pero bajo condiciones específicas.
- La cuarta fase (de los 11 a los 15 años) implica una amistad mutua, estrecha y que brinda apoyo.
- La quinta fase (de los 12 años a la edad adulta) implica una amistad que respeta la autonomía de cada individuo sin dejar de compartir intereses similares y sentimientos más profundos.
Desde una perspectiva sociológica, la amistad no es una serie de puertas que los pequeños deben atravesar en un orden secuencial. Los niños no se limitan a imitar la socialización de los adultos, sino que trazan sus propias estrategias sociales para resistir o crear su propia cultura asociativa de formas que pueden diferir de las expectativas desarrolladas por las personas adultas.
Sin embargo, es habitual que los miembros de los grupos “selectos” definan lo que se considera normal o aceptable dentro de esa cultura asociativa. De hecho, si alguien con un estatus equivalente o más alto elige como amigo a otro, disminuye el riesgo de este a sufrir maltrato por parte de sus pares (o bullying).
Dada la complejidad que caracteriza la formación de amistades, no sorprende que muchos padres se muestren preocupados por conocer la forma en que sus hijos pueden tejer redes ya desde el colegio, especialmente después de que un estudio haya descubierto que existe un vínculo entre la calidad de las amistades y los resultados académicos. Además, los niños que no sufren exclusión por parte de sus pares experimentan menos estrés.
Teniendo en cuenta que las buenas amistades son importantes a la hora de cosechar buenos resultados en los estudios y de reducir el estrés, ¿qué pueden hacer los padres y los profesores para facilitar su desarrollo?
No existe una fórmula mágica, pero hay varias estrategias cuya utilidad ha sido probada como una ayuda para el desarrollo de amistades sin el riesgo de caer en la llamada “paternidad bonsái” (en la que los padres sobreprotegen a sus hijos) o de que los pequeños permanezcan en una burbuja. Las estrategias incluyen:
- Apuntar al hijo a una escuela que tenga una gran diversidad cultural, en la que ningún grupo étnico representa la mayoría de la población y existe un menor riesgo de exposición al bullying.
- Animarle a participar en actividades extracurriculares, como las deportivas, artísticas y creativas o simplemente las desarrolladas en grupos en los que tengan la oportunidad de ampliar sus redes sociales.
- Organizar quedadas para que el hijo juegue con pares que posean habilidades sociales y muestren intereses similares a los suyos.
- Apoyar el desarrollo de sus propias estrategias para hacer amigos en el colegio, entre las que se pueden encontrar la observación de los pares, la elaboración o aceptación de invitaciones a juegos, la creación o participación en clubes o equipos y la intervención para incluir a los demás en estas actividades.
Debido a la gran cantidad de tiempo que los estudiantes pasan en el colegio, los profesores también juegan un rol importante en el establecimiento y mantenimiento de relaciones positivas de amistad a través de aspectos como:
- La enseñanza explícita de habilidades interpersonales tales como la expresión de opiniones de manera constructiva, el respeto por la diferencia y la preocupación por los sentimientos de las personas que les rodean.
- La concesión de tiempo, espacio y oportunidades a los estudiantes para trabajar y jugar con los demás, identificar nuevas amistades y mantener las actuales.
- Ser consciente de la cultura de relaciones existente y estar al tanto de cambios, fricciones o exclusiones que se puedan producir en los grupos, tanto en clase como en el patio.
- La creación de espacios seguros, como una asamblea, donde los niños puedan discutir asuntos relacionados con la amistad.
A veces tenemos la fortuna de mantener las amistades al pasar del colegio al instituto y en etapas aún más avanzadas, lo cual parece generar un efecto positivo sobre el rendimiento académico y la salud mental, según las investigaciones llevadas a cabo.
Sin embargo, en ocasiones nos desprendemos de amistades a medida que evolucionamos en direcciones diferentes y nuestros valores e intereses cambian. Si una amistad hace mella en nuestra confianza o perturba nuestro bienestar, quizá lo mejor sea prescindir de ella. Los niños, al igual que los adultos, necesitan saber cuándo y cómo cortar esas relaciones y cómo trabajar con el sentimiento de pérdida que pueda resultar de esa ruptura.