El ansia de independencia crece en la Commonwealth y promete dolores de cabeza para Carlos III

El ansia de independencia crece en la Commonwealth y promete dolores de cabeza para Carlos III

El nuevo monarca se enfrenta a tensiones en los 14 países que un día fueron colonias y en los que aún reina, pero que quieren volar solos y que les compensen lo expoliado.

″¿Cómo puedo comenzar algo nuevo con todo el ayer que llevo en mí?”, se lamentaba Leonard Cohen. Mucho pasado, mucho lastre y mucha responsabilidad lleva sobre sus hombros Carlos III, sucesor de Isabel II, eterno aspirante al trono y, al fin, soberano. Pero no sólo de Reino Unido, sino de hasta 14 países más que un día fueron colonias y que hoy siguen reconociendo al Windsor como su monarca. Estas naciones forman, junto a 42 más, la llamada Mancomunidad de Naciones o Commonwealth, una organización que daba unidad y preferencia de relaciones a los territorios que tuvieron a Londres como metrópoli y que pervive hasta hoy.

En su seno, la muerte de Isabel reabre el debate sobre el grado de poder que ha de tener la Corona en el día a día de estas naciones, sobre la necesidad de alcanzar la república más temprano que tarde. A Carlos, que como príncipe de Gales conoció bien estas tierras, se le auguran dolores de cabeza con las ansias que vienen del Caribe o de Oceanía y que no sólo se limitan a acatar o no su reinado, sino a reclamar compensaciones por todo lo que Reino Unido se llevó, disfrutó o explotó en tierra ajena.

¿Pero qué es la Commonwealth?

A mediados del siglo XIX, con el Imperio Británico en declive, los países bajo su poder fueron adquiriendo cierto grado de independencia y pasaron a ser conocidos como dominios. En una conferencia en 1926, se acordó que pasarían a formar parte como miembros iguales de una comunidad, aún dentro del imperio. Serían independientes en cuanto a gobierno, pero los asociados debían lealtad al rey del momento. Con el tiempo, unos se descolgaron de corona y otros no.

La Mancomunidad británica de Naciones, transformada luego en la Commonwealth, es ahora una organización voluntaria y no vinculante de las excolonias británicas y sus actuales dependencias, a la que se suman también otros países que no tienen lazos históricos con Reino Unido pero a las que ha convenido la alianza por cuestiones geopolíticas o económicas -hay que tener en cuenta que tres de ellos, India, Canadá y Reino Unido, están entre las 10 principales economías del planeta-. La organización tiene actualmente 56 miembros y adquirió su forma actual después de la independencia de India y Pakistán de Reino Unido, en 1947, cuando pasó a llamarse Mancomunidad de Naciones, sin el “británica”.

A partir de 1950, pertenecer a la Mancomunidad ya no implicaba sumisión a la corona británica, como un gesto con los países que iban alcanzando su independencia. A partir de ese momento se convirtió en una asociación de países descolonizados, pero en la que el jefe continuaría siendo la persona que encabezara la monarquía en Reino Unido, o sea, Isabel II, que ha reinado sin descanso desde 1953 hasta la semana pasada. 70 años, jubileo de plantino.

En 2012 se firmó un compromiso con 16 valores clave que ningún socio puede comprometer, como la democracia, la igualdad de género, el desarrollo sostenible y la garantía de paz y de seguridad. Ese es el marco de actuación. Su misión, dicen sus estatutos concretando, es la cooperación política, económica y cultural entre los países miembro. Entre los estados existe lo que se conoce como “la ventaja de la Mancomunidad”, por la que hacer negocios con otros miembros es casi un 20% más barato que hacerlo con otros países no afiliados.

Para el Reino Unido, los intercambios con países de esta asociación suponen cerca del 9% de su comercio exterior, según la BBC. No obstante, sus defensores insisten en que va más allá del profit, porque tiene un importante cuerpo de cooperación educativa, cultural y hasta deportiva, con unos Juegos propios cada cuatro años.

Hoy da cabida a una tercera parte de la población mundial, hasta 2.500 millones de personas, e incluye tanto economías avanzadas como países en desarrollo. Esto son sus miembros:

  1. Antigua y Barbuda
  2. Australia
  3. Bahamas
  4. Bangladesh
  5. Barbados
  6. Belice
  7. Botsuana
  8. Brunéi
  9. Camerún
  10. Canadá
  11. Chipre
  12. Dominica
  13. Fiyi
  14. Gabón
  15. Gambia
  16. Ghana
  17. Guayana Británica
  18. Granada
  19. India
  20. Islas Salomón
  21. Jamaica
  22. Kenia
  23. Kiribati
  24. Lesoto
  25. Maldivas
  26. Malasia
  27. Malaui
  28. Malta
  29. Mauricio
  30. Mozambique
  31. Namibia
  32. Nauru
  33. Nigeria
  34. Nueva Zelanda
  35. Pakistán
  36. Papúa Nueva Guinea
  37. Reino Unido
  38. Ruanda
  39. Samoa
  40. San Cristóbal y Nieves
  41. San Vicente y las Granadinas
  42. Santa Lucía
  43. Seychelles
  44. Sierra Leona
  45. Singapur
  46. Siria
  47. Sri Lanka
  48. Suazilandia
  49. Sudáfrica
  50. Tanzania
  51. Tonga
  52. Trinidad y Tobago
  53. Tuvalu
  54. Uganda
  55. Vanuatu
  56. Zambia

Con el paso del tiempo se produjeron varios cambios de monarquía a república. Son de la Unión de la India (1950), Federación de Pakistán (1956), Unión Sudafricana (1961), Federación de Nigeria (1963), Uganda (1963), Dominio de Kenia (1964), Gambia (1970), Sierra Leona (1971), Dominio de Ceilán (1972), Estado de Malta (1974), Trinidad y Tobago (1976), Fiyi (1987), Mauricio (1992)y Barbados (2021).

  El príncipe Carlos, el pasado noviembre en Barbados, cuando el país dejó de estar bajo el abrigo de la monarquía británica. Jeff J Mitchell via Getty Images

Los retos

La monarquía británica sigue teniendo la hegemonía en el grupo. En 2018, a petición de la reina ahora fallecida, se decidió que Carlos sería su sucesor también en la Commonwealth al ascender al trono, lo que a falta de coronación ocurrió el pasado viernes. Lo dejaba todo atado y bien atado, porque el cargo ya no era hereditario. Los demás países dieron el visto bueno en una señal de respeto a Isabel II, pero ya surgieron las primeras discrepancias públicas.

Ahora que no hay reina sino rey, se espera que esos estados más incómodos vuelvan a alzar la voz. Como mínimo, piden que el liderazgo de la organización sea rotario y lo pueda ostentar cualquier representante de sus miembros o que se nombre a un cabeza visible, pero votado por todos, con concurrencia libre, y no a propuesta solamente de Londres.

Hay un dato de partida que ya evidencia los cambios de la madre al hijo: cuando Isabel II llegó al trono, era la máxima autoridad de 32 naciones y su descendiente hereda menos de la mitad. El imperio no es lo que era, estamos en el siglo XXI y los estados entienden que la igualdad de trato y la independencia llevan demasiados años esperando. Es el momento de que se apliquen.

Las placas temblaban desde hace tiempo, pero sin grandes terremotos. Hacía 30 años de la última declaración de independencia del bloque cuando, en noviembre pasado, Barbados pasó a ser una república. Lo hizo en un acto al que asistió el propio príncipe de Gales, que se mostró comprensivo y mostró su deseo de prosperidad y estabilidad a la presidenta Sandra Mason, por el paso dado. Ahí están las imágenes, en las que aparece sonriente, complaciente.

Sin embargo, ese paso activó en el Palacio de Buckingham una estrategia para tratar de evitar que se extienda el ejemplo. La muerte de la reina puede acelerarlo y complicarles los planes, porque hay naciones que llevan años dejando caer que la soberana, sí, por respeto y pasado, pero el hijo, no, porque ya es tiempo.

Dentro de los planes de Londres de mejorar su imagen en estos países y evitar el reguero de independencias, se ideó un viaje del ahora heredero, Guillermo, con su esposa Kate, el pasado marzo. Fue un “desastre” de imagen y de contenido, según la prensa local. Se esperaba que los royals más carismáticos encandilaran a los países del Caribe, donde más flojea el amor a la Corona, pero el sentimiento fue el contrario: no hubo baño de masas, sino protestas y petición de cuentas, con Bahamas, Antigua o Jamaica reclamando reparación por los esclavos que Reino Unido explotó en sus tierras y se llevó a la metrópoli -se calcula que los países europeos robaron de África a unos diez millones de personas para someterlas a esclavitud, y que Reino Unido fue uno de sus mayores impulsores y beneficiarios-. En Belice, directamente, comenzó a prepararse el terreno para ser la siguiente excolonia que pase a ser una república. Sin importar la visita.

  Willian y Kate, el pasado marzo, durante su visita a Kingston, Jamaica, con aires de años 50. Pool via Getty Images

En estos días de duelo, de los países aún súbditos han llegado lógicamente mensajes de pésame y dolor, banderas a media asta, lo esperado. Pero también se han ratificado estos sentimientos de libertad. Jamaica ha insistido en que quiere ser una república en 2025 y Trinidad y Tobago, Guayana y Dominica han dicho que reabren el debate tanto de la soberanía como de las compensaciones. Gaston Browne, primer ministro de Antigua, ha recordado que su plan es cortar lazos en tres años. Insiste en que es un “paso final” en su proceso de independencia, “no hostil”. Lo dijo con la reina recién fallecida.

Carlos, en sus múltiples viajes a estas naciones, ha repudiado lo que hicieron sus antepasados, ha reconocido el dolor causado e, incluso, sus ONG trabajan en parte con jóvenes de estas zonas para intentar aportar algo de reparación. Pero la dependencia sigue siendo la del pasado y reparaciones oficiales no ha habido. Es el momento, creen los estados sometidos tantas décadas.

La Corona, como el Gobierno británico, se empeñan en insistir en lo bueno que aporta la unión sobre todo a países con menos medios, con los que hay comercio preferente, reforzado aún más desde que el Brexit se hizo efectivo y se mira menos a Europa. Destacan los visados de estudio o de trabajo, pero todo eso se puede mantener en el marco de la Commonweath... pero sin rey.

  El entonces príncipe Carlos, en una imagen de su viaje a la reserva de Iwokrama, en Guayana, en el año 2000. Lynne Sladky via AP

Además del revuelto Caribe, Carlos deberá mirar a los dos más grandes, Canadá y Australia, con los que las relaciones son excelentes pero donde, en mayor o menor medida, también está inoculado ese molesto bicho del republicanismo. En este último país, Isabel II no es un ente lejano, sino algo de casa, muy propio, porque su rostro sigue apareciendo en monedas y billetes y su nombre bautiza colegios y hospitales. Su primera visita a la zona, en los 50, la convirtió en una estrella del rock, o poco menos. Su hijo no, no es lo mismo, ni siquiera tras haber estado allí de intercambio y haberse ofrecido a servir como gobernador general, a sugerencia del primer ministro australiano, Malcolm Fraser, en los 70.

El pasado martes, la consultora Roy Morgan desveló una encuesta en la que el 60% de los australianos expresaba su deseo de seguir bajo el manto de la monarquía, frente al 40% que anhela cambio. Hace dos décadas, los republicanos perdieron el plebiscito para cambiar la forma de Gobierno, en parte por las disputas sobre el modelo constitucional que debía adoptar el país.

Sin embargo, el actual primer ministro, Anthony Albanese, llegó al cargo en mayo afirmando que “la república será una realidad” y creando por primera vez un puesto de ministro asistente para la República, para indagar en esa transición. En julio, incluso, presentó un primer borrador con las preguntas que quiere someter a referéndum. No obstante, el proceso lleva tiempo y no se espera al menos hasta un hipotético segundo mandato del laborista. Lo ha aclarado él mismo: ahora mismo Australia pasa por un proceso de encaje multicultural, de revisión de su pasado y de rescate de los aborígenes y esa es su prioridad. “Asumir múltiples debates al mismo tiempo no es algo factible”, ha declarado.

En el caso de Canadá, las cosas son diferentes. El movimiento republicano se deja notar desde hace décadas, sobre todo en la independentista Quebec, pero en las encuestas no supera el 20% el número de partidarios de dejar de tener rey. Hay un enorme volumen de población que no se plantea siquiera el debate.

A ello se suman las complicaciones legales para hacer el cambio: requeriría de una enmienda constitucional, que sólo se puede acometer con el consentimiento unánime entre el parlamento federal de Canadá y todas las diez asambleas Legislativas de provincias y territorios provinciales. Un consenso muy difícil, en resumen. No hay instituciones ni organizaciones serias creadas para pelear por el nuevo modelo y apenas se ven protestas aisladas en el día de Victoria, el cumpleaños oficial de la reina y presiones para eliminar ciertos símbolos.

Es verdad que ha habido quejas sensibles, como las proferidas contra Carlos Y Camila por un viaje de 2017, cuando los hoy reyes se partieron de risa ante un canto tradicional inuit, el katajjaq, que no entendieron como la riqueza cultural que es.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, reaccionó muy emocionado al fallecimiento de Isabel II, a quien calificó de una de sus “personas favoritas del mundo”. Declaró que “Canadá está de luto” y añadió que “echará de menos” a la monarca que constitucionalmente era la jefa de Estado del país norteamericano. Sin más referencias a la república, porque no era el momento y porque no suele hacerlas ni cuando los tiempos son más propicios.

Carlos tiene que jugar fuerte y con mano izquierda si no quiere una sangría de súbditos. Afronta un momento clave para que lo que resta de imperio, el modelo de mundo que aún procede de la Segunda Guerra Mundial, no se le desmorone por completo, con las consecuencias económicas, políticas, diplomáticas que acarrearía. El rey ha demostrado durante décadas que sabe ponerse collares de bienvenida, bailar danzas locales, vestirse con atuendos variados, hacer saques de honor de juegos diversos. Pero mantener a la potencia hegemónica arriba, respetada si no querida, costará, sobre todo, sensibilidad, gestos, comprensión y compensación.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.