Y al final se impuso Clara: el debate entre feministas hace 90 años con el que se logró el voto femenino
El 1 de octubre de 1931, el Congreso aprobó el sufragio femenino tras una defensa “memorable” por parte de Clara Campoamor, que se opuso a media Cámara y a la única otra mujer diputada.
A veces se cumple eso de que Spain is different. España está esta semana de celebración, pero muchos seguramente no se enteren, o desconozcan el nombre de Clara Campoamor (1888-1972), o desdeñen lo que esta mujer logró hace 90 años —el sufragio universal real—, o todo a la vez.
El 1 de octubre de 1931, la diputada madrileña Clara Campoamor provocó un fuerte absceso de “histerismo masculino dentro y fuera del Parlamento” —según sus propias palabras— por sacar adelante la aprobación del artículo 34 de la Constitución republicana, en el que se consagraba el derecho a voto de las mujeres.
Algo tan simple y tan complejo como eso le marcó la vida, y no precisamente para bien. Amonestada por su propio partido, el Radical, y reprendida por buena parte de la izquierda y de los grandes partidos republicanos, Campoamor se vio prácticamente sola en la defensa del voto femenino en aquel debate ante el Congreso, en el que ni siquiera la única otra diputada, Victoria Kent, se alineó con ella.
La singularidad española permitió que las mujeres, que entonces no podían votar, sí pudieran ser elegidas al Congreso, y así se convirtió Clara Campoamor en un caso único dentro del sufragismo internacional. La madrileña es “la única sufragista del mundo que consiguió el derecho al voto femenino defendiéndolo desde una tribuna parlamentaria”, explica Isaías Lafuente, periodista y autor de La mujer olvidada, una biografía novelada de Campoamor. “Si fuera americana, nos habríamos tragado 15 películas sobre ella”, bromea el escritor.
Lafuente decidió escribir La mujer olvidada precisamente al darse cuenta de que Clara Campoamor no aparecía en la enciclopedia Espasa que tenía en su casa, “editada en los años 80”. El escritor está a punto de publicar ahora Clara Victoria (Editorial Planeta), centrado en la batalla dialéctica “memorable” que se produjo aquel 1 de octubre entre dos mujeres, ambas republicanas, ambas abogadas, feministas, pioneras en su ámbito, pero distintas en su manera de ver el sufragio femenino.
Tras salir elegida diputada en las elecciones de 1931, que ganó la Conjunción Republicano-Socialista, Clara Campoamor entró a formar parte del grupo de los 21 diputados que elaboraron el proyecto de la Constitución de la nueva República. En esas sesiones, como en el resto de su vida, Campoamor luchó con ahínco por la igualdad entre hombres y mujeres, y por ello defendió, entre otras cosas, que el artículo 34 incluyera el sufragio femenino. Eso mismo, que había sido prometido por la mayoría de partidos republicanos, acabó convirtiéndose en un dolor de cabeza para una buena parte de la Cámara.
‘La Clara y la Yema’
En los días previos al debate del 1 de octubre, Campoamor vio cómo su propuesta iba perdiendo apoyos e incluso cómo dentro de su propia formación, el Partido Radical, trataban de que diera marcha atrás. Por aquel entonces, el también diputado José María Gil-Robles se presentó con un millón de firmas de mujeres recogidas a las puertas de las iglesias en contra del Estado laico que proponía la República.
El hecho de que un millón de mujeres se hubieran ‘implicado’ en política para defender a la Iglesia y el conservadurismo amedrentó a los republicanos. Entre ellos, a Victoria Kent (1898-1987), del Partido Republicano Radical Socialista. La encendida disputa entre Campoamor y Kent hace 90 años hizo que la prensa las apodara jocosamente ‘la Clara y la Yema’.
Kent, que meses antes había sido nombrada Director (sic) General de Prisiones y había declarado en una entrevista que lucharía por la “igualdad absoluta” entre hombres y mujeres, escenificó aquel 1 de octubre los miedos de un importante sector de la izquierda sobre lo poco “oportuno” que sería que votaran las mujeres en un país en el que estas estaban normalmente supeditadas a un hombre, ya fuera su padre, su marido o, peor aún, su confesor. Y por eso Kent proclamó desde su escaño:
Kent llegó a decir que para que las mujeres ‘merecieran’ el voto, antes tendría que verlas “en la calle pidiendo escuelas para sus hijos”, “prohibiendo que sus hijos fueran a Marruecos”, “pidiendo lo que es indispensable para la salud y la cultura de sus hijos”.
Clara Campoamor “nunca pudo comprender” el viraje de su colega —sostiene Isaías Lafuente—, pero tampoco se perdieron el respeto en ningún momento. La diputada madrileña no se achantó, y rebatió uno por uno los puntos del discurso de Kent, a quien reconoció “la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer”.
Campoamor se dirigió al resto de diputados pidiéndoles que no cometieran “un error histórico” que nunca tendrían “bastante tiempo para llorar”, y cerró su discurso asegurando que “ante un ideal lo defendería hasta la muerte” y que pondría “la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza [...] para que se inclinara en favor del voto de la mujer”.
En la votación, la balanza se inclinó finalmente a su favor por 161 votos frente a 121 en contra, y con la ausencia de alrededor de un 40% de representantes de la Cámara, que no asistieron al debate.
Campoamor contó “con un apoyo muy importante del Partido Socialista, que le dio 80 votos, con Esquerra Republicana, con algunos partidos republicanos minoritarios y con el apoyo de las derechas que en 1933 acabaron configurando la CEDA”, explica Isaías Lafuente.
Entre los diputados que se opusieron, había tres corrientes: los que, como el médico Roberto Nóvoa Santos, consideraban a la mujer histérica por naturaleza y, por tanto, incapaz para votar; los que, como Hilario Ayuso, defendían que la mujer sí tiene criterio para votar, pero sólo una vez pasada la menopausia, y por ello proponía darles el derecho a partir de los 45 años; y los que, como Victoria Kent y una parte de las izquierdas, creían que todavía no era oportuno y que habría que aplazarlo.
Campoamor, “la voz de la conciencia”
Clara Campoamor actuó, de algún modo, “como voz de la conciencia”, afirma Lafuente. “Para una republicana de los pies a la cabeza y una demócrata de los pies a la cabeza, era insoportable que se tratara de construir una república democrática ignorando a la mitad de los ciudadanos”, señala el periodista. A sus colegas que apelaban a los altos índices de analfabetismo de la mujer, Campoamor les replicaba que también había hombres analfabetos y, aun así, ellos sí tenían derecho a voto. “Una Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto no puede negárselo a la mujer”, dijo.
Isaías Lafuente considera que lo que consiguió Campoamor aquel día es que España fuera “por primera vez una democracia plena”. Por eso mismo el periodista lamenta “el grado de desconocimiento popular sobre esta mujer y sobre la magnitud de lo que hizo”.
La ilusión de aquella España igualitaria duró poco, sin embargo. En las elecciones de 1933, las primeras en las que las mujeres votaron, ganó la derecha y, aunque tres años después ganaría de nuevo la izquierda, ese primer resultado pesó sobre Clara Campoamor como si de ella fuera la culpa, al ser considerada por muchos como “la persona que había conducido a la República a su perdición”, apunta Lafuente.
“¿La culpa es de las mujeres? Clarita Campoamor, la ilustre defensora del voto femenino, sigue en sus trece”, rezaba el titular de un periódico de la época tras la debacle de la izquierda en el 33, cuando se presentó disgregada a las elecciones.
Su ‘pecado mortal’ y el exilio
En 1936, Campoamor escribió Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, en el que argumentó que no fue el voto de la mujer lo que había llevado a la derechización de la República. Ese mismo año, el estallido de la guerra civil provocó que tanto Campoamor como Kent acabaran en el exilio, la primera en Argentina y Suiza y la segunda en Francia, México y Estados Unidos.
Campoamor, trabajadora nata desde los 10 años, cuando su madre la sacó del colegio para que la ayudara en su taller de costura, murió exiliada en Lausana en 1972, antes del fin de la dictadura, y con la espina clavada de no haber visto cumplida en España la igualdad que ella logró poner sobre el papel cuarenta años antes.
Seis años después de su muerte, se aprobaría una nueva Constitución, la que todavía sigue vigente en España, y que recogió en materia de igualdad prácticamente lo mismo que contemplaba la de 1931. En ese sentido, se honró la memoria de Campoamor; ahora falta que se la conozca y se la reconozca por la trascendencia de sus logros en la Historia del país. Para Isaías Lafuente, a Clara Campoamor “se la tiene que conocer como se conoce a Isabel la Católica o Cristóbal Colón”. “Ningún español tendría que dudar a la hora de situar a Campoamor en la Historia”, dice.