Cine para todos
Lo mejor de viajar, de que haya vacaciones, de soportar dos horas de atasco solo para salir de Madrid, y de que el calor golpee inclemente a los conductores es que, si hay suerte, se llega al destino previsto. Además arribar a un hotel, con nocturnidad y alevosía, con todo el equipaje y sin ánimo si quiera de encender la tableta, permite bucear por la oferta televisiva local, acercando un poco más la ansiada inmersión que se está buscando. Curioso que viajando seamos otros y, paradójicamente, esto nos convierta más en nosotros mismos.
Mando a distancia en mano, televisión internacional y unos minutos de compulsiva búsqueda me llevan a Harrison Ford. Me detengo. Parece que se trata de El fugitivo en su versión cinematográfica de 1993. Aunque colecciono películas en casi todos los formatos, entre ellas la de Andrew Davis, pocas veces he recalado en ella; a decir verdad, no creo haberla visto jamás si no es por casualidad. Sigo observando unos segundos y decido quedarme, siempre me ha gustado The Fugitive, tanto en la versión televisiva de la ABC, como en su posterior adaptación al cine.
Para quienes no hayan visto ni una ni otra, la historia responde a un esquema de suspense clásico, que bien podría casar en un western como en una cinta de ciencia ficción. Un afamado doctor, Richard Kimble (Harrison Ford), llega a casa cuando su mujer Hellen (Sela Ward) está siendo asesinada. La llamada telefónica que efectúa la víctima refleja erróneamente que Kimble ha sido el culpable del delito, lo cual lleva a la Justicia a condenarle a pena de muerte. Un motín entre los presos que son trasladados a la cárcel posibilita que Kimble huya del furgón, convirtiéndose así en un proscrito. Será entonces cuando entre en juego el comisario Samuel Gerard (Tommy Lee Jones), un U.S. Marshal que hará de la captura de Kimble un reto personal.
Confesaré que siempre en encontrado algo de Les misérables (1862) de Victor Hugo en El fugitivo, una semejanza sin duda relacionada con la tensión entre el protagonista y el antagonista, una revisión muy estilizada de la lucha entre Javert y Jean Valjean. En realidad, la persecución de un inocente a manos de un jefe del orden, a su vez ofuscado en un erróneo sentido de la justicia, ha generado innumerable narrativa de ficción, sea o no fílmica.
Lo que es novedoso, y esta es una de las pocas ventajas de la contemporaneidad, es el concepto de adaptación y accesibilidad que la vida va trayendo. En plena persecución cinematográfica, en medio de aquella noche de viaje y hotel, me levanto sin quitar la vista de aquel televisor, mientras oteo alrededor buscando algo para comer. Es mínimo lo que mi visión se desvía de aquel Harrison Ford convertido en fugitivo, cuando una voz desconocida irrumpe en la película: "el doctor Kimble se dirige hacia la puerta; atraviesa varios coches, huye por un callejón". No puedo creer lo que oigo. "Sam persigue al doctor por el edificio, este se escapa por las escaleras".
Sin haberlo seleccionado, tenía activado el servicio de voz en off para personas con dificultades visuales, uno de los mayores (y mejores) avances de la televisión actual. "La doctora pelirroja busca a Kimble", oigo mientras esbozo una sonrisa al pensar que esa médica no es otra sino Julianne Moore. "Kimble se acerca a una doctora rubia", oigo de nuevo, mientras comienzo a preocuparme por la ausencia de nombres de personajes femeninos. Esta vez 'la rubia' está encarnada por Jane Lynch. La película sigue y me doy cuenta no solo de que se trata de una cinta eminentemente silente (las acotaciones verbales abarcan la práctica totalidad del metraje), sino que los resúmenes de esa voz en off resultan de una utilidad abrumadora. Relajados en el deleite de la imagen, los espectadores pueden dejarse llevar mientras este código sonoro subraya la película, de suerte que su recuerdo es más enérgico y vívido.
Aunque se trata de una opción sujeta a la activación voluntaria y nadie está obligado a ver una película narrada, es inimaginable cuánto se agradece que exista una alternativa tan necesaria y democratizadora. Ponerse en el lugar de quien lo necesita es muy sencillo, solo hay que pensar en lo frustrante que debe resultar seguir una película sin acompañamiento contextualizador, sin esa narración que pauta los movimientos y que hace partícipe de aquello que no vehicula el sonido diegético (el que proviene de la acción). Que ahora se ofrezca esta alternativa abre un nuevo mundo para todos los que amamos el cine, posibilitando poder disfrutarlo si no en su plenitud, sí en el mayor porcentaje que alcanza nuestro desarrollo científico y técnico.
Ojalá algún día este sistema no sea necesario, pero cuánto celebro que, a día de hoy, el arte más completo pugne por ser también el más universal.