Ciencia, responsabilidad y utopía
Conocimiento científico y responsabilidad individual forman un tándem difícilmente vencible, y conformarían una sociedad casi utópica.
Coincide que la mejor medida para afrontar el desconfinamiento es también la mejor medida para afrontar el confinamiento, el periodo entre epidemias, la salud, la enfermedad, el cuidado de los ancianos y los paseos con los niños: la divulgación de las ciencias. Bastaría con que los contenidos de las asignaturas de la ESO fueran manejados de forma fluida, integrados cuando hiciera falta en la vida cotidiana por el común de la gente -y no supusieran una antipática jerigonza que ni siquiera se recuerda haber estudiado-, para estar en mucha mejor situación ante cuantos virus se atrevan a atacarnos. No se trata de que la muchachada salga de vinos para compartir ocurrencias sobre las líneas de Fraunhofer y la espectrografía en general; tampoco se propone ocupar el prime time de Telecinco con los últimos metaanálisis publicados en las revisiones Cochrane. Solamente hay que entender que, en los tiempos de los bots, las pandemias y el big data, una población que no distinga un virus de una bacteria, una función lineal de una función cuadrática o una sustancia ácida de una sustancia alcalina supone simplemente un riesgo añadido que ninguna sociedad democrática puede permitirse.
Es un poco tarde ya para aplicarlo a esta pandemia y a esta desescalada, pero no tendría por qué serlo ante futuras situaciones semejantes si empezamos a tomar medidas. Piénsenlo por un momento: de cara al desconfinamiento, una ciudadanía con una leve formación en matemáticas y biología no necesitaría interminables reglamentos que inútilmente intenten acoger toda la casuística posible de cada español, sino un claro recordatorio de los procesos y principios científicos que los aconsejan. “Es que yo tengo un perro, vivo con un niño de diez años y otra de catorce en una zona semiurbana con un pequeño monte a mil cien metros, hoy ha llovido mucho por la noche, pero va a hacer un buen día, ¿puedo esperar al atardecer para salir a dar una vuelta en bicicleta con la mayor?”. Dándole la vuelta a Wagensberg, a más por qué, menos cómo. No pongan esa cara, comprendo perfectamente su escepticismo respecto de lo que estoy proponiendo. No soy un iluso. Para que mi plan de salvación de la humanidad pueda funcionar, hace falta añadir a la divulgación de las ciencias un segundo elemento mucho más difícil que el primero, pero sobre eso va justamente el tercer párrafo.
Éste es el peor de los tiempos, éste es el mejor de los tiempos. Es el momento en el que por fin queda claro que distinguir lo individual y lo colectivo es un artificio. Es el momento en el que tenemos que entender que algo tan banal como un paseo tiene una inescapable dimensión social y no puede justificarse únicamente como la satisfacción de un deseo individual. La política y la exaltación de los deseos individuales se llevan a medias. Es la hora del ejercicio individual de la responsabilidad social, a sabiendas de que no hay forma material de que el Estado pueda regularlo, y el que considere que es ilusorio soñar con que el interés común contribuya a guiar el comportamiento de los individuos habrá de considerar ilusoria también la propia democracia, pues la responsabilidad personal, -es decir, la asunción de la naturaleza política de cada acto-, es uno de sus principios básicos, a la altura del respeto a las minorías o la libertad de expresión. Conocimiento científico y responsabilidad individual forman un tándem difícilmente vencible, y conformarían una sociedad casi utópica que, paradójicamente, la irrupción del coronavirus coloca en un horizonte más posible, por necesario, que nunca.