Chuck Palahniuk: "El club de la lucha' estaba destinada a personas ilustradas y empoderadas"
El autor celebra 25 años de su famoso libro con una tercera parte en novela gráfica y la premonitoria 'El día del ajuste', que avistó el asalto al Congreso de Estados Unidos.
Un niño se refugia en el bosque para huir de las peleas de sus padres, un adolescente gana premios literarios en el colegio en busca de que sus padres se sientan orgullosos de él, un joven estudia periodismo para mostrar el lado más crudo de la realidad, un adulto trabaja como mecánico de camiones y un treintañero hace labor social llevando a enfermos terminales a sus tratamientos y mientras los espera en su carro escribe un libro.
Todos ellos son la misma persona llamada Charles Michael Chuck Palahniuk. Es el escritor que en 1996, hace 25 años, debutó en la literatura de manera modesta con un grito llamado El club de la lucha (Literatura Random House), pero tres años después, ayudado por el cine, se convirtió en un fenómeno global. Es una de las novelas más provocadoras e inquietantes de las últimas décadas que muestra el desencanto y resquebrajamiento de su generación.
Un cuarto de siglo después, Palahniuk ha pasado de mostrar la implosión que viven sus personajes como consecuencia de los problemas externos a cómo estos personajes crean una explosión social por toda esa problemática como lo refleja su premonitoria novela El día del ajuste (2018), por la toma del Congreso de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, y la tercera parte de El club de la lucha 3 (2019) en novela gráfica.
De nihilista a salvaje han calificado a Palahniuk desde su debut la crítica y el público. Páginas con crítica individual, social y política que escapa de diferentes maneras violentas y oscuras. Incluso hoy 17 novelas después, un volumen de cuentos y la continuación de aquel debut exitoso cuya tercera parte cuenta en la introducción con un gran cómplice llamado Irvine Welsh que lo deja claro:
“La literatura y el arte también existen para desafiar y para dar energía y no solo para entretener de forma complaciente mientras se afirma el statu quo. Si perdemos esa necesidad incluso de ir en contra de la corriente entonces sí que estaremos completamente jodidos, más que nunca. La nueva primera regla de El club de la lucha es que realmente necesitamos hablar de El club de la lucha”.
Irvine Welsh entra en el juego de la ficción para traerlo a la realidad con aquel famoso código de ocho reglas que deben cumplir quienes entren a El club de la lucha donde a puño limpio, hasta la extenuación, los hombres encuentran una vía de terapia y desahogo frente al inconformismo, la incertidumbre y el vacío que se cierne sobre ellos.
La influencia del colegio, el cine y la música punk
Aunque en el imaginario de la gente Palahniuk parece gozar del mismo pacto rejuvenecedor que estableció el Dorian Gray de Oscar Wilde, la realidad es que el escritor ya tiene 59 años. Nació el 21 de febrero de 1962, y aunque conserva su espíritu juvenil, quizás es un poco más formal.
Los años le permiten decir, una y otra vez, que más que nihilista, provocador, salvaje y demás adjetivos se considera un romántico: «¡I am Romantic!». Por correo electrónico o al otro lado de la pantalla del computador de su casa en Portland (Oregón, Estados Unidos), Palahniuk recorre su trayectoria de 25 años:
“Soy un romántico porque en mi esencia soy un nihilista, y del nihilismo elijo libremente ser un romántico. El amor es un acto de voluntad. También lo es el destino”.
Y entre él y el destino decidieron la mirada y el sentir inconformista del mundo que le tocó vivir. Chuck Palahniuk no tiene claro cuándo despertó en él ese espíritu rebelde ante este mundo moderno, capitalista y consumista que trata a las personas como algo reciclable:
“Cuando me sorprendo yendo detrás de algo solo porque lo vi en un anuncio, debo detenerme y ridiculizar mi propia locura. No puedo cambiar el mundo, pero puedo entrenarme para vivir una vida cuidadosa de mi propia elección”.
La escritura fue esa elección. Chuck Palahniuk viaja hasta sus años infantiles en busca de las raíces de su mundo literario. Se convirtió en una especie de guardián o demiurgo que quiere reconstruir su paraíso perdido:
“Crecí principalmente en los años setenta. En esa época había una escuela de cine que se llamaba Fatalismo romántico que empezó a finales de los sesenta. Eran películas muy buenas con gente que tenía un objetivo que no alcanzaba, pero lograba otra cosa, algo más profundo que nunca hubieran anticipado. Como el cowboy que nunca llega a Miami, Bonnie and Clyde mueren; en Fiebre de sábado por la noche quieren ganar el concurso y al final… Rocky perdió, ¡cuando perdió fue terrible!… Hay una generación de películas en las que el protagonista pierde constantemente y tiene que aceptar otra recompensa que es el amor y la comunidad, y acaban siendo buenos amigos, reconciliándose”.
Una expresión artística que, asegura Palahniuk, resulta de las diferentes protestas de los sesenta, del fracaso de la guerra de Vietnam y ayudó a conformar su mentalidad. Pero junto a eso un sonido:
“¡Y la música punk! El punk sonaba todo el rato en el trasfondo de esas películas. En mis relatos la gente siempre pierde, pero ganan romance, es decir, la conexión con otras personas. Eso me convierte en un romántico”.
Entre su vida, el cine y la música dieron origen a relatos con historias de aspiración y superación y ritmos que piden acción, el movimiento rápido del cuerpo con letras que cantan la contracultura y piden el cambio. El joven Charles no sabía todo eso entonces, pero intuía una afinidad que modelaría sigilosa al escritor que es:
“El que me convirtiera en un romántico lo conformó el punk que es transgresor, quiere ofenderte un poco, pero al mismo tiempo crece rápido, estilizado, y un poquito duro. Billy Idol, uno de mis cantantes favoritos, decía que en la música punk cada canción empieza muy rápida, suena muy alta dos minutos y medio y acaba abruptamente, como si uno saltara al precipicio. Así empecé a escribir. Mis relatos comienzan de golpe, en medio del cenit de la historia y se desarrollan rápido para acabar de forma abrupta. El punk ha tenido ese efecto muy importante en la forma como yo relato mis historias”.
Origen literario en el paraíso perdido
Chuck Palahniuk es un autor prolífico que ya en la infancia, antes de aquellos días de cine y punk, mostró parte de lo que iba a ser:
“Cuando era pequeño, un banco local ofrecía un premio al mejor ensayo breve escrito por un niño sobre su madre o su padre. Durante algunos años gané varias veces seguidas, y el premio siempre fue un pequeño regalo para mis padres. Fue la oportunidad perfecta para expresar mi amor; y mis padres, al recibir el premio, lo hacían aún más dulce. Ese concurso anual me convirtió en escritor”.
Son los años en su paraíso familiar con sus padres Carol y Fred, de origen francés y polaco. Pero intuye que algo no va bien y escribe. Su primer paraíso está donde nació. Es el poblado de Pascon, en la esquina nororiental de Estados Unidos, estado de Washington, en el triángulo que forman el río Columbia y el Snake en su desembocadura. Pronto sus padres cruzaron el puente sobre las aguas del Snake y se instalaron a siete kilómetros en una casa móvil en Burbank. Años después volvieron a cruzar el Snake y giraron a la izquierda para cruzar el puente sobre ancho río Columbia y recorrer hacia el sur unos 220 kilómetros hasta llegar a Portland, estado de Oregón.
En algún momento de esa itinerancia edénica su mundo empezó a resquebrajarse con las tensiones, discusiones y violencia entre sus padres. En medio de esas tormentas Palahniuk huía a una zona boscosa cerca de casa. Todo se rompió cuando él tenía 14 años: sus padres se divorciaron y se separaron. Entonces lo enviaban a él y a sus hermanos con frecuencia al rancho ganadero de sus abuelos maternos al otro lado del Columbia.
A sus abuelos paternos no los conoció. Pues el abuelo de origen polaco tras una discusión con su esposa sobre el costo de una máquina de coser la mató de un disparo y luego se suicidó. El padre de Palahniuk tenía tres años y vio todo escondido debajo de una cama, ha contado alguna vez el propio escritor. Un destino similar le esperaba a aquel niño escondido de la muerte.
Chuck Palahniuk se gradúo del colegio Columbia High School de Burbank, en 1980. Allí fortaleció su vocación de escribir que, según ha contado, se lo debe a su profesor de quinto grado, el señor Olsen.
Esa vocación de contar historias lo llevó a estudiar en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Oregón. Se graduó en 1986. Trabajó en alguna radio y medios locales. Hizo unos cuantos amigos y varios de ellos murieron de sida.
El origen de ‘El club de la lucha’
Antes de escribir trabajó como mecánico de camiones diésel y escribiendo manuales técnicos. Una labor que alternaba como acompañante de pacientes con enfermedades terminales a quienes llevaba en su carro a recibir las terapias. Mientras los esperaba escribía. Esos trabajos le dieron la libertad de escribir por placer sin pasar penurias económicas.
De allí surgieron dos libros que fueron rechazados: Si vivieras aquí, ya estarías en casa y Manifiesto que luego se transformaría en Monstruos invisibles.
Ya anidaban temáticas oscuras, perturbadoras y polémicas cargadas de crítica social y política. Tenía dos escritores de referencia: intentaba emular a Stephen King con sus tensiones y violencias y tener la elegancia y melancolía de Francis Scott Fitzgerald que en El gran Gatsby muestra cómo un hombre busca recuperar el paraíso que vivió con el amor de su vida y termina asesinado en la piscina por el marido de esta.
En esos años noventa con Palahniuk entrado en la treintena tomó una decisión crucial: clases de literatura con Tom Spanbabuer en Portland. Spanbabuer ya era un autor prestigioso tras la novela El hombre que se enamoró de la Luna. Era conocido por su estilo sencillo y directo con temáticas sobre sexualidad, la problemática de las razas y las relaciones entre personas de la periferia, y con aura de cierta polémica.
Si al buscar el amor de sus padres brotó la vocación de escribir, el profesor Olsen lo alentó, Spanbabuer lo orientó y buscó que sacará lo mejor de él en sus temas y en su estilo. Convertir la rabia en literatura. Palahniuk asimiló las palabras de Spanbabuer y buscó su singular territorio con coordenadas propias. Lo contó un día al diario británico The Guardian:
“Si fuera a escribir algo nuevo, ningún capítulo sería más largo que un video musical. Todo lo que los personajes dijeran o hicieran tendrían que ser rescatados de las payasadas de mis amigos más inteligentes. Escribiría este nuevo libro en el dorso de mi mano, en papel higiénico en los baños, en servilletas de bar. Una vez a la semana tecleaba todo esto en mi computadora en el trabajo”.
Sus manos grandes y fuertes de mecánico y de apoyo de pacientes terminales encontraron nueva vida en la escritura de una novela bajo el influjo de la ira salida del álbum The Downward Spiral de la banda Nine Inch Nails, y del debut de Radiohead con Pablo Honey donde está la archifamosa y dolida canción Creep. La editorial WW Norton se atrevió a publicar aquel manuscrito: Fight Club. Era 1996.
Tuvo buenas críticas y se vendió más o menos bien, pero no fue hasta su adaptación al cine, en 1999, cuando su éxito fue planetario con su frase memorable de letanía dirigida a todos:
“No sois un copo de nieve especial y único”.
La dicha del despegue de su éxito se tiñó. Su padre, Fred, quien había visto de niño bajo la cama cómo su padre mataba a su madre, fue asesinado de un disparo por el exnovio de su pareja.
Pocos años después Palahniuk reconoció su homosexualidad. Hoy vive con su pareja desde hace un par de décadas.
Exploración interior y literaria
La luz y la sombra de El club de la lucha lo acompañan siempre. Cómo la ve 25 años después o qué queda de aquel treintañero tiene que ver con la música:
“Llegué a la mayoría de edad durante la era del punk. De la manera cruda en que los cantantes punk no querían sonar como cantantes, yo nunca quiero sonar como un escritor tradicional”.
A esa influencia musical intenta imprimirle una innovación constante en los enfoques y formatos. Convirtió la secuela de El club de la lucha en una novela gráfica, y dicen que pronto en un musical.
Su necesidad de innovación y ansia de sorprender no ha parado. Minimalista y con continuos efectos que hacen fruncir el ceño al lector con alguna escena macabra o violenta o perturbadora. Así ha publicado Monstruos invisibles, reelaboración de aquel libro rechazado, Asfixia, Nana, Rant, Snuff, Pigmeo, Eres hermosa, Fantasma o su único volumen de cuentos Invéntate algo: Relatos que no te podrás sacar de la cabeza.
Son su válvula de escape con la que exorciza sus demonios: “Mis novelas se inspiran en mis frustraciones y las llevo al extremo”.
Chuck Palahniuk no hace caso a lo políticamente correcto. Cuando empezó no había tantas cortapisas. Veinticinco años después lo políticamente correcto tiende a colonizarlo todo y afecta a la creación, lamenta Palahniuk.
El origen de ‘El día del ajuste’
Es un escritor experto en captar las pulsiones y tendencias de la sociedad y sus posibles reacciones. Su reciente novela El día del ajuste es una prueba. Su intrahistoria y el evento que lo llevó a escribirla están cercanos en el tiempo:
“Después de las elecciones presidenciales de 2016, escuché a muchas personas abogando por la guerra civil en los Estados Unidos. El objetivo final parecía ser el de crear naciones más pequeñas segregadas de ciudadanos con ideas afines o ciudadanos con una etnia común. Crecí en un pueblo completamente blanco que tenía mucha violencia y miseria, pero quería representar la fantasía de segregación común de tanta gente en 2016 y demostrar los efectos que eventualmente podrían surgir”.
El paraíso de Estados Unidos resquebrajado. Un asomo del escenario planteado por Palahniuk se vivió con la toma del Congreso interpretado como un caso extremo, aunque no por él:
“¿De verdad, el 6 de enero fue tan extremo? Parecía más el famoso Beer Hall Pusch (el fallido golpe de estado del partido Nazi en Alemania, donde estaba Adolf Hitler en 1923, contra la república de Weimar). Si ese es el caso, tendremos mucho más de qué preocuparnos en los próximos años. El Horst Wessel Lied podría cantarse algún día sobre la mujer muerta en el asalto al Congreso, Ashli Babbitt”.
En esa distopía que busca la utopía pasando por el apocalipsis se crea una Declaración de Interdependencia que divide Estados Unidos en tres grandes naciones: Caucasia, Blacktopia y Gaysia. Allí la violencia es el valor y un grupo de millennials debe matar para ser considerados ciudadanos remunerados. La sátira fue el elemento que utilizó con escenas realistas al extremo, surrealistas o rebuscadas con toques de sadismo marca de la casa.
Con El Día del ajuste se confirma como uno de esos escritores que cree que la ficción es más eficaz a la hora de denunciar, críticar, contar la verdad:
“La ficción siempre es mucho más eficaz para cambiar la realidad que cualquier ensayo o reportaje periodístico, porque atrae las emociones de la gente. La gente puede discutir opiniones, pero no emociones. Hay que conectar con las emociones de la gente. Y eso es lo que un escritor debe intentar hacer cuando escribe ficción, buscar esa conexión”.
Sin hablar con sus lectores
Ahora con la pandemia y los confinamientos y restricciones de movilidad es un tiempo difícil para un escritor como Chuck Palahniuk que viaja seguido e interactúa mucho con sus lectores. Vive días en dique seco:
“Parte de mi proceso creativo es escuchar a mis lectores e identificar patrones entre las historias que me confían. Luego pruebo las mejores historias en el público y observo una reacción rápida. Con la covid prohibiendo los viajes, la mitad de mi ciclo creativo se ha ido. Además paso gran parte de mi vida solo, así que extraño la intensa prisa de conocer a miles de personas, ese estrés generalmente me obligaba a volver a aislarme para escribir. Este año, esa dinámica se ha ido”.
Si la denuncia sobre el consumismo, la banalidad y otros asuntos de la modernidad los ha cuestionado y los temores a aumentar las desigualdades pueden desembocar en revoluciones de divisiones trágicas, Palahniuk identifica de qué es más esclava esta sociedad del siglo XXI:
“Mi impresión es que la mayoría de la gente teme desconectarse. Sin acceso inmediato a Internet o transmisión de medios, la gente tendría que hablar. O, peor aún, se verían obligados a pensar y reconocer lo poco que realmente han pensado profundamente en algo”.
Es el paraíso en construcción del universo Palahniuk. Un destroyer romántico o un romántico destroyer que busca sacudir al lector. Aunque ahora carga con una rabia contenida en la que debe hacer gala de su autocitado estoicismo, pues un contable de su antigua agencia literaria malversó el dinero hace como tres años y lo ha dejado medio en la ruina. Vive lo que algunos de sus personajes que aspiran a ser felices con lo que hacen y la vida les da una bofetada, pero obtienen otra recompensa…
En su caso, escribir, escribir, escribir es su estrategia para recuperar lo perdido.