Chile: la otra vitrina rota
Es imperativo no perder de vista lo que pasa en Chile, a pesar de que las corporaciones mediáticas pasarán la página lo más pronto posible, como en Ecuador.
Miramos el mundo desde lo que somos, desde nuestras historias. Así que ver hoy lo que ocurre en Chile para mí no es posible sin vincularlo con la historia de nuestro país, Venezuela.
A finales de la década de los ochenta Venezuela experimentaba los síntomas de una crisis gestada no menos de veinte años atrás; así, la vida cotidiana de los venezolanos y venezolanas estaba marcada por la carestía de los elementos básicos de subsistencia. La sociedad política estaba dominada por dos grandes partidos con una orientación pactada en los sesenta en el marco del retorno a la democracia. Aún así, nuestra democracia era un ejemplo de civilidad para nuestros hermanos y hermanas del hemisferio que, tan convulsionados en su quehacer político, apenas conocían la democracia. Confiados estaban en mantener el timón del barco en la tempestad que se vivía. No imaginaron que en febrero de 1989, estallarían unas protestas populares, apagadas a sangre y fuego. Hubo un quiebre que afectó a la capacidad de cálculo de la élite política. Ni se imaginarían lo que paso después.
Haciendo el seguimiento a los acontecimientos que hoy ocurren en territorio chileno, tengo la misma sensación de 1989. Debemos considerar primeramente que Chile no es un ejemplo de democracia que se diga, puesto que el funcionamiento del sistema político aún mantiene bajo la reglas de juego que legó la dictadura. Se nos vende Chile como el ejemplo de modelo económico, sin decir que este se cimentó en un escenario con ausencia absoluta de derechos democráticos. Se nos vende como el modelo que todo el hemisferio debe emular para lograr prosperidad económica. A tal punto que mucha de la clase media venezolana fue a parar allá, huyendo de lo que denominan el fracaso del socialismo; y cuando llegó sintió que lograban lo anhelado.
Los recientes hechos, comenzaron con lo que para la élite política era poco significativo: el aumento de precio del boleto de metro. Quizás los que tomaron la decisión no viven con el salario mínimo, ni cerca de él, por eso no se imaginaron el impacto, aun cuando disponían de estudios de opinión. Proporcionaron sin estimarlo una grieta, que terminó desvelando la profunda desigualdad que se encuentra en el fondo del éxito del modelo. Ha sido tal la denuncia de las chilenas y los chilenos que el Gobierno ha ofrecido rápidamente implementar medidas como el aumento del salario y las pensiones, la congelación de costos de algunos servicios y la promoción de la reducción de la jornada de trabajo, entre otras.
Algunos nos preguntamos: ¿puede la élite política chilena seguir manteniendo el timón en esta tempestad? Observamos que algunos actores políticos se empiezan a desmarcar de la alianza que hizo posible que gobernara Piñera. Buscan tener mayores condiciones para aspirar a capitanear la nave, luego de la tormenta.
En todo caso, nuevamente hago referencia a nuestra historia, en la cual tras el Caracazo la sociedad política no logró recuperarse hasta que el 4 de febrero de 1992 sucedió con el intento de golpe de estado liderado por Hugo Chávez. Aquí se comenzó a configurar una alternativa con base en un liderazgo carismático, que luego promovió una conformación de base orgánica de múltiples fuentes y la reconfiguración de un relato político, que termino definiéndose socialismo del siglo XXI.
Las demandas de la población en Chile han crecido, no les basta con las ofertas de Piñera: ahora entienden que si no modifican las causas, la historia será igual. No solo es necesario el diálogo con el Gobierno, hay que hacer más. Se comienza a demandar la promoción de una Asamblea Constituyente, que discuta y reformule “el contrato social” para asegurar el funcionamiento de la república en otros términos. Un cuestionamiento a una Constitución que es legado de la dictadura.
Este escenario necesita de la participación organizada de las chilenas y los chilenos, que se expresa en algunos partidos políticos y organizaciones sindicales y sociales alternativas a la élite, pero hay que calibrar bien si son suficientes para articular un relato común, hacer cambios significativos, así como para gestionar un gobierno con una orientación alternativa a la existente.
Finalmente hay que ver a Chile en el contexto mundial, donde los beneficiarios del modelo cuestionado buscarán recomponer el estado de cosas, recoger los vidrios rotos y recolocar la imagen. En esto están ya están en marcha todos sus recursos.
A esta hora tengo más preguntas que respuestas. Es pronto para hacer afirmaciones, pero es imperativo no perder de vista lo que pasa en Chile, a pesar de que las corporaciones mediáticas pasarán la página lo más pronto posible, como en Ecuador.