César Gentili, el olvido que todo destruye

César Gentili, el olvido que todo destruye

En la red apenas hallamos testimonio de la importante labor musical que este artista llevó a cabo.

César Gentili. 

A principios de los años 80 del pasado siglo, por las calles y avenidas de Los Ángeles circulaba un Seat 850. Frente a las puertas de Carlos & Charly’s, el sitio de moda en Sunset Boulevard, el modesto utilitario español compartía aparcamiento con decenas de coches de lujo. El vehículo había llegado hasta allí por un capricho de su propietario, el arreglista y director de orquesta argentino César Gentili, que en esos momentos trabajaba con el mismísimo Don Costa, uno de los más estrechos colaboradores de Frank Sinatra.

Gentili (Tostado, Santa Fe 1938 – Buenos Aires, 2017) había abandonado en quinto curso la carrera de medicina para ser músico. Nada más llegar a Madrid en 1964, después de ampliar sus estudios de piano en Suiza y Austria y asistir, un año antes, en Salzburgo a un curso de dirección de orquesta impartido por Herbert Von Karajan, acudió una noche a la actuación de un compatriota que por entonces gozaba de mucha popularidad en España, Alberto Cortez.

“Actuábamos en una sala de Madrid, llamada Fundadores porque estaba en la calle del mismo nombre, -recuerda el pianista Willy Rubio- cuando aparecieron por separado Waldo de los Ríos con Tommy Carbia y César Gentili. Los presenté y allí empezó todo…”.

Pocas semanas después nació el quinteto Los Waldos, del que también formaba parte el batería Cacho Stella, que durante años sería el grupo que acompañaría a De los Ríos en sus grabaciones en el sello Hispavox con los artistas de la época, como Cortez, Karina, Gema o Los HH. Entre los cinco se estableció una estrecha amistad. Pasaban el día juntos, grabando en el estudio, ensayando hasta la madrugada en el piso de Stella o de Waldo o actuando en el mítico Hotel Pez Espada, de Torremolinos. Con estos grandes músicos, De los Ríos publicaría uno de sus discos más ambiciosos, Folklore dinámico. El quinteto, además, compartiría escenario con Raphael durante su primera gran gira y en el mítico concierto que ofreció el de Linares en el Teatro de la Zarzuela en 1966.

Durante el año siguiente aparecieron las primeras diferencias entre ellos. Stella se queda a vivir en Buenos Aires. Gentili y Rubio se posicionan con Alberto Cortez en el encontronazo que acabaría con la amistad que este mantenía de De los Ríos. El futuro autor de el Himno a la alegría empieza a ver a César como un rival. No le faltaba razón. Desde finales de los sesenta, Gentili firma los arreglos de los primeros discos de Cortez como cantautor, con éxitos como Cuando un amigo se va, El abuelo, Mi árbol y yo o Distancia.

Raphael lo incorpora como director musical durante varios años. Juntos protagonizan la primera gira por la Unión Soviética, seguidos muy de cerca por un agente del KGB que en sus notas desliza curiosos comentarios sobre Gentili. El prestigio de éste crece en la industria discográfica española. Joaquín Díaz, Patxi Andión, Luis Aguilé, Marisol y hasta Rocío Jurado graban sus arreglos. Uno de los más sonados será  Al alba, que en la voz de Rosa León serviría de banda sonora a los años de la transición democrática.

Cuando en 1971 llegué a la primera cita que tenía con César en su apartamento del Paseo de la Habana en Madrid -recordaba el cantante Jairo en una emisión radiofónica- advertí que la puerta estaba entornada. Desde el interior fluía una sonata de Mozart. Me quedé absorto escuchándolo sin entrar. Entre casi en puntas de pie para no incomodar. El departamento era el típico piso de soltero, de esos que se desordenan con la mirada. Había discos, libros por todos lados, una valija a medio deshacer y un acopio de revistas Play-boy en su versión original (…) Desde que entré en ese departamento tuve la sensación de que ese tipo de pelo ensortijado y expresión resuelta que tocaba a Mozart con tanta pasión estaba dispuesto a ayudarme”.

  Gentili con un joven Raphael. 

Sin abandonar esa forma despreocupada de vivir, Gentili se casa a principios de los ochenta con una ciudadana estadounidense y se marcha a Los Ángeles. Allí se lleva su coche, su SEAT 850, mientras trabaja con Don Costa y acompaña al piano a Barbra Streissand o Liza Minelli.

Él era cien por cien bohemio -me cuenta su sobrino Sebastián Paffundi desde Argentina-  se manejaba en taxi o subte, pero vivió la vida que quiso, almorzaba y cenaba afuera todos los días, Fui el único sobrino que lo visitó en Madrid, me quedé tres meses y pude comprobar su estilo de vida, muy relajado, muy de él... El departamento era gigante: tres habitaciones, otros tantos baños, cocina y en el living sólo un sofá y un piano de cola”.

Tras divorciarse, Gentili regresa a Madrid y centra su trabajo con diferentes orquestas. Dirige la Orquesta Sinfónica Juvenil de Radio Nacional, en Buenos Aires, las sinfónicas de Houston y San Francisco, dicta cursos de composición en la Universidad de Long Beach, California y compone una ópera con un libreto firmado por Mario Benedetti, entre otros muchos trabajos, a caballo siempre entre España y Argentina. Desde los noventa, tiene problemas de salud que llegarán a impedirle tocar el piano. Su amigo, el doctor Osvaldo Besasso, que también es médico de Daniel Barehnboim, escribió que “sobre un papel, como si fuera un piano imaginario, tocaba notas como si fuera el imaginario pentagrama” de su último concierto.

César Gentili falleció el 1 de marzo de 2017. Su familia no quiso desmontar su apartamento en el  barrio de Palermo, en Buenos Aires. Todo se conserva “tal cual él lo dejó -explica su sobrino-, no quisimos venderlo ni alquilarlo. Es como un pequeño museo.”

Allí quedaron sus partituras, sus fotos, sus discos. En la red apenas hallamos testimonio de la importante labor musical que Gentili llevó a cabo.

“Su cultura musical -resume Jairo- iba de lo clásico a lo popular con una gran maestría, sin dejar nunca de lado su gran talento de pianista. En un mismo arreglo te llevaba de Mantovani a Herb Alpert, haciendo escala en Bernard Hermann. Tenía la virtud de hermosear las canciones”.

Mi agradecimiento a la familia Gentili, Willy Rubio y al doctor Osvaldo Besasso.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).