Cenicero político
La política española, como otras tantas, es un fracaso en sí misma.
En cierta ocasión un amigo mío me golpeó en la cara con un cenicero de cristal rompiéndome ligeramente el labio. Mi amigo nunca tuvo intención de golpearme, pero el cálculo erróneo de las distancias provocó que la broma se convirtiera en accidente. Todo quedó en una anécdota por dos razones. La primera por la levedad de la herida y la segunda, más importante, es que el cenicero estaba limpio. Si me hubiera arrojado con el golpe las cenizas y las colillas a mi cara, el desenlace hubiera sido otro. Hubiera sido una guarrada. Siempre hay que tener un mínimo de estilo y elegancia. Y ser limpio, hasta cuando se golpea.
La política española, como otras tantas, es un fracaso en sí misma. No hay altura ética, el nivel se rebaja hasta sustituirla por una estética vacía de honestidad. La verdad se disfraza de posverdad, es como un “emoticono feliz” que sustituye la verdadera expresión de un rostro por una carita dibujada, manipulada, distorsionada. Si cada calderita tiene su tapita, cada culito político debe tener su sillita.
La política española está llena de cenizas y colillas. Un cutre souvenir nacional hecho solo con ese fin. Ser un cenicero sucio que nos golpee la cara.