Carta a una niña nacida en tiempos de pandemia
Espero que crezcas sin las ataduras de las princesas y con el coraje de los piratas.
Querida Dalia,
Te escribo la primera carta que recibirás en tu vida cuando eres una recién llegada a este mundo que justo en este 2020 parece más cercano a una distopía que a ese verano que todas soñamos, en el que yo, por ejemplo, habría estado en tu isla y te habría podido coger en mis brazos. Y habría celebrado con Marga y con Miquel, y con el pequeño Dídac, la alegría de tenerte ya entre nosotros. Pero has llegado a tu isla, a tu trocito de mundo, en un momento en el que todas y todos estamos habitando un largo paréntesis, que se alarga y se alarga, como si anduviéramos por el interior de una cueva y muy, muy al fondo, viéramos la luz de la salida, pero siempre nos quedaran metros por recorrer y nunca llegáramos a ella. Has nacido en un verano en el que como en todos los veranos brilla el sol, el Mediterráneo se enrojece cada atardecer y en las playas, pese a las mascarillas que nos tapan las sonrisas, la vida intenta sobreponerse a los malos augurios. Seguramente cuando pasen los años, y te hayas convertido en una chica curiosa y rebelde, con esas ganas de aprenderlo todo que estoy seguro de que te van a transmitir tu padre y tu madre, estudiarás este año, el que naciste, como un momento histórico, como uno de esos tiempos que son como fracturas en la historia, y del que ojalá salgamos, aunque no soy muy optimista la verdad, con muchas lecciones aprendidas. Muy especialmente con todas las que suponen poner la vida en el centro, reconocer nuestra común vulnerabilidad y darle a los cuidados el valor político, económico y social que nunca tuvieron. Me temo, y lamento darte una primera mala noticia, que te va a tocar vivir un mundo más complejo que el nuestro, más desigual, con más amenazas e incertidumbres, pero en el que también, afortunadamente, una niña como tú crecerá con más recursos y poderes que los que tuvieron las mujeres que te precedieron. Tienes la gran suerte de haber nacido en una familia en la que se intenta cada día construir otra manera de vivir los vínculos afectivos, de compartir tiempos y responsabilidades, de asumir que la interdependencia y la ternura son como las dos caras de la moneda que nos mantiene mínimamente felices ante el destino.
Tras unos meses en los que no han dejado de llegarme malas noticias, en los que la tristeza parece haberse instalado en mi balcón cordobés, verte a través del móvil tan pequeña, tan frágil, tan luminosa sin embargo, ha sido como un pellizco que por dentro me ha hecho recuperar ese brío que hace semanas había encerrado bajo mil llaves. Y mira que yo soy optimista por naturaleza, pero me he ido quedando sin recursos en estos meses de confinamiento y silencios, de enfermedad y penumbra, de primavera robada y patios sin macetas. Verte en brazos de tu padre, ese niño altísimo y juguetón al que quiero como cómplice de miradas y horizontes, me ha removido las entrañas y me ha hecho ver que la vida siempre es más fuerte que sus enemigos. Y que cuando hay razones como tú por delante ya solo podemos vivir hacia el futuro, hacia la alegría, hacia la playa que espero más pronto que tarde tú y yo podamos compartir, junto al travieso Dídac, en un atardecer con olor a mar y a ensaimadas.
Espero que crezcas sin las ataduras de las princesas y con el coraje de los piratas. Sé bien que tu madre hará lo posible para que tú seas siempre la capitana de tus días y que tu padre, aunque imagino que para él siempre serás la niña de sus ojos, será también parte activa de esa empresa. No tengo duda alguna de que ambos te mostrarán el camino, a veces tortuoso, de la ternura y el sabor auténtico, por más que en ocasiones sea agridulce, de las emociones. No dejes de escuchar todo lo que él y ella tienen que contarte sobre los hilos invisibles que unen cabeza, corazón y vientre.
Ojalá que el planeta en el que vas a crecer empiece en seguida a rectificar sus derivas y eso haga posible que el futuro, que será tu presente, no esté amenazado por los hielos que se derriten ni por las lágrimas de quienes están condenados a ser unos parias. Nos toca a tu madre y a tu padre, a mí, a quienes ahora somos adultos, hacer todo lo posible para que el horizonte se parezca cada vez más a un arco iris y no tenga las sombras que sobre él proyectan los jerarcas que mecen la cuna.
Como no he podido estar a tu lado en estos primeros días de cuerpo escurridizo y de nostalgia del vientre, he querido dejar por escrito la emoción desbordada que en la distancia me has transmitido, y el efecto alegría que tu llegada ha provocado en este julio incierto, en el que la calurosa Córdoba está más silenciosa que nunca. Espero que algún día puedas leer estos renglones, y alguno de mis libros que te dedicaré con cariño, y ojalá hasta podamos tramar cuentos a cuatros manos. Seguro que contigo, como en estos día leía en la Memoria de la melancolía de María Teresa León, vuelvo a aprender que “los libros pueden tapizar de sabiduría las paredes, que las yedras viven en el interior y van hacia los techos y que ha de contestarse a todas las preguntas para que las niñas puedan seguir creciendo y que todo en el mundo puede comprenderse y admirarse”.
Bienvenida al mundo, querida Dalia. Tú ya eres, desde la cuna que mecen Marga, Miquel y Dídac, la mejor vacuna que podía imaginar frente a tantos virus que me empequeñecen y hasta intentan reducirme a cenizas. La planta que florece en verano, la mujer hermosa que adivino en tu cabecita, la pieza de un jardín en el que las hojas de las flores se cubren de arena como si lo hicieran con perfume.
Con el deseo de que muy pronto nos veamos en tu isla o en mi terraza, te envío un abrazo de esos tan jugosos que solo saben darlos hombres como Miquel o mujeres como Marga. Un abrazo que por supuesto hago extensivo al pequeño Dídac que espero se convierta contigo en un hombre cuidador y tierno. Mis sobrinos mallorquines. El futuro que me obliga a seguir siendo el niño optimista que ahora tanto me cuesta mantener en pie.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.