Carrera de fondo
"No nos queda otra que claudicar un año más y esperar a las próximas vacaciones de verano".
Las vacaciones de verano son il dolce far niente de nuestras vidas. Un año más nos recuerdan que el tiempo puede detenerse por un breve instante y convertirnos en el que siempre quisimos ser: un individuo despreocupado y sin obligaciones.
Una vez que se esfuma este tiempo en el que las horas se detienen, pero los días transcurren como un tren de mercancías sin frenos, la realidad nos devuelve a una rutina que nos condiciona a ser de nuevo el que no queremos ser, acompañado de lo que no queremos vivir: atascos, jornadas maratonianas fuera de casa, covid (¿por qué ola vamos?), ahora la viruela del mono, noticias de la guerra de Ucrania, estar otra vez lejos de la montaña y el mar, los sábados de súper... Por lo menos todavía nos quedan las columnas de Manuel Vicent.
La vida no es más que el tránsito lento del trabajo a las vacaciones y el paso fugaz de las vacaciones al trabajo con los dolores de espalda a cuestas, hasta que un día te jubilan (si es que te jubilan) para volver a dominar el tiempo y olvidarse con mucho gusto del día en que vivimos.
Dicen los expertos, especialmente los psicólogos, que volver a la rutina es necesario para reubicarnos en el espacio y ordenar nuestra mente, pero si eso se lo explicas a un hippy como yo, seguramente le mande al carajo como hacen con mucho arte aquí en el sur.
Así que no nos queda otra que claudicar un año más y esperar a las próximas vacaciones de verano para volver a domar el tiempo a nuestro antojo. Sólo así podremos volver a ser por unos días el que siempre quisimos ser y reencontrarnos nuevamente con nosotros mismos y con los amigos (esos que vemos en contadas ocasiones); y cómo no, con la montaña y el mar, confidentes del disfrute a los que antes de volver a la ciudad siempre les oímos susurrar: “No te vayas de mí una vez más”.