Carmen, Carmen
Para la memoria colectiva todo comienza con aquella mítica frase: "Nena, tú vales mucho". La frase, que Carmen Maura repetía en cada uno de aquellos programas en los que interpretaba a una presentadora y que todo el mundo terminó repitiendo hasta la saciedad, no escondía más que una obviedad: el enorme talento de aquella mujer que el tiempo se encargaría de demostrar, que podía ser guapa o fea, alta o baja, tonta o lista, o lo que ella (y los directores que la dirigiesen) quisiese. Pero antes de eso, Carmen ya había hecho teatro, cine y había conocido a aquel chico lleno de ingenio y de talento llamado Pedro Almodóvar.
La historia de su encuentro ya la han narrado sus protagonistas numerosas veces. Pedro en el camerino de Carmen, Pedro acompañándola a casa después de la función en la que ella era la protagonista y él tenía un pequeño papel, Pedro contándole sus proyectos y haciéndola reír... Y Carmen animándolo con aquellos proyectos y convirtiéndose en una actriz monumental gracias a la Gloria de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. Si alguien que no conociese sus trabajos quisieses comprobar sus registros como actriz, lo tendría fácil: después de verla en ese papel de ama de casa harta de sus numerosos problemas, debería ver su interpretación en su siguiente película, Sé infiel y no mires con quién, donde su vis cómica alcanza cotas de altísimo nivel.
Lo que decíamos antes: pobre o rica, amargada o divertida, desconsolada o desatada, Carmen puede hacer lo que le venga en gana. Su talento se amolda a cada papel de manera asombrosa, consiguiendo dominar cada registro con total naturalidad. No existen para ella las barreras entre un género y otro: se pasea por todos ellos con auténtico poderío. Y a veces, dentro de la misma película, combina varios géneros con facilidad y soltura. Pensemos, por ejemplo, en La comunidad, de Álex de la Iglesia. Comedia, drama y hasta thriller cuando ella y la gran Terele Pávez vuelan por los tejados de Madrid.
Es cierto que con Almodóvar ha realizado grandes interpretaciones (¡esa antológica Tina Quintero de La ley del deseo!), pero también otros directores importantísimos han conseguido de ella impecables actuaciones, en registros muy diferentes. La lista es larga, por eso citaré cuatro ejemplos que me parecen que resumen, si de resumir se trata, su capacidad de transformación. Extramuros, de Miguel Picazo, con glorioso mano a mano con Mercedes Sampietro. Sombras en una batalla, de Mario Camus. Lisboa, de Antonio Hernández. Y, por supuesto, Ay, Carmela, de Carlos Saura.
Los premios han sido justos con ella (no siempre sucede así). Y ha recibido algunos de los más importantes del mundo del cine (sería largo enumerarlos todos, aunque especialmente significativo fue aquel Donostia recibido hace cinco años). En diciembre le otorgarán uno nuevo, el Premio de Honor de la Academia Europea. Supongo que le hará ilusión, naturalmente. Aunque sospecho que, como ella misma confesó en más de una ocasión, lo que más le gustaría sería llenar los teatros con esa obra que en breve estrenará.
Aquella manida frase del programa de Tola con la que (casi) comenzó todo fue mucho más que una simple premonición. Son cuatro palabras -tan simples, tan certeras- que definen a la perfección el talento y el largo itinerario de una actriz mayúscula.