Cargando con la esclerosis múltiple: Las renuncias y los duelos (2)
Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tú haces con lo que la vida te hace.
Edgar Jackson
Sí, toda pérdida exige un duelo, un proceso de adaptación emocional que exige el tiempo necesario para la elaboración de la pérdida. Nos encontramos con un problema evidente, ya que en la esclerosis múltiple podemos encontrarnos con un proceso continuo de pérdidas, una continuidad que podría tener un aspecto positivo: la posibilidad de la anticipación, la preparación previa al momento de la pérdida que puede ayudar a asumir esta.
Sin embargo, esa continuidad supone un riesgo: el objetivo de la elaboración del duelo ha de ser la cicatrización de la herida, hablamos del proceso desde la pérdida hasta su superación; la anticipación en nuestro caso supone el riesgo del preduelo inútil, no sabemos cuales serán las pérdidas, podemos llorar pérdidas que no se darán, y podemos encallar en un proceso de duelo permanente en el cual no se llega a superar la pérdida en la medida en que no manejamos una pérdida concreta sino una pérdida existencial que nos desborda.
El duelo ha de ser terapéutico, llegar a la curación; el duelo permanente, que no tiene fin, es, sin embargo, patológico, genera una nueva enfermedad. Se trata de saber renunciar a ello. Renunciar no es abandonar voluntariamente aquello que se pierde, el abandono se hace por pura necesidad, pero al mismo tiempo conlleva una aceptación del hecho; no una resignación fatalista, sí una aceptación tranquila. No es cuestión de renunciar a la esperanza, sí lo es de no esperarla.
No añorar el pasado ni ansiar el futuro, no vivir en el lamento ni depender de las ilusiones. El día de mañana puede ser o no ser, no cerrar la puerta a la posibilidad de que lo sea ni vivir pendiente de su llegada.
La correcta elaboración del duelo exige su exteriorización, su manifestación externa. Reprimirla es negar la pérdida y con ella impedir la adaptación a la nueva realidad. Resolver el duelo requiere, en primer lugar, aceptar la realidad de la pérdida, admitir que puede suponer un fin pero también un principio.
Aceptar no es negar, al contrario, se trata de sentir la pérdida, el dolor que trae y todas las emociones que conlleva. Es percatarse de cada una de ellas, tomar conciencia de las mismas y verbalizarlas, sacarlas de dentro, racionalizarlas en la medida de lo posible. Darles forma a través de la palabra, compartirlas, transmitir y escuchar. Este acto es la toma de tierra que nos puede proteger de una sobrecarga emocional.
Superar el duelo es aprender a vivir con la pérdida. De alguna manera reinventarse y reinvertir la energía emocional en esas nuevas formas, en nuevas rutinas, en la nueva vida, en el nuevo yo.
Jesús Mora, el autor de este post, escribe el blog Mensaje en una botella.