¿Caminamos hacia una crisis global de ideas? (+10 consejos detox)
Nuestra capacidad para ser originales está disminuyendo a paso de gigante.
¿De dónde vienen nuestras ideas? Sería precioso poder decir que surgen de nuestro interior, de nuestras cavilaciones o de las musas. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la amplia mayoría de las cosas que se nos ocurren proviene de una misma fuente: Google. Ya se trate de una fiesta de cumpleaños o de una carta de recomendación, no paramos de consultar al gran oráculo para cualquier aspecto de nuestra vida cotidiana que requiera una idea. No hay ejemplo más palmario de que nuestra capacidad para ser originales está disminuyendo a paso de gigante.
Es más, Instagram, que teóricamente iba a constituirse en el gran templo de la creatividad, donde todo el mundo expondría su arte gráfico a mayor gloria de su genio, ha acabado por convertirse en una tediosa caravana de fritos de refritos. Basta una somera mirada a la cuenta @insta_repeat para constatar que, a pesar de que cada uno cree que está haciendo su propia foto, en realidad todos estamos sacando la misma.
Y así, conforme vamos recorriendo los distintos aspectos de nuestra vida, vamos dándonos cuenta de la cantidad de ideas prefabricadas y guiones estándar que seguimos a diario: todos vemos series (casi siempre las mismas), todos tenemos smartphone y usamos Whatsapp, todos hablamos de cambio climático y de feminismo, todos compramos en las grandes cadenas textiles y, por supuesto, todos tomamos café en cápsulas. Las exiguas excepciones a estos hechos no hacen sino confirmar la regla.
En el otro extremo, sin embargo, habita una realidad al menos tan turbadora como esta: resulta que, mientras nuestro nivel de originalidad desciende, el umbral de sorpresa aumenta. Es decir: cada vez es necesaria más originalidad para sorprendernos. De esta manera, sucesos que en su día pasmaron a la audiencia han dejado ya de estimular nuestra curiosidad. Por ejemplo, a finales de los 80 resultó impresionante ver volar, por primera vez, a Superman en la gran pantalla. Hoy ese efecto haría sonrojarse de vergüenza ajena a cualquier post-millennial. De la misma manera, la fascinación que en su día ejercieron los primeros ordenadores y teléfonos móviles hoy es cosa de un pasado que se antoja remoto, a pesar de no haber transcurrido tanto tiempo. Y así ha ocurrido con todo: desde la minifalda a las palomitas para microondas, todas las novedades que en su día asombraron y cautivaron, mucho o poco, hoy no nos sorprenden nada de nada. Y lo sustantivo no es eso: lo sustantivo es que queremos más. Mucho más.
Por tanto, nuestro nivel de originalidad personal disminuye, mientras que la originalidad necesaria para llamar nuestra atención aumenta. La gran pregunta es: ¿qué pasaría si llega un momento en el que ya nadie tiene la capacidad necesaria para estimular la curiosidad de la audiencia? La respuesta es tan simple como turbadora: que el mundo se quedaría sin ideas.
Casi desde el origen de la civilización hemos sido educados en escuelas que nos hacen iguales a los demás y hemos trabajado en empresas que también nos uniformizan. Ahora, además, contamos con la omnipresente presencia de las grandes plataformas y sus algoritmos de recomendación, sumamente interesadas en que todos los ciudadanos seamos, finalmente, el mismo ciudadano, y además vivamos en la misma ciudad.
Siempre habíamos pensado que proteger nuestra originalidad, lo que tenemos de diferentes, era una vía posible hacia la autorrealización. Hoy, además, es una medida improrrogable para hacer que el mundo siga evolucionando. ¿Qué pasaría si los guionistas de series se limitaran a imitar sin más lo que hacen otros guionistas? ¿Y si los diseñadores de ropa calcaran los diseños de sus competidores? ¿Y si todos los escritores comenzáramos a clonar las ideas recogidas en los libros que leemos? Hemos de caer en la cuenta de que si nos seguimos copiando los unos a otros, al final la copia recursiva acabará generando una regresión al infinito, y el mundo se detendrá. Porque son las ideas originales las que lo hacen avanzar.
Es difícil saber cómo hacer frente a un fenómeno tan apabullante como puede ser una crisis global de ideas. Mientras lo pensamos, quizá sea bueno empezar por algunos consejos para desintoxicarse, que básicamente tienen que ver con eludir la ubicua recomendación algorítmica para dar un paso al frente y exhibir nuestra peculiaridad. Así, por ejemplo: