Cada paso que dé puede salvarle la vida
Sabemos que muchas enfermedades crónicas y muertes prematuras están asociadas con la inactividad física.
Por Juan Ignacio Pérez Iglesias, catedrático de Fisiología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea:
Sabemos que muchas enfermedades crónicas y muertes prematuras están asociadas con la inactividad física. Y disponemos cada vez de más datos que sugieren que el sedentarismo puede provocar consecuencias similares.
Hasta hace poco, las mismas personas cuya salud era objeto de estudio eran las que proporcionaban la información sobre el nivel de actividad física que se utilizaba en las investigaciones. Ese procedimiento se presta a errores, porque así es fácil que se subestime la intensidad real de las asociaciones observadas. Además, es difícil determinar cómo cambia el estado de salud en respuesta a diferentes niveles de actividad física, sobre todo cuando esta es de baja intensidad.
Con objeto de superar esas limitaciones, un estudio publicado en 2019 combinó información procedente de 8 investigaciones que, en conjunto, abarcaron a 36 383 personas mayores de 40 años de edad y a las que, durante unos 6 años (de media), se les midió la actividad que desarrollaban.
En las investigaciones analizadas el nivel de actividad física no se había establecido a partir de la información de los participantes, sino mediante acelerómetros. De esa forma se excluyó la subjetividad y los errores propios de los estudios anteriores.
Del total de participantes, 2 149 (5,9 %) murieron durante el estudio. Fue precisamente la probabilidad de morir durante el periodo de seguimiento la variable que se utilizó para establecer la influencia de la actividad física sobre el estado de salud general.
Los resultados de este metaanálisis –-así se denominan los estudios que combinan datos procedentes de varias investigaciones para ganar seguridad en las conclusiones– confirmaron en parte lo que ya se sabía, pero aportaron información adicional valiosa.
Para empezar, la magnitud del efecto de la actividad física sobre el riesgo de muerte, tal y como se ha establecido en este estudio, duplica la que se había estimado antes con los estudios en los que se preguntaba a los participantes cuánta actividad recordaban haber desplegado.
En cuanto a los resultados, se comprobó que, sea cual sea la intensidad de la actividad física, esta se asocia con una reducción sustancial del riesgo de morir. Ahora bien, también se observó que cuanto mayor es la actividad que se desarrolla, menor es el riesgo de muerte. En otras palabras: proporciona más beneficios hacer mucha actividad que hacer poca.
La relación entre mortalidad y actividad es especialmente acusada cuando esta es de baja intensidad. Por encima de un cierto tiempo e intensidad de desempeño físico, el riesgo de muerte se mantiene prácticamente constante. De hecho, la mayor reducción en el riesgo de muerte se produce hasta llegar a algo más de 6 horas diarias realizando una actividad física de muy baja intensidad, unas 5 horas si la intensidad es moderadamente baja, hora y media para una intensidad moderadamente alta, y media hora si la intensidad del ejercicio físico es muy alta.
Por último, los hábitos de vida sedentarios también conllevan un mayor riesgo de muerte, y ese aumento del riesgo se produce con claridad cuando se pasa más de nueve horas y media diarias levantándose muy pocas veces del asiento.
Este estudio no ha buscado caracterizar las causas de muerte. Se ha limitado a constatar la existencia de un fuerte vínculo entre mortalidad e inactividad física. Y sus conclusiones son claras: es muy importante no pasar demasiado tiempo sentados, trabajando o viendo la televisión, y mantenerse lo más activos posible. Si no podemos desarrollar mucha actividad, eso no debe ser motivo para no hacer ninguna: todos los pasos que demos, aunque sean unos pocos, reportan beneficios.