Brexit tranquilo, sin voces, sin manifestaciones... Ojalá las hubiera
La situación del Brexit en España o en Francia hubiera tenido consecuencias importantes en las calles.
Cada semana me enfrento al folio en blanco para explicar lo que sucede en Reino Unido, lo que nos acontece a los emigrantes, el poco caso que se nos hace a instituciones como el Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, o aquellas noticias que, por estúpidas e increíbles que parezcan, suceden constantemente.
Como sufridor y espectador los momentos que estamos pasando ante el Brexit, es difícil no abordarlo sin pasarlo por el prisma de un ciudadano español como yo que, si bien llevo mas de dos décadas en Reino Unido, ya venía con una cultura y una forma de ver las cosas muy distintas.
Para los nacidos en mi época, las manifestaciones violentas de estudiantes defendiendo unos derechos que se arrebataban, de granjeros franceses abordando y quemando camiones de frutas españoles, piquetes sindicales, caceroladas y una posición de belicismo ante todo lo que nos acontecía, difiere y mucho de lo que sucede en la población británica actual.
Aprendieron en los ochenta, por ejemplo en la llamada batalla de Orgreave en junio de 1984, que las revueltas, aun por causas tan legítimas como el trabajo, ya no se aceptaban en aquel Reino Unido que poco a poco fue minimizando el poder sindical y la fuerza de las manifestaciones. Margaret Thatcher tenía un plan que salió perfecto.
Todo esto no es subjetivo ni depende de la posición desde donde lo mires. En 2015, mas de 30 años después, la Comisión Independiente de Quejas de la Policía explicó que hubo “evidencia de violencia excesiva por los agentes de policía, una falsa narrativa desde la policía exagerando la violencia de los mineros, perjurio por parte de los agentes dando evidencia falsa para encarcelar a los hombres arrestados y un aparente ocultamiento de este perjurio por parte de los superiores policiales”.
En este capítulo oscuro de la historia del Thatcherismo quedó clara una línea en el suelo, y atravesarla suponía asumir las consecuencias de no “adaptarte” a las nuevas exigencias de una sociedad a la que se le olvidó quejarse, levantar la voz y defender con mayor pasión sus ideales… en el caso de tener ideales claros.
Aquí es donde los que hemos vivido en ambos lugares podemos opinar de pros y contras de ambas formas de ver la vida, y no solo la política.
En España, o al menos en el patio de mi colegio, ya había en aquellos años 80 “discusiones” sobre política (o lo que nos habían inculcado) en conversaciones de niños de 13 años. No, no eran conversaciones densas sobre teorías políticas o las características a destacar en los líderes, pero ya ibas eligiendo equipo.
En el instituto, si no eras de los que pasaban de la política, ya tenías equipo y ya te sumabas a manifestaciones algún que otro fin de semana, y aprendías canciones sobre “campeones de salto”, o no, dependiendo de tu elección.
Tres décadas después y desde fuera, da la impresión de que este ambiente se ha ido caldeando y ahora mismo hay sectores muy divididos y las redes sociales son sin duda alguna una forma de cabrearte de continuo con vecinos, familiares o amigos… y esto es un fenómeno mayoritario.
Y aun cuando es criticable, a veces, me traería al Reino Unido una pizca de esa mala leche y de esa confrontación.
Este fin de semana me sorprendió una conversación con una vecina a la que yo ya tenia apuntada en la libreta de “tiene pinta de ser muy….”, y me sorprendió gratamente y no solo su posición, sino cómo lo dijo.
Una crítica al actual Gobierno por cómo se ha llevado la pandemia, en un monólogo de 3 minutos a velocidad brutal. Se despachó incluyendo la crítica al elitismo social dentro de la clase política, a la falta de sentido común en cómo parar desde un Gobierno una pandemia, y al final de su discurso dejo un “y no quiero entrar a hablar del Brexit porque entonces no paro”.
Mi vecina me sorprendió y volví a casa con una sonrisa, pero deseando ese nivel de pasión en todo el mundo… pero no es lo normal. No se posicionan, no se discute, y si se comenta no será en grupos grandes o atendiendo a manifestaciones.
La situación del Brexit en España o en Francia hubiera tenido consecuencias importantes en las calles. Una decisión tomada en un referéndum no vinculante jamás hubiera pasado a ser la que cambie la manera de vivir en Reino Unido.
En Reino Unido en los últimos meses se ve un cambio de bando en la población, y muchos hilos en redes sociales de gente que se arrepiente de lo votado hace cuatro años. Y por otro lado tenemos al bando que ganó diciéndonos que ya tomaron la decisión, como si no hubiera elecciones cada cinco años para elegir nuevo Gobierno.
Pero los que se quejan lo hacen a volumen bajito, sin salir a despacharse en manifestaciones como las que se vieron en Francia con los chalecos amarillos en 2019, o las variadas manifestaciones que se ven en España… y yo veo la falta de muestras claras del cabreo generalizado como una gran debilidad en un país demasiado tranquilo y donde solo parece que se ponen a nivel europeo dentro de los estadios de futbol. Como si solo se pudiera gritar y mostrar tu cabreo en recintos deportivos, pero no tomar las calles y demostrar el hartazgo y la necesidad de cambio.
De lo poco positivo en 2020 esta el “apruebo” chileno que comenzó un año antes con estudiantes de secundaria saltándose los barrotes del metro el 14 de octubre de 2019… la chispa que comenzó la hoguera para lograr cambios en algo que parecía no cambiaría nunca.
La otra opción es agachar la cabeza ante un Brexit impuesto, aun cuando sabes que ya los números en la ecuación han cambiado y ahora habría mayoría por quedarnos en la Unión Europea, y los días, semanas y meses han pasado, y aceptamos el castigo de las élites. Con lo fácil que es salir a la calle a protestar…