Objetivo Casado
Las claves de la semana: aquí el camino recorrido durante el verano indica todo lo contrario a Italia. Vamos directos a las urnas. Y será la cuarta vez en cuatro años.
Parece que no pasa nada, que el tiempo se ha detenido y que todo está en el mismo punto en que nos despedimos de julio. Hablamos de España, claro. Porque la última maniobra del británico Boris Johnson de suspender cinco semanas el Parlamento en la recta final del Brexit ha convulsionado a Europa mientras que el enésimo ejercicio de contorsionismo político en Italia ha abierto una ventana de esperanza para cerrar el paso a la ultraderecha de Salvini.
Si no somos tan distintos a los italianos como sostiene Felipe González, deberíamos saber a estas alturas que ni las encuestas son un instrumento infalible para trazar estrategias políticas ni es imposible el entendimiento entre a priori enemigos irreconciliables. Ahí están el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático. El miedo a unas elecciones lo ha hecho posible. Y aquí el camino recorrido durante el verano indica todo lo contrario. Vamos directos a las urnas. Y será la cuarta vez en cuatro años.
Pedro Sánchez no se fía ahora de quienes le llevaron en volandas a La Moncloa. Y Pablo Iglesias recela de un acuerdo programático con el que los socialistas acordarían con la izquierda la política social y los asuntos de Estado y las decisiones económicas, con la derecha. Ni uno está por la labor de retomar la negociación para un gobierno de coalición ni el otro por regalarle la investidura si no hay miembros de su partido sentados en el Consejo de Ministros. Ambos dicen que no quieren asumir el riesgo de pasar de nuevo por las urnas, pero no hay quien crea en serio que alguno de los dos ha hecho algo para evitarlas.
Los gestos, los silencios y hasta las palabras les delatan. Iglesias ha dicho que si el PSOE acepta una coalición como la que rechazó en julio -una vicepresidencia y tres ministerios- habría acuerdo en cuestión de horas. Y Sánchez, que está esperanzado con que la propuesta programática de 300 medidas que hará pública el próximo martes sea del agrado de Podemos. El documento dará para llenar el tiempo que resta hasta que Felipe VI convoque la próxima ronda de consultas y para que los periodistas, de paso, vivamos unos días más de estirar el chicle con el proyecto europeísta, progresista, feminista y todos los “istas” que se nos ocurran. Una cosa es lo que sostienen en público y otra lo que murmuran, en privado ministros y dirigentes del PSOE.
Los hay que se esfuerzan por convencer de que las razones para escabullirse del acuerdo con Podemos no son electorales, sino estrictamente políticas, ya que gobernar con los morados y necesitar a ERC para completar la mayoría “sería en el medio plazo un suicidio y una garantía segura de que en menos de un año habría que ir en todo caso a elecciones y además con una perspectiva peor que la de ahora”. Y los hay que arguyen que si Iglesias, en un alarde de responsabilidad, evitara en el último momento la disolución de las Cortes y apoyara gratis la investidura de Sánchez, el resultado sería el mismo: un Gobierno de exigua mayoría que tendría desde el primer día una oposición furibunda por la derecha y por la izquierda que haría inviable también la Legislatura.
Así las cosas, en La Moncloa -no tanto en el PSOE, aunque nadie se atreva a explicitarlo en público- creen inevitable volver a las urnas y se disponen ya a rentabilizar en votos los errores de un Iglesias atado al mástil de un barco a la deriva, que es como hoy ven en Ferraz a Podemos. El cálculo, además de arriesgado porque no garantiza en absoluto que la izquierda en su conjunto vaya a sumar más votos de los que cuenta ahora, es una oportunidad para que la derecha se reconstruya y pueda acudir junta en aquellas circunscripciones donde su fragmentación restó votos y escaños a un PP que en abril registró su peor marca con tan sólo 66 diputados.
Entre la “fontanería” monclovita no esperan que Rivera se preste a una operación como la de Navarra Suma porque, más que colaborar con el PP en la escena nacional, aún aspira a arrebatarle la hegemonía de la derecha. Y eso que no hay una sola encuesta con la que pueda defender semejante estrategia. Todo lo contrario. La tendencia de Ciudadanos es a la baja y con riesgo cierto de despeñarse en favor de un desplazamiento claro de su electorado hacia el PP, que también notaría el regreso de una parte importante del voto que se le fue a VOX.
Es en esta pantalla y no en ninguna anterior en la que el sanedrín de Sánchez trabaja ya en el llamado “Objetivo Casado” para que inmediatamente después de la repetición de las elecciones, la presión política, social, empresarial y financiera obligue al PP a abstenerse ante una nueva investidura de Sánchez, tal y como hizo el PSOE en 2016 con la de Mariano Rajoy.
Casado consolidaría así su posición interna a costa de crecer en votos y escaños, el PP podría acreditar el sentido de Estado que hoy se le niega desde algunos sectores y su líder ganaría enteros dentro y fuera del partido, además de tiempo para, junto a Sánchez, reconstruir el viejo bipartidismo. Que, dicho sea de paso, también se trata de ello. Ese es el cálculo. Lo que venga, está por ver. Dependerá de los resultados de Ciudadanos y Podemos. Ninguna de las dos formaciones, de momento y pese a su cotización a la baja, está en riesgo de extinción. Así que si en Italia la media de duración de un primer ministro está en 14 meses, igual en España transitamos por la misma senda, la de la cronificación de la inestabilidad política.
¿Acaso cree Sánchez que le servirá de mucho una abstención de la derecha tras una repetición electoral aunque sumase diez o quince escaños más? Prepárense para los vaivenes. La inestabilidad parece que ha venido para quedarse, salvo que el PSOE lograse un acuerdo con los liberales de Ciudadanos, que es lo que exploró con escaso éxito desde el día después al 28-A. Pero eso da para otra entrega. Con permiso, claro está, de Rivera. O sin él en la escena…