100 días de guerra en Ucrania: estrategias, cambios y dudas de un conflicto que no tiene fin
Con los combates centrados en el Donbás y Rusia avanzando lentamente, surgen las primeras dudas sobre la unidad de acción occidental. Esto dura ya demasiado.
Ni quienes avisaban de que venía el lobo vieron lo bárbaro y sanguinario que era de verdad. Antes de Navidad, las Inteligencias de Estados Unidos y Reino Unido ya decían que Rusia tenía la intención de invadir Ucrania. Ponían hasta fecha, pero el calendario avanzaba, el día pasaba, y nada. Moscú acusaba a los que lanzaban estas alertas de tener “un trastorno mental”. Hasta que hubo ataque: el 24 de febrero pasado, Vladimir Putin ordenaba una “operación especial” contra su país vecino. Para “desnazificar”, para “prevenir”, para “proteger”.
Hoy se cumplen cien días de un conflicto que pocos esperaban, que nadie auguraba tan largo, que le ha dado la vuelta a las agendas mundiales y está poniendo los cimientos de un nuevo contexto mundial que perdurará décadas. Una contienda sin victorias claras, plagada de dudas y que muta sobre la marcha, en función de las nuevas apuestas de Moscú, la llegada de armamento internacional para Kiev, las fuerzas y contrafuerzas sobre el terreno.
Se ha repetido mucho en estos meses, pero es que es una de las primeras conclusiones de esta invasión: Putin dio el paso porque esperaba una guerra corta y no lo está siendo. Se hablaba de conquistar la capital en 48 horas y hubo que retirarse de ella porque no había empuje. Se inició la ofensiva por seis flancos y de esos sólo quedan vivos los del sur y el este. Los motivos de que sigamos contando jornadas en los diarios de guerra son múltiples: la inesperada resistencia del Gobierno del exactor Volodimir Zelenski, su ejército y sus civiles armados; las evaluaciones incorrectas de los mandos rusos; el estado de las Fuerzas Armadas de Putin, con sus carencias de personal y medios; el error de cálculo en pensar que Occidente no reaccionaría ni con unidad ni con contundencia. Hoy esta es una guerra sin plazos, en la que el invasor controla ya el 20% del territorio enemigo.
Nueva estrategia
En estos cien días, el Kremlin -que ha perdido al menos 12 generales, que se dice pronto- ha tenido que ir cambiando su estrategia: vio que no podía poner un Ejecutivo títere al mando, que no podía conquistar Kiev, que en el norte se le iban muchos efectivos, y decidió en abril reorientarse, concentrar todo en el sureste. Un informe del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), con sede en EEUU, señalaba la semana pasada que la operación relámpago ansiada por Putin ha tenido que “rebajar sus objetivos militares en dos ocasiones”, cambiando el rumbo de la guerra, informa EFE.
El primer momento crítico, cita, fue el intento de tomar el aeródromo de Hostómel, a 35 kilómetros de Kiev, con 200 paracaidistas; fueron sorprendidos por las Fuerzas Armadas de Ucrania, que conocían sus planes, y lograron retomar el control del aeropuerto rápidamente. Fue determinante para que los rusos abandonasen la idea de ir a por la capital. El segundo fue la destrucción de carros blindados, artillería y otros vehículos rusos por parte de las tropas ucranianas, cuando el convoy intentó avanzar en la región de Kiev en una kilométrica columna y exponiéndose plenamente hacia la capital.
Desarbolados, sin capacidad de pegada, los rusos ordenaron el repliegue en las regiones de Kiev y Chernígov y la guerra entró en otra fase. Reforzados con los que se habían marchado del norte, dejando a su paso matanzas de civiles por puro despecho como las de Bucha, los rusos desplegados en el sur comenzaron a tener éxito y se hicieron con Jersón, la única capital de provincia tomada en los cien días de ofensiva militar-, además Berdiansk y Melitópol. De seguido se incrementó el cerco de Mariupol, ciudad portuaria clave en el Mar Negro, que dominan por completo desde el 20 de mayo. Es una ciudad importante en la que daban, además, el golpe más simbólico a Ucrania, porque se había convertido en un icono de resistencia.
Mariupol les abría un cuello de botella esencial para construir el corredor que Rusia ansía entre su territorio y la península de Crimea, anexionada desde 2014. Hasta Transnistria, en Molvavia, lo quieren extender, según ha confesado el propio Kremlin. Sin embargo, desde entonces se han producido avances muy pequeños, impropios del segundo mayor ejército del mundo. La pelea por el Donbás, con sus provincias de Donetsk y Lugansk, busca “liberar” un importante cinturón industrial y minero con importante población de origen ruso donde grupos rebeldes prorrusos ya declararon unilateralmente la independencia en 2014. Cuando los de Putin llegaron a la zona, estos sublevados ya controlaban un tercio de las dos provincias. Ahora dominan el 95% de Lugansk pero no más del 60% de Donetsk. En total, Zelenski ha reconocido que Rusia domina hoy un 20% del país. No es que sea arrollador, aunque en las dos últimas semanas los ligeros avances son siempre del invasor.
“No corremos para cumplir un plazo” concreto, se defendió la semana pasada el secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolái Pátrushev, ante las críticas -crecientes en el interior, pese a la persecución gubernamental- por la falta de éxitos. El 9 de mayo, en el Desfile del día de la Victoria, Putin no tuvo ni una gran medalla que colgarse y eso escuece. El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, va más allá y sostiene que el ritmo de la ofensiva se ha ralentizado “deliberadamente” para salvar vidas de civiles.
“La invasión rusa de Ucrania que pretendía tomar y ocupar todo el país se ha convertido en una ofensiva desesperada y sangrienta para capturar una sola ciudad, mientras defiende avances importantes pero limitados en el sur y este” del país, señala el ISW. Ahora los esfuerzos de Putin se centran en tomar las ciudades de Severodonetsk y Lysychansk, ambas en Lugansk, y a las tres líneas defensivas creadas por las fuerzas rusas en el sur, que son objeto actualmente de un contraataque ucraniano en algunos lugares. Si domina esas dos urbes, tendrá todo Lugansk, la provincia estará completada. Son enclaves importantes, además, porque son dos ciudades gemelas en las dos orillas del río Siverskyi Donets, que están sirviendo de barrera natural contra las tropas rusas.
Los rusos están logrande progresos muy limitados en los territorios aún bajo control de Kiev en la región de Donetsk, donde sigue viva una línea de contacto con la capital, que se estableció preventivamente antes de la invasión del 24 de febrero pasado. El plan inicial de bajar desde la ciudad de Izium al sur, hacia Sloviansk y Kramatorsk, -las dos principales ciudades en esta región bajo control ucraniano- lleva semanas estancado, si bien el Estado Mayor General advierte ya de preparativos rusos para retomar la ofensiva.
En las últimas jornadas, Ucrania pierde más efectivos, ha reconocido oficialmente que caen entre 60 y 100 militares diarios. En total, cifra en unos 1.300 sus uniformados muertos en la ofensiva, aunque el Kremlin la eleva a no menos de 23.000. Zelenski defiende que su gente ha aniquilado a más de 30.000 rusos, por su parte, pero Moscú no hace públicos desde marzo sus datos de muertos y heridos (entonces admitió 1.351 bajas) en un intento de no desmoralizar más. Inteligencias como la de Londres sitúan sus muertos en no menos de 20.000. Desde que comenzó la invasión, la cifra de personas que han perdido la vida en el conflicto es difícil de estimar; la guerra también es de números.
Naciones Unidas ha podido verificar la muerte de 4.074 civiles, entre los que hay 262 niños. Otros 4.826 ucranianos han resultado heridos, según la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (ACNUDH). Las cifras reales podrían ser considerablemente más altas, “miles de veces mayor”, porque falta información de varias localidades, en especial de Mariupol (que llama un “agujero negro” de información), Popasna (Lugansk) e Izium (Járkov), donde hay informaciones sobre numerosas víctimas.
Desde la invasión rusa, unos 6,8 millones de ucranianos han huido de su país, junto con al menos otros 7,7 millones de desplazados internos. Tras escapar inicialmente a los países vecinos, al menos tres millones continuaron su viaje y su exilio, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Polonia, Alemania y la República Checa son los países que están brindando una mayor acogida. Cerca de dos millones de ciudadanos han regresado en estos cien días, aunque parte de esa cifra podría ser un movimiento de ida y vuelta, señala la misma agencia de Naciones Unidas, en busca de familiares o bienes. La afluencia de refugiados ucranianos a la Unión Europea -que ha abierto sus puertas como nunca antes- ha puesto a prueba los sistemas de acogida.
Los cambios, inquietantes y duraderos
Con esta guerra declarada entre la sorpresa y la conmoción, el mundo encaja como puede cada día los cambios que le está causando. Están los refugiados, la mayor oleada desde la Segunda Guerra Mundial en el continente, pero también las toneladas de grano estancadas en puertos como el de Odesa, los precios de la energía, los combustibles o los alimentos al alza, fruto del bloqueo de bienes y del toma y daca de las sanciones impuestas a Putin o por Putin. Hay quien gana, claro, como las petroleras que se han embolsado 3.000 millones de euros adicionales desde que comenzó la ofensiva, un dato desvelado por Greenpeace.
Los avisos de crisis humanitaria por hambruna son los más inquietantes, porque golpean a los más indefensos. Ucrania es uno de los mayores graneros del mundo, produce alrededor del 50% del aceite de girasol, el 15% del maíz y el 10% del trigo que se consume en el planeta. El conflicto ha cortado estas exportaciones y Rusia sigue bloqueando el grano en los puertos ucranianos del Mar Negro. Putin dice que si se levantan las sanciones, él deja salir los barcos.
Este bloqueo se ha dejado sentir especialmente en los países que dependen de las importaciones de cereales y aceite de cocina ucranianos, como Egipto e India, pero las repercusiones son mucho más amplias. Algunos advierten que la guerra contra Ucrania, junto con las condiciones meteorológicas extremas debidas al cambio climático y la conmoción económica causada por una pandemia, está generando una crisis alimentaria mundial. “No abrir los puertos de Ucrania es una declaración de guerra a la seguridad alimentaria”, denuncia la ONU. 49 millones de personas en 43 países se encuentran en niveles de emergencia de hambre, cuando se suponía que en esta generación se podía lograr el hambre cero.
La seguridad energética también se ha visto en jaque en estos tres meses largos de guerra. Hasta febrero, Rusia había sido una importante fuente de energía para el resto de Europa, el mayor exportador de gas natural del mundo, el segundo proveedor de petróleo crudo y el tercer exportador de carbón. Tres cuartas partes de su gas y casi la mitad de su crudo se destinan a Europa. En 2020, el petróleo, el gas y el carbón rusos representaban una cuarta parte del consumo energético de la Unión Europea.
Pero no se pueden tener negocios con quien mata de esta forma, dice Bruselas, quien cada día que pasa, le da 28,5 millones de euros a Ucrania y casi 1.000 millones a Rusia. De locos. “Sencillamente, no podemos confiar en un proveedor que nos amenaza”, dijo en marzo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Desde entonces, el debate ha sido intenso y los pasos, importantes. La UE se quiere desprender completamente de los combustibles fósiles rusos para 2030 y planea reducir drásticamente el uso del gas ruso en dos terceras partes para finales de 2022. Busca salidas en EEUU, en Argelia, en Nigeria.
Muchos ven en el conflicto una oportunidad para que la UE no sólo se libere de la dependencia de la energía rusa, sino que también cumpla el compromiso del bloque con la protección del clima mediante el desarrollo de las energías renovables y el aumento de la eficiencia energética. Sin embargo, la velocidad con la que se puede lograr tales cometidos se ve limitada. Por ahora, se ha ido a por el carbón y el petróleo -parcialmente-, pero el gas no se toca. Hay demasiada dependencia de países como Alemania y no hay acuerdo para abordar el debate.
Ambas crisis, al de alimentos y la de energía, ha llevado a un incremento brutal de precios. El índice de precios de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que mide la variación mensual de los precios de una cesta de productos alimentarios básicos, alcanzó un máximo histórico en marzo. La inflación se duplicó en todo el mundo este año, desde marzo de 2021, según la Organización Internacional del Trabajo. En la eurozona, la inflación alcanzó el 8,1% el mes pasado, un récord.
Los países con menos ingresos serán, de nuevo, los más afectados. Mientras que un reciente análisis del Fondo Monetario Internacional (FMI) proyectaba una inflación del 5,7% para los países industrializados, esa cifra para los países en desarrollo es del 8,7%. La ONU ha rebajado en otro informe del 4 % al 3,1 % su previsión de crecimiento global para este año y advierte de que el deterioro puede terminar por ser aún mayor. “La guerra en Ucrania, en todas sus dimensiones, está desencadenando una crisis que es también devastadora para los mercados globales de energía, está alterando los sistemas financieros y exacerba las vulnerabilidades extremas para el mundo en desarrollo”, señaló el secretario general de la ONU, António Guterres, a mediados de mayo.
Obviamente, entre los cambios enormes que está causando la guerra está el del modelo de seguridad y defensa de Europa. La OTAN ya no está en “muerte cerebral”, como un día dijo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sino que ha reencontrado su razón de ser cuando más perdida estaba. Si Putin quería actuar ahora porque Occidente estaba desunido, tras años de lejanía entre Donald Trump y la UE, por ejemplo, o cansado por fiascos como el de Afganistán, se ha equivocado: van todos a una; aunque haya distintas apuestas y velocidades, el propósito es idéntico.
Putin considera que la OTAN es una amenaza existencial para Rusia y ha advertido en repetidas ocasiones de las consecuencias si se permite la adhesión de Ucrania. De hecho, prevenir ese paso era una de las claves que daba para mandar la ofensiva, que la política de puertas abiertas de la Alianza ha sido provocadora. Pero se ha pasado de frenada y, con su invasión, ha extendido los temores sobre el proyecto imperialista que tiene para Rusia. Resultado: Finlandia y Suecia, países tradicionalmente neutrales, han pedido oficialmente unirse a la alianza y Dinamarca ha aprobado unirse a la Defensa Común Europea. Algunos expertos pronostican, de paso, una renovada división en bloques geopolíticos y económicos del Este y del Oeste, con Rusia y China de un lado, y la Unión Europea y EEUU del otro.
El desgaste
La guerra sólo acumula sangre, mutilaciones y éxodos, pero también sanciones, esfuerzos por frenarla, negociaciones. La fatiga se deja ver en el campo de batalla, pero también en los despachos. En las últimas semanas se ha acentuado y, sobre todo, visibilizado, que los socios occidentales actúan todos unidos por el mismo propósito de frenar a Putin, pero varían las formas. Hay consenso, pero también divergencias.
Por un lado, hay posiciones como la de Reino Unido, Polonia o los países bálticos que no dan tregua: hay que ir a por la derrota inequívoca de Rusia porque, si no, puede rehacerse y reanudar los golpes. El temor a un ataque es países del entorno postsoviético es alto. Frente a ellos están Francia, Alemania o Italia que no tiran la toalla y que intentan mantener un canal de interlocución abierto con el Kremlin, con llamadas a Putin que no han dado resultado pero no cierran la puerta. Ahora mismo tratan de negociar pasillos que permitan la salida de granos desde el mar Negro, pero Rusia pone condiciones: fuera sanciones primero. Estos países intentan al menos que haya un cese temporal de las hostilidades, como paso intermedio.
Todos miran a lo que haga EEUU, claramente. Joe Biden, el presidente norteamericano, no soporta a Putin y lo ha llamado “criminal de guerra” y ha abogado por eliminarlo del poder, pero se muestra reacio a la hora de enviar a Ucrania armamento demasiado sofisticado. “Es como si se estuviera haciendo una calibración mundial de qué se hace”, como escribe el corresponsal diplomático de la BBC, Paul Adams. Esta semana ha dado el paso, muy muy meditado, de entregarle un sistema multicohetes para dañar “objetivos clave”, pero con la garantía previa de que se usarán de forma defensiva. Se ha negado a hacerlo reiteradamente en los últimos meses, porque sabe que Rusia lo entenderá como una provocación. Moscú hablaba estos días de guerra “proxy”, jugada por Washington a través de intermediarios.
En Europa, la lucha que ha dejado el sexto paquete de sanciones, con Hungría firme para no aplicar el que concierne al petróleo o quitando nombres de ls lista de sancionados como el del jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ha demostrado que en lo económico / energético será muy difícil avanzar más, porque hay servidumbres, dependencias y limitaciones de décadas difíciles de superar. No supone lo mismo que España meta la tijera o que lo haga Polonia. Lo mismo sucede con el debate sobre las armas que hay que enviar a Ucrania de forma conjunta. Cuánto es mucho, en lo económico y en lo defensivo, hasta cuándo se puede mantener este nivel de ayuda. El portal especializado Meduza escribe: “Antes o después, Europa se cansará de ayudar”. Zelenski aplaude lo que se lleva, pero también recuerda que es demasiado poco y que con eso no defiende bien su soberanía.
Ya hay voces como la de Henry Kissinger, el exsecretario de Estado norteamericano, diciendo que Ucrania debería considerar ceder territorio para hacer las paces con Rusia. Lo afirmó en Davos. Lo que ha afirmado en público se mueve en privado, en los pasillos y moquetas. Las negociaciones están muertas, pero si reviven y Kiev cede, quizá... piensan los más pragmáticos. Lo que no entra en los análisis es la esperanza. Ni de un alto al fuego, ni de un diálogo serio y justo ni de retiradas.
Estos son sólo los primeros cien días de una larga guerra.