Ayuso y Canadell, el reflejo del trumpismo en España
Una ola de populismo de derechas está inspirando el pensamiento y las formas de muchos políticos.
Han pasado tres meses desde que Donald Trump fue expulsado democráticamente de la Casa Blanca para alivio de muchos. No obstante, parece que el trumpismo aún sigue bien vivo no solo en los EEUU, sino también en muchos otros rincones del mundo. Y parece ser que España no se libra de esa ola de populismo de derechas que está inspirando el pensamiento y las formas de muchos políticos y de algunos partidos.
No hay que ir muy lejos para detectar algunos ejemplos de la llegada del trumpismo a nuestro país. Joan Canadell, número dos de Laura Borràs por Junts per Catalunya en las elecciones catalanas, es un firme defensor del expresidente norteamericano, por mucho que se haya apresurado en borrar los tuits en los que expresaba esa admiración.
Canadell es el más explícito pero no el único que dentro del mundo independentista tira de estrategia trumpista: mensajes básicos, simplones, llamativos y habitualmente con poco contenido. Como si habláramos haciendo tweets, sin entrar en el fondo de nada, huyendo del debate político de verdad y lanzando eslóganes sin importar mucho su compatibilidad con la realidad. “La condenan por permitir un debate”, “lo meten en la cárcel por hacer una canción”, “me inhabilitan por colgar una pancarta” o “me juzgan por mis ideas y no por mis hechos”.
No. A nadie lo condenan por permitir un debate, sino por pasarse por el forro la advertencia de un tribunal. A nadie lo meten en prisión por una condena de ocho meses por muchas barbaridades que diga en una canción, sino por una acumulación de delitos entre los que se encuentran agresiones a periodistas y a testigos de un juicio. No, no juzgan a nadie por colgar pancartas sino por usar las instituciones de todas y todos para hacer propaganda partidista en plena campaña electoral e ignorar las advertencias de la Junta Electoral.
Tampoco se juzga a nadie por ser o no ser independentista, por ser muy de izquierdas o muy de derechas, sino por creerse por encima del bien y del mal y elegir qué leyes cumples y qué leyes violas. Como sabría cualquier estudiante de primero de Derecho, en democracia, si una ley no te gusta, trabajas para armar la mayoría necesaria para poder modificarla.
Pero no solo en el mundo independentista vemos esos elementos trumpistas que hacen flojear el debate de fondo y tirar de bajas pasiones para movilizar votos. Sin ir más lejos, estamos viendo el espectáculo diario en el que se convierte cualquier tuit o declaración de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Isabel Díaz Ayuso es una de las alumnas más aventajadas de ese populismo de derechas que crece no en base a su gestión —si por ello fuera quedaría como fuerza extraparlamentaria—, sino por su colección de brabuconadas y barbaridades que contribuyen a generar un relato simplista y alejado de la realidad pero con el que mucha gente se puede sentir representada. “Socialismo o libertad”, dice IDA. Sin más análisis, sin un argumento, sin tan siquiera agotar los 140 caracteres.
Se trata de una evidente degradación del debate político que no puede ni debe esconder una ideología de fondo que hace que Díaz Ayuso (PP) y Canadell (JxCat) no sean tan distintos. Cuando hablan de libertad, se refieren a un presunto derecho a celebrar las crecientes desigualdades apostando por aún menos impuestos para los que más tienen. Y por lo tanto menos servicios y oportunidades para aquellos que más necesitan de lo público porque no han tenido tanta suerte en la vida desde la cuna como los amigos de Ayuso y Canadell.
Esta degradación del mensaje político es altamente peligroso, pero puede ser muy útil para los trumpistas en España, que ganan adhesiones mediante el control de las emociones a la vez que consolidan sus políticas derechistas en defensa del más fuerte contra el más débil. Que hablen en catalán o en castellano es lo de menos, aunque en ocasiones parece tan importante que nos acaba distrayendo de los debates que sí pagan alquileres, llenan neveras o permiten que nuestros jóvenes puedan ir a la universidad y tener un trabajo digno y en condiciones decentes.
Ante la estrategia de la simpleza y sus efectivos resultados resulta imprescindible ir resolviendo el dilema sobre cómo se hace frente a la degradación de nuestras democracias. ¿Hay que contestar cada una de las barbaridades que digan? ¿Ignorarlos es más útil? La respuesta no es fácil, pero a diferencia de los simples y simplones, seguramente no haya otra salida que ir desmontando uno a uno cualquier tipo de argumento que facilite el hecho de que haya muchas personas —hastiadas de la política por variopintas razones— que acaben votando opciones populistas y extremistas como método de castigo al sistema. Por eso, a cada trumpismo, un argumento.