Austria busca gobierno: ¿habrá otra vez pacto con la ultraderecha?
En mayo, un escándalo de corrupción rompió la coalición que lideran los populares. Ahora la duda es si se repite la suma o el gabinete vira a la izquierda
Este 29 de septiembre, Austria tiene que definirse. Mostrar cómo es y cómo quiere ser. Hoy sus ciudadanos votan y deciden quién lleva las riendas del país y en qué muleta se apoya. En solitario no podrá hacerlo nadie. Las encuestas dan una clara victoria a la derecha del Partido Popular de Austria (ÖVP), ahora en el poder, pero la duda está en los pactos. ¿Volverá a sumar con la ultraderecha, con la que hace dos años consumó un giro radical que asustó a Europa? ¿Optará por mirar a la izquierda, olvidando a un socio que le ha dado numerosos dolores de cabeza?
En octubre de 2017, un jovencísimo Sebastian Kurz (ahora tiene 33 años) asumió el liderazgo del ÖVP, los conservadores de siempre, que cambiaron de nombre y se presentaron con un cabeza de lista renovado que, entre otras cosas, propugnaba que las alianzas clásicas vividas en el país con los socialdemócratas eran cosa del pasado. Una puerta cerrada. Kurz -fresco, carismático, diferente- se abrazó al lema de “Austria primero” y se adueñó de buena parte del ideario y del programa de la extrema derecha, cuando aún estaban muy cercanas en el tiempo las riadas de refugiados por el país, en la crisis de 2015.
Enarbolando ese sentimiento anti-inmigración, ya al alza, y bien apoyado por los grandes empresario de Austria, se hizo con el cargo de canciller federal apenas cinco meses después de asumir las riendas de su formación. Entonces, toda vez que había repetido que la fórmula con los socialistas estaba “agotada” tras una década de acuerdos, dio la mano al Partido de la Libertad (FPÖ). Los ultras. Los populistas de la derecha radical.
Aunque Europa puso el grito en el cielo al conocerse la alianza, luego al canciller no le han llegado demasiadas críticas. Sus socios sacaban la patita antieuropea en pocas ocasiones, por no hacer ruido, y Bruselas lo dejaba pasar. Alguna crítica más dura contra acuerdos de inmigración globales, compromisos internacionales que acataban con la nariz tapada y cosas así, pero nada comparable al disparate de Hungría, sancionada por violar los valores de la Unión Europea precisamente, y que tanto gusta al FPÖ.
Pero las cosas dentro no iban bien. Los 18 meses que ha durado la alianza no han sido una luna de miel. Las desavenencias han sido muchas y de peso, justamente porque la ultraderecha siempre pide más, otra vuelta de tuerca. Iban renqueando, como en el extinto pacto italiano, hasta que el pasado mayo estalló un escándalo que acabó con la coalición, porque dinamitó las confianzas y las buenas apariencias.
Un vídeo procedente de una cámara oculta, publicado por la revista alemana Der Spiegel y el periódico Süddeutsche Zeitung mostraba sin posibilidad de error alguna al líder del FPÖ, Heinz-Christian Strache, y a su colaborador más cercano, Johann Gudenus, prometiendo favores económicos a una mujer. La señora era la supuesta sobrina de un oligarca ruso, a quien prometían contratos públicos a cambio de dinero para su campaña.
El vídeo fue grabado en una chalet de Ibiza en julio de 2017 -de ahí que se bautizara el escándalo como Ibizagate- unos meses antes de las últimas elecciones en Austria. El 18 de mayo, Strache tuvo que dimitir y un día después, Kurz asumió que la coalición estaba rota y se procedió a la convocatoria de nuevas elecciones y a la disolución de las cortes. Fin del romance.
Ahora, de nuevo, habrá 183 escaños en juego, los que tiene el llamado Consejo Nacional, el parlamento. Las encuestas de opinión de la prensa local indican que Kurz se hará con la victoria sin dudas y será el encargado de formar gobierno. Se espera que se alce con una ventaja cómoda, aproximadamente el 35% de los votos, lo que supone una mejora sensible en comparación con el 31,5% de las elecciones de 2017.
Un empujón que viene dado por su rapidez a la hora de quitarse de encima el problema de su aliado y en que justo ha hecho campaña con dos ejes en los que, ahora, puede lucir músculo: el control de fronteras y la mano dura contra la inmigración irregular (contra la que ha trabajado ya desde el gabinete, tiene experiencia de gestión, cuando antes lo tachaban de imberbe), y la promesa de transparencia, frente a la corrupción de otros. Promete un mejor estado del bienestar, porque su prioridad serán “los de dentro”, garantiza que cuidará de la “identidad” nacional y añade que incrementará su persecución al “Islam político, radical”.
Mientras, según los sondeos, los socialdemócratas tendrán la segunda posición, pero bajando escaños, del 22% al 27% de los votos en cinco meses, incluso teniendo el tirón de una nueva líder, Pamela Rendi-Wagner, popular por sus intervenciones duras contra la ultraderecha y por sus promesas de bajar los impuestos y establecer un salario mínimo, del que ahora carece Austria.
Por su parte, el FPÖ, los ultras, acuden a las urnas con cambio de cartel, tras la dimisión del señor de las comisiones, y ahora manda Norbert Hofer, carismático y con tirón. Cae bien, va de línea blanda, pero sigue siendo ultra. Lograría, eso sí, un limitado 19% de los votos, nada que ver con el 26% logrado hace dos años.
También se espera el regreso de Los Verdes al Congreso, con el 11% de los sufragios, tras quedarse fuera en un batacazo histórico. Y entra en juego una nueva fuerza, NEOS, un grupo de corte liberal y centrista que se formó en octubre de 2012, que podría lograr un 9% de los votos, frente al 5,1% de 2017.
Dependiendo de los apoyos de cada cual, a Kurz se le podrían abrir varias posibilidades de pactos: una alianza con los socialistas (por mucho que haya dicho que no hasta ahora, puede cambiar de idea) o un trío con los Verdes y con NEOS, lo que inclinaría el gabinete en cualquier caso a una posición más centrada y progresista, o recurrir de nuevo a la extrema derecha, reeditar el pacto y constatar que le gustan su radicalismo, sus políticas y su cerrazón.