Así es el Erasmus rural de Zaragoza que el Gobierno va a exportar a toda España
Universitarios de todo el país podrán hacer prácticas en la España vaciada. Los que lo han probado lo recomiendan: “En el medio rural tu trabajo se valora muchísimo más”.
Luis Antonio Sáez supo que su proyecto había cogido madurez suficiente cuando se enteró de que ya se había formado alguna pareja gracias a él. “Igual que al Erasmus a veces le llaman ‘Orgasmus’, del nuestro ya podían decir lo mismo”, bromea.
Saéz es la cabeza pensante detrás de los programas Desafío y Arraigo, más conocidos como ‘Erasmus rural’, con los que estudiantes de la Universidad de Zaragoza tienen la posibilidad de hacer prácticas y vivir por una temporada en pueblos de la provincia en riesgo de despoblación.
El proyecto funciona desde hace tres años a pleno rendimiento, pero es ahora cuando ha dado su gran salto a la fama. Este jueves, 1 de julio, la vicepresidenta cuarta y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, presentó la iniciativa Campus Rural siguiendo la estela del proyecto zaragozano, y a partir del próximo curso se ofertarán prácticas universitarias en todo el territorio de la España vaciada.
Pueblos en busca de “un chute de ilusión”
Luis Antonio Sáez tiene claro cuáles son los éxitos de la iniciativa que él mismo concibió con otros colegas. Siendo director de la Cátedra sobre Despoblación y Creatividad de la Universidad de Zaragoza, Sáez conoció a personas, pueblos y proyectos que le hicieron dar con lo que para él era el quid de la cuestión.
Este profesor de Economía Aplicada “enamorado” del desarrollo rural entendió que en los pueblos no sólo faltaba “capital humano”, sino “un chute de ilusión” que podían aportar jóvenes estudiantes, al mismo tiempo que ellos adquirirían conocimientos sobre su rama y aprenderían lo que es el mundo rural.
Para ello, los alumnos no sólo trabajarían en los pueblos, sino que vivirían allí el tiempo que duraran sus prácticas. “Igual que en el Erasmus valoras la experiencia de vivir allí, y si vas a Polonia pruebas la vodka que hacen, la idea aquí era que los jóvenes estuvieran en el pueblo empapándose de esa cotidianeidad, de esa vivencia”, ilustra Sáez.
Este requisito se ha ‘exportado’ también al programa nacional impulsado por los Ministerios de Reto Demográfico y de Universidades. De este modo, los alumnos que soliciten el Campus Rural residirán en el municipio donde hagan las prácticas, que tendrá que estar en una comunidad autónoma distinta a la suya.
“En las empresas del medio rural tu trabajo se valora muchísimo más”
El programa del Ministerio está abierto a todos los estudiantes de Grado o Máster oficial de cualquier universidad pública, y se espera que sólo el próximo año beneficie a 200 alumnos. En Zaragoza, más de 180 se han enriquecido ya de esta vivencia, entre ellos Tamara Martínez, Rebeca Villacampa y Jennifer Lafuente.
Tamara Martínez, de 23 años, cogió la beca Arraigo —para estudiantes ya titulados—, e hizo sus prácticas el verano pasado en el pueblo de su familia paterna, Torrijo de la Cañada (206 habitantes). Como graduada en Historia del Arte, catalogó las 400 bodegas rupestres excavadas en la roca de Torrijo con el objetivo de “revitalizar la zona”. “Me subí ahí con mi linterna, mi móvil y mi metro láser, e hicimos un censo”, explica la joven.
Lo que más aprecia Tamara de la experiencia es que le “permitió descubrir el pueblo de un modo diferente”. “No valoraba tanto su patrimonio hasta que, literalmente, lo he tocado”, reconoce la historiadora.
Tamara no ha encontrado trabajo todavía, pero con otras mujeres del pueblo ha creado una asociación, La Devanadera, para “luchar contra la despoblación y visibilizar a la mujer del mundo rural”.
Según el acuerdo zaragozano, las prácticas sólo pueden realizarse en pueblos de menos de 3.000 habitantes, mientras que el programa Campus Rural amplía ese límite, y podrán hacerse en municipios de 5.000 habitantes como máximo. También varían la duración de las prácticas —en el caso zaragozano suelen durar en torno a un mes y medio y el Ministerio plantea que sean de entre tres y cinco meses— y la cuantía que reciben los alumnos, unos 900 euros por parte de la Universidad de Zaragoza, y 1.000 de acuerdo con el programa nacional.
Rebeca Villacampa, de 25 años, estudió Ciencia y Tecnología de los Alimentos, y en 2019 hizo sus prácticas con la beca Desafío en la empresa de Mermeladas Bubub de Bulbuente, un pueblo de 217 habitantes. “Ya había hecho otras prácticas, pero estas te hacen crecer como persona”, cuenta. “Fue inolvidable”, describe la joven.
Según el último Informe del Proyecto Desafío ‐ Arraigo, el 99% de los participantes en el Erasmus rural recomendarían a sus compañeros esta beca, y el 100% de las empresas ‘acogerían’ a otro estudiante en prácticas.
La clave para que ella estuviera “encantada”, dice Rebeca, fue la acogida que recibió tanto por parte del pueblo como de la empresa. “Al haber sólo dos o tres empleados, todos teníamos que hacer de todo”, señala.
Por las tardes, Rebeca se iba con su vecina a dar una vuelta con el perro, y los fines de semana participaba en las actividades de Bulbuente. Ahora ha conseguido trabajo en una empresa agroquímica, y está convencida de que ha sido “gracias a las prácticas”.
“Como mínimo, consigues unas prácticas y, con suerte, hasta te contratan”
A Jennifer Lafuente, de 24 años, le gustó tanto la experiencia que vivió en 2019 con el Erasmus rural, que al año siguiente repitió. Como estudiante de Marketing e Investigación de Mercados, el primer año hizo las prácticas en el Ayuntamiento de Herrera de los Navarros (506 habitantes), y el segundo, en Bodegas Tempore, en Lécera (661 habitantes).
Al terminar la segunda beca, Jennifer consiguió un contrato en Bodegas Tempore, y allí sigue trabajando “encantada”. “Cuando mis amigas me dicen que no saben qué hacer, que no encuentran nada, siempre les digo: ‘Apuntaos’. Como mínimo, consigues unas prácticas, coges tablas y, con suerte, hasta te contratan”, celebra. “Es absurdo cerrarse puertas sólo por el hecho de que el trabajo esté en el medio rural, o porque tengas que coger un coche”, zanja.
Jennifer también trabajó antes en una empresa en Zaragoza capital, y para ella no hay color. “En las empresas del medio rural, que son pequeñas, tu trabajo se valora muchísimo más, te dejan formar parte del proyecto desde el principio y tienes una responsabilidad que quizás en otros trabajos no tienes”, defiende esta zaragozana de origen soriano.
A Jennifer nunca le asustó el pueblo porque conoce bien los de sus padres, en Soria, y no descarta más adelante mudarse a Lécera si mantiene su trabajo en la bodega. “El medio rural es prácticamente mi vida, y si en el futuro sigo aquí, no me importaría mudarme”, reconoce la joven.
“Sé lo que es vivir en un sitio que no tiene tiendas”
Curiosamente, en los tres casos las chicas conocían lo que era la vida en un pueblo pequeño, y quizá por eso no se amedrentaron. “Sé lo que es vivir en un sitio que no tiene tiendas”, comenta Rebeca Villacampa, que se crió en Robres (Huesca, 541 habitantes) antes de mudarse a Zaragoza a los 13 años.
Para Lucía Camón, directora de la plataforma Pueblos en Arte, este hecho resulta clave si se quiere crear un arraigo, o una vuelta, al mundo rural. “Cuando la gente viene al pueblo y tiene experiencias, eso les conecta con el territorio”, sostiene. “Muchas veces el problema está en que los chavales ni se lo imaginan: acaban la carrera, se meten a hacer prácticas en cualquier sitio de la ciudad, y se acabó”, explica.
Pueblos en Arte es una plataforma de artistas que trabaja desde diferentes ángulos para reactivar territorios afectados por la despoblación desde 2014. Por eso en cuanto Camón escuchó del proyecto de Erasmus rural, se apuntó enseguida a la convocatoria para acoger a algún estudiante que les echara una mano en una de las actividades estrella de Pueblos en Arte: el Saltamontes festival, que se celebra todos los veranos en Torralba de Ribota (172 habitantes).
Hasta allí llegó Patricia Tovar, estudiante de Historia del Arte, que les ayudó en la producción de este festival que mezcla artes plásticas, artes escénicas, talleres con la gente del pueblo, mercado de productos locales y charlas.
“Para Patricia fue una experiencia muy bonita, y creamos un vínculo con ella”, explica Camón. “Creo que se le abrió un mundo, porque cuando estás en la carrera, todo es muy dogmático, y de repente vio una posible salida práctica en la gestión cultural”, cuenta la directora de Pueblos en Arte. “Nosotros, además, teníamos la alegría de saber que estábamos dando una oportunidad real a una persona, y que no iba a ser la típica historia de becaria precaria, porque venía con todo cubierto”, señala.
Camón creó hace siete años esta plataforma por una convicción propia, porque sabía que si se quedaba a vivir en un pueblo, “necesitaba seguir teniendo acceso a la cultura de calidad, a seguir conociendo gente”, dice. “Nosotros programamos cultura de calidad en el mundo rural porque pensamos que la gente, aunque viva lejos, también tiene derecho”, defiende.
A Camón le da rabia escuchar a veces eso de que “a los pueblos no va nadie”. “En cuanto haces cosas, la gente sí viene”, afirma. Desde que emprendieron la iniciativa de Pueblos en Arte, en la zona de Torralba de Ribota ya se han vendido diez casas, y hay más de 20 personas involucradas con el proyecto.
“La gente va donde pasan cosas”, insiste la directora de Pueblos en Arte; por eso la idea del Erasmus rural le parece “genial”. “El hecho de que los chavales hagan prácticas en los pueblos es una muy buena forma de que imaginen una vida en lo rural”, asegura Camón. “La vida y el trabajo en lo rural tiene ventajas y desventajas, pero conocerlo es la mejor manera de que se pueda llevar a cabo en el futuro”, dice.
“No se trata de retener a los jóvenes en los pueblos, sino de que conozcan”
Luis Antonio Sáez ahonda en esta cuestión. “No se trata de retener a los jóvenes en los pueblos —la idea de encapsular a la gente es absurda e imposible—; se trata de que aprendan, conozcan y tengan una serie de experiencias y oportunidades”, razona. “En algún momento, en el futuro, podrán tirar de estos recuerdos y experiencias; pero si no las han tenido, es muy difícil que surjan”, argumenta el economista.
En el Erasmus rural de Zaragoza todo está pensado para que los beneficios vayan en varias direcciones: para el alumno, para la pequeña empresa y para los pueblos, cuyos habitantes celebran la llegada de los jóvenes como un importante hito social.
A Sáez, un zaragozano que aspira a vivir a tiempo completo en Gea de Albarracín (Teruel, 370 habitantes), le cuesta entender todavía que algunos de sus alumnos prefieran quedarse haciendo prácticas en Zaragoza con tal de estar cerca de casa, aunque su trabajo consista en “llevar unas fotocopias a Hacienda”.
“En el medio rural hay trabajo de calidad”, afirma convencido este economista apasionado por lo rural. Como miembro de la Comisión de seguimiento del programa Arraigo —una de las dos ramas del Erasmus rural—, Sáez está de celebración esta semana: “Me acaban de decir que han contratado a dos alumnos más en empresas”.