Aplicar el método Marie Kondo a los objetos de mi madre muerta no salió como lo planeé
Para muchos, Marie Kondo es la gurú absoluta con la clave para una vida más feliz y libre de desorden. Pero cuando mi madre murió y tuvimos que revisar sus cosas, Marie Kondo y todo lo que representaba se convirtió en mi mayor enemigo.
Mi madre falleció el 30 de septiembre de 2016 y dejó una casa grande y llena de cosas. Durante los próximos dos años, mi padre alternaría entre un condominio en Florida y la casa en Alabama, con estadías en Birmingham (ciudad de Alabama) reduciéndose a períodos obligatorios y visitas para vacaciones y ocupaciones familiares.
Estar en la casa después de la muerte de mi madre fue difícil. Esta no fue la casa en la que crecí, pero como todas las demás casas antes, mi madre estaba presente en todas las grietas. Fue su obra maestra final, un homenaje a su talento para la composición, el detalle y la capacidad de curar este museo de nuestra familia.
Mi mamá lo soñaba como un lugar donde todos nos pudiéramos reunir bajo un mismo techo: varias generaciones llenando las recámaras que decoraba con una mezcla de viejos y nuevos tesoros, preparando los rompecabezas que reunía para divertirse en familia, sentada frente al fuego que insistía en prender, incluso durante el verano. Ella quería calidez.
Pero la casa ahora estaba fría y embrujada sin ella. Para mi papá, quien pasó la mayor parte del tiempo allí, comenzó a servir como un recordatorio constante de lo que ya no existía: el sillón de ella en la recámara principal que estaba dolorosamente vacío, el espacio negativo que era su lado del armario compartido. Habitaciones vírgenes e intactas que él evitó porque demostraron que estaba solo en esa casa.
Cuando hace dos años mi papá anunció que vendía la casa, me sorprendí. Una vez que comenzó, se movió rápido. Un día un corredor inmobiliario se detuvo para una visita. Al día siguiente, papá envió un correo electrónico a mí, a mis hermanos y a mi tía con imágenes de lámparas, marcos de camas y el extraño sofá o mesa para que pudiéramos hacer reclamos: lo que se quedaría se pondría a la venta o sería donado.
Mi padre no conocía el Método KonMari (como se llama la táctica de Marie Kondo), pero no pude evitar establecer una conexión. Se movía con tal visión limitada a través de su dolor hacia una vida reducida libre de recuerdos dolorosos, y nadie podía detenerlo ni decirle que le bajara.
Al principio no entendía por qué lo estaba haciendo, y solo vi mi propio dolor. No quería regalar nada de la casa, no estaba lista. Mi mente es olvidadiza, y no le confiaba que retuviera los 27 años con mi madre. Me quedé paralizada por el temor de que si no me aferraba con fuerza a todo lo que tocaba, su voz y su sonrisa desaparecerían con lo último de la ropa.
Una nueva ola de dolor apareció como si la estuviera viendo morir otra vez, y estaba furiosa con mi padre por apresurarme a las despedidas. Pensé que él estaba siendo imprudente y testarudo y que estaba deshaciéndose de todo lo que mi madre y las generaciones anteriores a ella habían construido. Y detrás de él vi a Marie Kondo burlándose de mí con una sonrisa serena y una bolsa de basura.
Soñé con otra vida en la que mis padres vivieran hasta la vejez. En esa realidad habría una casa —mi casa— con espacio infinito para contener la historia de mi familia. Tendría una serie de pasillos para retratos familiares, armarios para reliquias y una habitación amplia para el piano antiguo que solía tocar para mi madre los domingos domingos por la mañana.
Pero no había una casa, y probablemente no habría una por un tiempo. Solo tenía mi estudio en Filadelfia, con un clóset (medio ocupado por el calentador) y espacio suficiente debajo de la cama para mis maletas y un teclado Yamaha envuelto en una sábana vieja. Echarle un ojo a las pertenencias de mi familia hizo que las paredes de mi pequeño, pero querido apartamento, se encogieran sobre mí. Las visiones de los tazones decorativos de mi madre y los juegos de porcelana china de mis abuelas bailaran amenazantemente a mi alrededor y me sepultaron en mis sueños. Me perseguían los recuerdos.
Esto me regresó a un momento el verano pasado cuando perdí mi celular. Los mensajes de texto de mi madre estaban allí, y un pánico catastrófico me envolvió. Después de una hora de frenética búsqueda, encontré el teléfono encajado entre el sofá y el radiador. Sollozando, agarré ese estúpido teléfono contra mi pecho como si de alguna manera pudiera beber los textos a través de la piel sobre mi corazón. No pude lidiar con la posibilidad de perder los emojis que ella había escrito. Así que, ¿cómo podría dejar de lado las cosas que realmente podía tener en mis manos?
Pensé en Marie Kondo de nuevo. Con la propiedad de una vivienda como un hito inalcanzable o lejano para los milenials como yo, el minimalismo se ha convertido en la nueva religión, y Marie Kondo es la alta sacerdotisa reinante con cajas apilables.
El método KonMari había liberado a tanta gente. Entonces, ¿por qué no podría funcionar para mí también? Compré el libro de Kondo, y comencé a ver "¡A ordenar con Marie Kondo!" en Netflix. No estaba necesariamente buscando alegría, sino una forma de convencerme de que las cosas tangibles no eran el único método para pasar la historia a las generaciones futuras. Quería libertad y un antídoto para la culpa de dejar ir. Y quería dejar de estar enojada con mi papá.
Uno de mis hermanos me sugirió el episodio 4. En él, Marie trabaja con Margie, viuda con síndrome del nido vacío. Un año después de la muerte de su esposo, Margie barre su casa y se deshace de la mayor parte de la ropa y las posesiones de él. Lo carga todo en su camioneta y viaja a su tienda local de segunda mano. Después, Margie dice: "Mi cabeza está llena de 40 años de recuerdos. Entonces, tengo eso. Nadie puede llevarse eso". Sentí que yo cambiaba. Margie estaba hablando, pero bien podría haber sido mi papá.
Todavía tenía un poco de escepticismo persistente. "Bien hecho, Margie", pensé, "pero ¿cómo podría alguien acordarse de décadas de recuerdos?" Cambié a Spotify para tomarme un descanso y escuché la banda sonora de "Hamilton", algo que mi madre oyó sin parar antes de morir.
Entonces me pasó: hay formas en que el mundo vuelve a enfocar a mi mamásin importar si estoy mirando. Escuchando ahora el musical de Lin-Manuel Miranda, mi madre estaba aquí, alegremente moviendo la cabeza al ritmo de la melodía. El olor del perfume Ángel, en una tienda, me abrazó como si estuviera apoyando mi cabeza en el hombro de mamá y percibiendo el olor en el hueco de su cuello.
Hablando por teléfono, escuché que su voz se mezclaba con la mía. No tuve que sacarla de mi mente o perderla allí: había evidencia de ella en todas partes. También empecé a tener recuerdos de otros familiares perdidos y me di cuenta de que habían estado esperándome todo el tiempo.
El sistema de Marie no ha sido una solución perfecta para mí. Vivir en departamentos pequeños significa tener menos, y despedirse de tanto es difícil. Todavía siento un gancho en mi pecho al separarme de algo que mi mamá o mis abuelos poseían, y me pregunto si estoy guardando las cosas correctas o haciendo lo suficiente para continuar con sus legados.
Sin embargo, ahora miro a mi padre y veo a un hombre encontrar su camino hacia un nuevo futuro con su mano en la mía y generando alegría. Estamos caminando juntos y puedo escuchar las historias que contaremos a mis sobrinos y sobrinas en los siguientes años.
Este texto fue publicado originalmente en 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido y editado por el HuffPost México.