Ancestros de la Patagonia: memorias del fin del mundo
Me impactaron las fotografías de los selk’nam por lo macabro de sus máscaras, sus pinturas corporales y su mirada sepulcral.
Chile, mucho antes de ser un país, fue un poema. En cierta forma Chile es un país cautivo, prisionero de sus dictaduras militares, de su canto latinoamericano, de la voz viva de la Violeta, de la voz silenciada mapuche, del canto alzado de Valdivia y del canto perseguido de Neruda; por un lado, amurallado por la Cordillera de los Andes y por otro la inmensidad del Pacífico. Ambos parecieran que corren hacia el infinito con un temible guardia que silenciosamente surca los cielos vigilándolos.
Viajé a la Patagonia donde supe acerca de los selk’nam, la etnia aborigen que desde tiempos inmemoriales pobló la parte más austral de América del Sur en la lejana Tierra del Fuego. En mi paso por Punta Arenas supe sobre ellos gracias al libro de Anne Chapman Fin de un mundo, que recoge un amplio archivo fotográfico realizado por el misionero salesiano, Martín Gusinde a principios del siglo XX. Me impactaron esas fotografías, tanto por lo macabro de sus máscaras, sus pinturas corporales y su mirada sepulcral. Después sabría que esa intrigante india de la portada era Angela Loij, la última selk’nam muerta poco después del golpe.
Según la tradición, los selk’nam llegaron a Tierra del Fuego cuando la isla estaba pegada al continente. Al no saber nadar, quedaron confinados en esa tierra para siempre.
Inexorablemente el tiempo pasó y con él la crueldad venida desde Europa. Durante la fiebre del oro, migrantes alemanes y croatas llegaron, y con la ayuda de los gobiernos de Chile y Argentina, que les proporcionaron tierras para trabajarlas, lograron establecerse. No llegaron solos, con ellos la tierra se pobló de ovejas, ganado y de sangre, mucha sangre.
Esto no es nuevo. La historia es la misma que ha ocurrido a lo largo de la humanidad en tierras colonizadas, donde las etnias son paulatinamente exterminadas para que los conquistadores construyan su mundo. Pero esto no ocurrió en tiempos de Pedro de Valdivia ni de Francis Drake, sino a principios del siglo XX cuando Chile y Argentina ya eran repúblicas. Al día de hoy, ninguno de los dos gobiernos ha reconocido el genocidio.
En su tradición, los selk’nam formaban un modelo de sociedad que hoy prevalece: el patriarcal con raíces muy profundas en el matriarcal.
Cuentan que en la antigüedad las mujeres gobernaban a los hombres, formando una especie de consejo, mientras la cacería, el hogar y la crianza eran labores de los hombres. Una de ellas, Luna, consciente de que los hombres las superaban en cantidad y fuerza, se le ocurrió un método para evitar que en un futuro se rebelaran. De tal modo crearon el Hain, un ritual donde ellas se disfrazaban de espíritus para atemorizarlos.
Funcionó durante mucho tiempo hasta que Sol, esposo de Luna, descubrió el engaño. Cuando se enteraron los hombres se vengaron matando a las mujeres, dejando con vida a las niñas. Sol masacró a su esposa, pero ésta escapó quedando marcada con las quemaduras propinadas por él. Sol perseguiría a Luna por toda la eternidad sin jamás alcanzarla.
Los hombres se apropiaron del secreto del Hain, y desde ese momento dominaron a las mujeres.
El Hain se convirtió en el rito en donde los niños se volvían adultos sin pasar por la adolescencia. Cuando un niño, denominado klóketen, llegaba a cierta edad, era llevado a una gran fogata lejos de la aldea. Su misión era regresar por el camino que eligiera donde habría de sortear diferentes obstáculos. El gran fuego contenía los puntos cardinales. Según el destino que tomara era el demonio que confrontaría. Al final, el chico tenía que desenmascarar a los espíritus para descubrir que en realidad era su padre y sus tíos.
Todo comenzó y todo terminó con un botón de nácar. A comienzos del siglo XIX un barco inglés llegó a Tierra del Fuego al mando del capitán Fritz-Roy. Al desembarcar en esa tierra inhóspita, los navegantes les llamó la atención las enormes huellas que encontraron. Le llamaron Patagonia.
Fitz-Roy hizo los mejores mapas que se usaron durante todo un siglo. Fue el primero que dibujó a los indios con rostro humano. El capitán tenía ideas humanistas, su plan era llevar indios a Europa con el fin de civilizarlos. Uno de ellos aceptó a cambio de un botón de nácar: Jimmy Button. Nunca se pudo adaptar a Europa y regresó a la Patagonia con su tribu, pero no volvió a ser el mismo. Jamás recuperó su identidad. Viajó al futuro para después regresar al pasado, desprendiéndose para siempre de su presente.
A partir de ese momento comenzó el fin de los pueblos del sur: los mapas de Fitz-Roy abrieron la puerta a los colonos. Once selk’nam fueron capturados y llevados al Zoológico Humano de París, en el que eran exhibidos también mayas, incas, mapuches, cherokees, siux, pigmeos, papúes y demás indios de las Américas, África y la Polinesia.
La revolución de Salvador Allende rompió el silencio. Estalló un gran movimiento social que abarcó la mitad del país. Se oyeron voces que nunca antes habían sido escuchadas. Allende empezó a devolver a los nativos las tierras usurpadas. Pero la libertad duró poco.
El 11 de septiembre de 1973 estalló en la capital un golpe financiado por Estados Unidos; tanques y aviones bombardearon el Palacio de la Moneda culminando con la muerte de Salvador Allende. Víctor Jara fue acribillado públicamente por soldados. Pablo Neruda murió de un infarto a los pocos días y sus casas, la Chascona y La Sebastiana, fueron saqueadas. Y Violeta, Violeta fue otra historia.
Durante la dictadura de Augusto Pinochet, la Patagonia fue la gran cárcel de Chile donde mandaban al exilio a prisioneros políticos. Muchos inocentes fueron encadenados a un pedazo de vía de tren y arrojados al océano, quedando incrustados en los trozos de metal los botones de sus camisas. Pero el agua tiene memoria, guarda muchos secretos y los secretos flotan; con el paso de los años, esos botones salieron a flote.
El mar es contiene la historia de la humanidad, en donde están las voces de los indios, de los ambiciosos cazadores de oro y de los desaparecidos. Por eso se dice que el agua tiene memoria, una memoria cautiva confinada en sus infinitas aguas que seguirán guardando muchos secretos que algún día serán descubiertos. Mientras tanto, desde el cielo el cóndor seguirá al acecho mirando siempre hacia la tierra; y Violeta, Violeta Parra es la voz de la Tierra.