Al Orgullo vamos
Hoy, más que nunca, sabemos que Rivera, Arrimadas y su séquito de ultras no defienden ninguna causa más allá de la suya.
El Orgullo es de todos, sí, pero de unos más que de otros. Sobre todo es de lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersexuales. De las raras, de las excluidas y de las discriminadas. De las personas a las que nos insultan cada día en las calles, en las escuelas y en los trabajos. A las que nos agreden y acosan. Es de aquellas personas que vivimos, todavía hoy, con miedo. Y ninguna persona heterosexual, por más que crea que está sensibilizada en esta causa, milite en un partido o en otras causas, sabrá qué se siente cuando te llaman maricón y te agreden por ello o te menosprecian por bollera, por trans o por ser bisexual. No ven ni sienten las miradas con las que a veces se nos habla, desde el paternalismo hasta el odio. Incluso a veces hasta entre quienes se supone que nos apoyan. No sienten el terror de cruzarse con un grupo de hombres que, sin mediar palabra, puede que te agredan porque les da la gana.
Asistimos, este año 2019, al “Orgullo de la Memoria”. De la reparación de la historia dramática que vivieron nuestros mayores. Aquellas personas que se jugaron la vida por nuestros derechos y las que la perdieron en el camino. De las y los activistas que se rompieron la cara contra los que nos señalaron y nos trataron como enfermos, delincuentes y pecadores. De los que nos decían que ser maricones o bolleras era una desviación de la naturaleza. De los que lucharon contra todo el poder omnímodo de un Estado represor y opresor, que entraba en nuestras vidas, en nuestras casas, en nuestras camas y en nuestros sentimientos más íntimos.
Y sin embargo, a pesar de esto, 2019 es el “Orgullo de la Vergüenza”, el orgullo de Ciudadanos. Su burdo intento de monopolizar y patrimonializar políticamente para sus intereses de partido ha generado un enorme bochorno. Los responsables de comunicación, con seguridad, le habrán dicho a Albert Rivera que ha sido un éxito, que la mejor decisión que han tomado jamás en política ha sido poner una pancarta y sacar en ella a Inés Arrimadas. Le ha dado buenos y numerosos titulares, a pesar de que no ha tenido el coraje de asistir él mismo. Se han victimizado, como si los protagonistas de este Orgullo hubieran sido ellos y no quienes padecieron lo peor de nuestra historia. Son víctimas de ellos mismos, de sus contradicciones y sobre todo de su ausencia de compromiso con la causa de la igualdad, de la dignidad y de la libertad.
Este “Orgullo de la Memoria” era contra el fascismo, sí, contra la extrema derecha. La que nos quiso en las cárceles, en los campos de trabajo forzado, en las comisarías del régimen franquista con su policía política y su Brigada Político Social. Un Orgullo para reparar el daño irreparable de los tribunales de Orden Público y las leyes que reprimían la homosexualidad y la transexualidad. Para recordar que hubo una Ley de Vagos y Maleantes, esto es, lo que éramos para el régimen, pero después una Ley de Peligrosidad Social. Peligrosos sociales entonces, pero también ahora para una fuerza política con la que Albert Rivera se afana en pactar mientras saca la pancarta.
Nunca una reivindicación por los derechos tuvo mayor sentido que esta. Si hay una urgencia en el movimiento LGTB es aislar a la extrema derecha. Es decirle alto y claro a toda la sociedad que gais, lesbianas y personas trans e intersexuales no vamos a admitir que se nos devuelva al armario, a la España en blanco y negro de la clandestinidad y de la ilegalidad.
Cabalgata, desfile o marcha, dicen ‘comprometidos’ con la causa. Y ninguno acierta: una manifestación por los derechos, por la memoria, por nuestra historia. Su reivindicación sociopolítica para la causa se resume en el lema de su pancarta: “Al Orgullo, vamos”, vaciada de cualquier lógica ciudadana. Al Orgullo vienen, como si su sola presencia fuera la representación de un derecho, el suyo, su privilegio de visibilizarse por encima de la causa que cientos de miles de personas representamos y defendimos en las calles.
En Ciudadanos no entienden el grito -pacífico- de rechazo a su presencia. Porque el sujeto opresor, la heterosexualidad tóxica y la masculinidad mal entendida, nunca atiende a razones. Porque la testoresona es mala consejera. Porque el Orgullo para ellos no puede ser de todos, es de ellos. Qué más da para los liberales que nos cercenen nuestros derechos cuando se trata de pactar con la extrema derecha para alcanzar un algo de poder. Y qué importa pervertir el sentido de la palabra fascista, cuando Arrimadas arenga a los suyos contra los que pacíficamente quisieron impedir que se manifestaran. Su Orgullo es folklore, es un carnaval, una juerga que correrse. Porque ellos no ponen la cara cada día. Es la ponemos otros.
Manifestaros en el Orgullo no era vuestro derecho. No teníais derecho a hacer lo que hicisteis, ni a criminalizar ni a señalar a los que os dijeron claramente -con una inocente sentada- que no se puede pactar con la extrema derecha que nos quiere aniquilar y decir que se representa y se defiende nuestros derechos. Arrimadas y su pancarta sin causa nos insultó. Insultó a todo el movimiento LGTB, es decir, a lo mejor de esta sociedad, personas dedicadas a luchar contra todo lo que legitiman en la mesa de negociación y dan carta de naturaleza. Llamó fascistas a quienes trabajan cada día contra el fascismo, poniendo su cara, su orientación sexual y su identidad y expresión de género cada hora, de cada día, de la totalidad de sus vidas en la primera línea, dando ejemplo y siendo ejemplares. Llamó fascistas a quienes los verdaderos fascistas nos quieren en listas negras. La provocación les ha dado resultado, con toda probabilidad. Son las víctimas de ellos mismos y de su desvergüenza. Pero hoy, más que nunca, sabemos que Albert Rivera, Inés Arrimadas y su séquito de ultras no defienden ni representan ninguna causa más allá de la suya propia. Lo demás, queda en los titulares.