Al mal tiempo, buena cara: demócratas, republicanos y el discurso del estado de la Unión
Alabar a Putin en este momento está mal visto, lo que, entre otras cosas, puede disminuir la popularidad de Trump, tan profundamente asociado con él.
El pasado martes, día 1 de marzo, tuvo lugar en Estados Unidos el tradicional discurso del estado de la Unión, que el presidente dirige al congreso examinando la situación del país y presentando sus planes para mejorarla. Este discurso normalmente se hace en enero o febrero, pero, a causa del recrudecimiento de la pandemia, este año se celebró algo más tarde. Si se hubiese realizado antes, el discurso se habría centrado principalmente en asuntos de política interna. Debido a ese retraso, sin embargo, el discurso estuvo moldeado por la invasión de Ucrania por parte de Rusia, acontecimiento de enorme importancia, tanto para la política internacional como para la política interna de Estados Unidos, país en el que las fuerzas democráticas están librando su propia batalla con las fuerzas autocráticas que en la actualidad controlan el partido republicano, casi totalmente dominado por Donald Trump, quien ha demostrado con sus acciones poco aprecio por los líderes de los países democráticos y mucho por los autócratas.
De todos los autócratas, Vladimir Putin ha sido siempre el más reverenciado por Trump, que jamás lo ha criticado ni le ha llevado la contraria. Por su parte, Putin, con su interferencia en las elecciones presidenciales, ayudó a Trump a llegar al poder en 2016 y a intentar mantenerse en él en 2020. Trump y sus seguidores han seguido defendiendo a Putin, incluso después del comienzo de la invasión de Ucrania, pero, en los últimos días, la magnitud de la tragedia y la fuerte condena internacional, les han hecho sentirse incómodos, forzándolos a distanciarse del dictador ruso. En estos momentos, los republicanos del Congreso están a favor de castigar a Putin duramente. Este cambio podría tener un impacto significativo en la política interna del país. Si demócratas y republicanos se aliasen contra un enemigo común, las tensiones entre los dos bandos podrían suavizarse.
La popularidad de Joe Biden en las encuestas está muy baja, debido, entre otras cosas, a la especie de guerra civil en la que está enfrascado el país, lo que pone en contra suya a casi todos los republicanos, quienes desean hacerse con el poder a base de amañar las elecciones con las reglas que están aprobando en los estados que tienen bajo su control, las cuales les permiten tanto impedir que muchos ciudadanos voten como anular los votos de los demás ciudadanos y reemplazarlos por resoluciones emitidas por las legislaturas de esos estados. Esta especie de guerra civil también pone en contra suya a los muchos demócratas que, frustrados por esta situación, le exigen que frene los ataques a la democracia mediante la promulgación de leyes federales que hagan ilegales estas nuevas reglas, cosa que en realidad no está en su mano, ya que no cuenta con los votos necesarios en el Senado.
En ese delicado punto, cuando los demócratas se encontraban desmoralizados por su impotencia para defender la democracia americana, Putin lanzó su ataque a la democracia ucraniana, pensando quizás que era la coyuntura perfecta. Lo que no anticipó es que la invasión de Ucrania no solamente iba a despertar fuerte oposición por parte de sus habitantes y condena por parte de la comunidad internacional, sino que también iba a tener un gran impacto en la política interna de Estados Unidos, al forzar a los republicanos a declararse en contra de esta agresión y, por lo tanto, a volver al redil democrático, al menos simbólicamente.
El discurso del estado de la Unión, que Biden dio con inusual brío, fue una ardiente defensa de la democracia y los republicanos lo aplaudieron de manera consistente. Las expresiones faciales de los líderes republicanos Kevin McCarthy y Mitch McConnell mientras aplaudían reflejaban su perplejidad y preocupación por el revés político que les había deparado el destino. Por un accidente de la historia, en lugar de atacar a Biden, ahora tenían que apoyarlo para luchar contra el enemigo común, Putin. Para reforzar la cohesión entre los dos partidos, Biden resaltó aquellas propuestas de política interna que tienen aceptación entre los republicanos, mientras que pasó de puntillas sobre las que
resultan divisivas. Con esto consiguió bastantes aplausos republicanos a lo largo de todo el discurso y no solamente en las partes referentes a la guerra de Ucrania, proyectando así una sensación de unidad nacional ante las cámaras.
Nadie piensa que las tensiones entre demócratas y republicanos vayan a desaparecer de la noche a la mañana. Sin embargo, la guerra de Ucrania ha cambiado los parámetros del discurso. Alabar a Putin en este momento está mal visto, lo que, entre otras cosas, puede disminuir la popularidad de Trump, tan profundamente asociado con él. Algunos seguidores de Trump, queriendo defenderlo y atacar a Biden sea como sea, dicen que este es débil y por eso Putin invadió Ucrania ahora y no cuando Trump estaba en el poder. La explicación más plausible es que, como han señalado varios comentaristas, Putin no tuviese prisa por invadir Ucrania porque Trump le estaba haciendo el trabajo sucio, minando a este país y a la OTAN y animando a sus seguidores a adoptar posiciones permisivas en política exterior. Putin debía de pensar que Trump acabaría de destruir la OTAN durante su segundo mandato, facilitando así la anexión de Ucrania, y que la ciudadanía contemplaría estos acontecimientos con indiferencia. Al perder Trump las elecciones de 2020 y agravarse las tensiones entre demócratas y republicanos tras el asalto al Capitolio, Putin debió de considerar llegado el momento de atacar. Para su sorpresa, la OTAN no estaba muerta ni tampoco lo estaba la democracia americana, a las que su agresión despertó y llenó de energía. No hay mal que por bien no venga.