Al galope, a por una muñeca de trapo
Ocurre una vez al año desde hace ya varios siglos: más de 200 jinetes flanqueados por una curtida amazona compiten en campo abierto, sobre caballos sin montura, por un singular trofeo: una muñeca hecha de retales que garantiza a su ganador el privilegio de elegir esposa entre las miles de jóvenes de la región marroquí de Znyed, al sur de Tánger.
Parece una burda escenificación machista en pleno siglo XXI, pero nada más lejos de una realidad vertebrada en torno a las tradiciones campesinas eminentemente matriarcales del fascinante norte de Marruecos. De hecho, hoy en día ya no se elige esposa por muchas muñecas que se ganen cabalgando, pero en el siglo XII sí era así, en la época del poeta sufista Moulay Abdesselam, al que hoy en Marruecos se le venera con categoría de santo.
Hace muy poquitos años –desde 2011, para ser exactos– la familia marroquí Baraka, descendiente de ese santo y con el apoyo explícito del rey Mohamed VI, hizo visible a todo el mundo este deporte ancestral cuyo origen podría estar en las estepas de Mongolia y Kazajistán. El nombre que se le puso a esta cita anual de tres intensas jornadas sedujo también a la UNESCO para que diera su apoyo: Festival Internacional Mata Moussem (donde la palabra mata significa "montar a pelo" los caballos). El escenario elegido, las praderas de Beni Arouss, en el interior de la provincia de Larache, a unos 40 kilómetros al sur de Tánger, a sólo una hora en avión desde Madrid, más otra hora adicional por carretera.
Grupos de entre cuatro y ocho jinetes jbalas que representan a las distintas aldeas y tribus de la región se someten durante las dos primeras jornadas a una serie de eliminatorias que acaban seleccionando a los que el tercer y último día del Festival disputarán a campo abierto la posesión de la muñeca.
La final, presidida a menudo por empresarios, cónsules extranjeros y autoridades locales marroquíes, consiste en una larga carrera al galope en la que, como en el rugby, el portador de la muñeca la esconde y camufla entre los miembros de su equipo mientras el resto de jinetes persigue por las extensas praderas al que creen que lleva escondido el trofeo.
Durante los sprints vertiginosos sólo quienes cabalgan son capaces de adivinar quién lleva en cada momento la muñeca. El que la lleva es perseguido sin tregua y cuando el contrincante le da alcance y coloca su alazán a la altura del perseguido, le grita: "¡Mata!". Quiere decir: "¡Entrégamela!". Si el que lleva la muñeca no la entrega, las reglas del deporte autorizan al contrincante a derribarlo del caballo en plena carrera. Según la tradición oral, el ganador es aquel que "usando su habilidad y su audacia arrebata la muñeca a otros jinetes" y logra retornarla hasta la línea de salida.
La familia propulsora del Festival, la familia Baraka, que se declara descendiente del santo medieval Abdesselam, es la encargada de la puesta en escena de este deporte atávico, combinando la tradición local, la lectura sufista del Corán y la modernidad que exigen los turistas y visitantes. Nabil Baraka, director del Festival, pretende convertirlo en uno de los principales atractivos turísticos internacionales del norte del país, así como en un motor económico de la región. Junto a él, prestan su esfuerzo sus hermanas, Nabila y Lamia, y el pequeño de los cuatro, Adnanel. Abdelhadi Baraka, el padre de todos ellos, patriarca y terrateniente, preside todos los actos con su noble túnica ocre.
En torno a las carreras, que para evitar que a los caballos les reviente el corazón nunca pasan de 15 minutos, la familia Baraka ofrece durante esos tres días un verdadero festival de artesanía y gastronomía de la comarca. Pequeñas cooperativas de ganaderos, agricultores, artesanos, apicultores y campesinos de la zona ofertan sus mejores productos a los visitantes en las diferentes jaimas, carpas y mercados que rodean a las praderas. Lo biológico y lo hecho a mano se impone a lo industrial. Grupos de músicas y danzas tradicionales de la zona amenizan cada mes de mayo ese Moussem de cánticos, gaitas, colores y sabores.
Fotografía: Alejandro Nieto