Al ahorro energético le falta una bandera
Nadie puede olvidar que la responsabilidad social no es más que una estrategia de marketing que se ha demostrado exitosa.
¿Por qué las empresas comerciales —siempre tan ávidas de demostrar su responsabilidad social en su imagen pública, siempre en la vanguardia de la defensa de todas las causas de la justicia social— no están aprovechando el inmenso filón publicitario que supondría adherirse de forma entusiasta a las medidas de ahorro energético que se están prescribiendo en toda la Unión Europea ante la crisis que se avecina? ¿Por qué las vemos apoyar la investigación en algunas enfermedades, ondear banderas que representan a colectivos minoritarios, preocuparse por la sostenibilidad, pero ninguna ha declarado su intención de usar el aire acondicionado y la calefacción en sus locales menos todavía de lo que indican las normativas nacionales e internacionales?
De entre todos los trucos de magia dentro de los que vivimos, ninguno tan sorprendente como el que ha conseguido hacernos creer que las empresas de compresas se preocupan sinceramente por el cáncer de mama, la gran banca se interesa compasivamente por la inclusividad de todas las orientaciones sexuales y los directivos de las franquicias de comida rápida dan vueltas en la cama sin poder dormir pensando cómo reducir el calentamiento global. Nadie puede olvidar que la responsabilidad social no es más que una estrategia de marketing que se ha demostrado exitosa, especialmente entre ciertos públicos, y que está siempre al servicio del balance de resultados, único y exclusivo criterio que determina el cien por cien del funcionamiento de una empresa privada en un sistema capitalista.
Eso sí, las empresas conocen perfectamente a sus clientes. Queremos sentirnos luchadores por la libertad cuando compramos pasta de dientes y solidarios con las minorías sexuales cuando elegimos el tamaño de nuestra hamburguesa, pero no estamos ni remotamente dispuestos a pasar una migaja de calor en verano o de frío en invierno mientras lo hacemos. La experiencia de la compra ha de ser absolutamente placentera. Y mucho cuidado con reducir la presencia visual de los carteles luminosos: el tamaño importa, y el brillo nocturno de los logotipos y las marcas es uno de los reclamos corporativos más importantes de las empresas, que contribuye de modo muy notable a formar parte del imaginario colectivo, es decir, a existir comercialmente.
Así que perdamos toda esperanza. Seguiremos con la pamplina de que las grandes empresas se han convertido súbitamente en ONGs activistas y altruistas, que viven por y para la justicia social, pero no las veremos encabezar las sensatas medidas de ahorro energético propuestas por el gobierno español y otros muchos gobiernos europeos. Sólo hay una pequeña posibilidad de que lo hagan: una bandera, de los colores que sean; una bandera que coloree sus logotipos o se coloque de fondo en la publicidad; una bandera tan llamativa que destaque muy negativamente aquella marca que no la adopte. Al ahorro energético le falta una bandera con dos o tres franjas horizontales que permita convertir una medida gubernamental en un movimiento social. Alguna combinación de colores tiene que quedar todavía libre.