Desplazados dentro de los desplazados
La aparición de nuevos conflictos, junto a la no resolución de lo que ya duran décadas, provoca que por primera vez las personas desplazadas en el mundo superen los 100 millones.
Tú no. Tú no. Tú no. Tú no. Tú no. Tú no. Tú no. Tú no. Tú no. Tú sí. Algo así hizo España ante las peticiones de asilo que resolvió en 2021, aceptar una de cada diez. Pero lo más sorprendente es que supone una mejora de cerca del doble respecto al año anterior, —sí, el del inicio de la pandemia—, en el que apenas aceptó un 5%. En todo caso, sigue muy lejos de la tasa media de los países de la Unión Europea, que ronda el 35%.
En menos de 12 meses, España ha hecho avances en su política de asilo que hasta entonces el Gobierno hubiera calificado de imposibles. Medidas como posibilitar vías legales para que quien huye para salvar su vida no tenga que arriesgarla por el camino sonaba como una utopía propia de ONG y ‘buenistas’. Pero se hizo. En apenas unos días de agosto de 2021, se ofreció desplazamiento a más de 2.000 personas que huían del terror talibán.
Sin embargo, según datos del Ministerio del Interior, ese mismo año solo 410 personas pudieron pedir asilo en las embajadas y consulados y España mantuvo los obstáculos que hacen que las personas que huyen de conflictos como el de Yemen, Siria o Palestina les resulte imposible llegar a nuestro territorio sin ponerse en manos de las mafias. Unos meses antes, el Gobierno decidió la expulsión de miles de migrantes que llegaron a Ceuta, en apenas unas horas y sin darles ninguna posibilidad de que pudieran pedir asilo. Fruto de esta Europa fortaleza, los muertos siguieron amontonándose en el Mediterráneo.
Con la invasión a Ucrania —por suerte— volvieron a saltar todas las luces rojas del sistema de asilo español y europeo. En España se desplegaron en unos días nuevos recursos de acogida, se agilizaron los trámites gracias a centros de recepción, se facilitaron teléfonos donde informarse, se ofrecieron permisos de trabajo en 24 horas y se regularizó a todos los ucranianos que vivían sin papeles en España antes de la invasión rusa. Lo nunca visto.
En este sentido, en su informe sobre la situación durante 2021, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) lamentó los “criterios dispares” y “los retrasos en las citas” que se produjeron durante ese año. Ante esto, la entidad reclama “un trato igualitario” para quienes piden asilo “independientemente de su origen o procedencia”.
Europa abrió sus brazos a la población ucraniana. Se activó una directiva por primera vez desde su aprobación hace veinte años para garantizar la protección a quienes escapaban de las tropas rusas. Sin límites ni cuotas de reparto a la baja como hasta hacía bien poco. La Comisaria Europea de Interior celebraba en este tuit esta “decisión histórica”.
Unos meses antes, en noviembre de 2021, Europa había mirado para otro lado en la partida de ping-pong entre Polonia y Bielorrusia que se jugó en sus fronteras. La pelota fueron centenares de personas que malvivieron en un campamento improvisado durante semanas a temperaturas bajo cero.
En Reino Unido, el Gobierno también aprobó como medida excepcional la recepción de hasta 200.000 ucranianos, siempre que tuvieran algún lazo familiar con residentes en el país. Sin embargo, el mismo Ejecutivo ha aprobado un plan para expulsar a centenares de solicitantes de asilo a Ruanda sin que parezca importar mucho la voluntad de los, por ejemplo, afganos, iraquíes o sirios a los que se aplique este traslado. La semana pasada el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo paralizó el primer vuelvo de deportación.
“La invasión a Ucrania ha demostrado que los países europeos cuando quieren pueden organizar en un tiempo récord la solidaridad internacional. Pero también ha puesto de manifiesto la hipocresía de los países de la Unión Europea frente a personas que también huyen de violaciones de derechos humanos de otros países”, señala a El HuffPost Virginia Álvarez, investigadora sobre refugio y migración de Amnistía Internacional en España.
Así, vemos cómo se han superado límites que parecían insalvables, ayudando a millones de personas que huían del peligro de morir de un día para otro, pero ese trato excepcional ha hecho que todavía sea más injustificable la situación de los otros refugiados, los de segunda, los que huyen de conflictos que apenas salen en los telediarios, los que no tienen los ojos tan azules, a los que muy pocos quieren abrir sus casas. Al menos ya nadie puede decir que no se pueden mejorar las políticas de asilo. La respuesta a las crisis en Afganistán y Ucrania son la prueba de que se puede, cuando se quiere, claro.
Datos que dan escalofríos
Según ACNUR, a finales del 2021 el número total de personas desplazadas forzosamente de sus hogares superaba los 89 millones de personas. Ahora, solo medio año después, principalmente debido al conflicto en Ucrania, la cifra ascendía a los 100 millones. Si todas las personas desplazadas en el mundo formaran un país sería el decimocuarto más poblado, por delante de Egipto, Vietnam o Alemania.
En la última década el número de personas obligadas a huir se ha duplicado. Las organizaciones señalan tanto la aparición de nuevos conflictos como la cronificación de los anteriores, así como las consecuencias del cambio climático.
Ya son más de 7 millones de personas las que habrían huido del conflicto en Ucrania. Esto supone el mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial.
Al menos 2.048 personas fallecieron en el Mediterráneo tratando de llegar a Europa, mientras que 1.109 personas perdieron la vida en su viaje a las Islas Canarias, lo que marca un macabro récord en esta ruta, que se mantiene como una de las más peligrosas del mundo.
Solo un país europeo, Alemania, se encuentra entre los diez principales países de acogida del mundo con 1,2 millones de personas refugiadas en su territorio.