Afganistán, Irán, mujeres, gays, transexualidad: lo que nos dice el cine
En ciertos aspectos, el patriarcado puede modernizarse, hacer concesiones, mirar para otro lado... pero el control y el sometimiento de las mujeres son su base y fundamento, la última y esencial trinchera que defenderá hasta la muerte (propiamente).
Este film lo ilustra: Nothingwood (Sonia Kronlund), documental presentando en La Quinzaine des réalisateurs de Cannes.
Como en España no lo proyectan, no me queda más remedio que contar siquiera someramente de qué trata.
Sigue las andanzas de Salim Shaheen, un afgano, actor-realizador-productor (sí, sí todo eso) que según dice él mismo, ha rodado ya 110 films.
Su modus operandi: se desplaza por todo el país con un equipo de -aunque parezca mentira- media docena escasa de personas. A veces ¡filma dos películas a la vez! Claro que -con ligeras variantes epidérmico-folclóricas- prácticamente se trata siempre de la misma película. Para Shaheen, rodar consiste en elegir un lugar, vestirse de lo que sea (pero vestuario básico), enfrentarse a "los malos" e intercambiar puñetazos, peleas, tiros... Las explosiones, los helicópteros y demás aparataje los capturan de films americanos y los montan entremezclados con sus propios planos.
Luego, en Kabul, en un jardín o en un decorado de "coco y huevo", con floripondios y surtidores de plástico, Salim, ya trajeado y repeinado, canta. También suelen añadir escenas de baile. Cuentan para ello con una joven que acude siempre acompañada por su padre (quien controla que la muchacha baile sin moverse demasiado, a fin de "no parecer una bailarina porque una bailarina es una prostituta"). Su pareja de baile es un actor miembro del equipo habitual y que es muy afeminado. No solo tiene pluma: va por los mercados comprando ropa de mujer (y probándosela en público). Lo miran con asombro y perplejidad pero no lo apedrean, no.
Este actor ocasionalmente también desempeña papeles de mujer sin cortarse un pelo: se pone tetas, se pinta labios, ojos, uñas... Y mientras, disfruta lo suyo.
En el tráiler se le ve haciendo de soldado amariconado (soldado enemigo, claro, "los nuestros" son machotes). Lo miran y aconsejan media docena de soldados reales que también actúan como figurantes.
Este señor tiene, por supuesto, mujer y cuatro hijos. A la mujer, al principio "lo de su marido" le sentaba mal pero como ahora es famoso.
Ahora bien:
- Cuando el equipo aparece en un pueblo un gentío los rodea, aplaude y vitorea (son extraordinariamente famosos en Afganistán). Un gentío compuesto exclusivamente por hombres.
- Además de rodar, llevan un proyector y allá donde vayan organizan sesiones de cine. Éxito total: salas repletas. Repletas de hombres. Ni una sola mujer.
- En las aldeas, a veces se ven niños jugando por la calle, pero ni una sola niña.
- No faltan las bromas machistas que ríen con entusiasmo. Como esta, por ejemplo: "Mi mujer no baila en la tele pero todas las noches yo le hago bailar en casa".
- Cuando vuelven a Kabul, Salim invita a la directora del documental a su sweet home. Le presenta a sus ocho hijos varones. No accede a presentarle a sus seis hijas, a pesar de que la directora desearía conocerlas. No digo ya filmarlas, solo conocerlas. Niet.
- Salim cuenta que tiene dos mujeres. Su familia lo casó con la primera, aunque él no quería pues ella era mayor (él 20 y ella 25). En cuanto pudo permitírselo económicamente, se casó con una jovencita. Pero, tanto con una como con otra, tiene hijos sin parar: 14 en total. A la directora también le gustaría conocerlas, pero Salim se niega (igual que con las hijas).
O sea y por resumir: seguro que la sociedad afgana no es tolerante con los homosexuales hombres pero está dispuesta a aceptar (al menos de manera codificada) que alguno lo sea. Es más: puede serlo y gozar de una gran popularidad.
Sin embargo, sigue sin manifestar ni un atisbo de humanidad hacia las mujeres. Nada. Las niñas y las mujeres viven encerradas. Para ellas no hay cine, ni balón, ni cuerda de saltar, ni música, ni ropa masculina (ya sea por parodia o por comodidad). Nada. Para ellas burka.
Conclusión: ser hombre homosexual en Afganistán no debe resultar un camino de rosas, no, pero ser mujer sigue siendo un infierno.
Y ya que estoy, vuelvo a comentar brevemente Une femme iranienne (Aynehaye Rooberoo), film iraní de Negar Azarbayjani, 2013. Su tema es la transexualidad en Irán.
En Irán es legal el cambio de sexo, con o sin operación. En este último caso, el estado ayuda económicamente para realizarla.
Por supuesto que tal opción conlleva problemáticas sociales y/o familiares. De hecho, el film narra los obstáculos que encuentra una joven que quiere devenir hombre. Su padre se opone duramente.
Pero a mí lo que me extraña es que las mujeres masivamente no sigan esa opción. Menuda diferencia: siendo hombre, vas y vienes, te metes donde te da la gana y haces lo que te parece. Siendo mujer: nada. Solo trabajar, vivir enclaustra y sometida a las órdenes de tu padre o de tu señor marido si ya lo tienes.
En definitiva: Irán, otro país donde lo peor que te puede pasar es ser mujer.
Se comprueba que el patriarcado acepta transacciones y apaños varios pero lo que no está dispuesto a aceptar es la libertad, la autonomía y la igualdad de las mujeres.
En las sociedades en las que gozamos de cierta igualdad (nunca en la misma medida que los hombres y nunca en las mismas condiciones) es porque llevamos siglos peleando con denuedo.
De modo que no se debe difuminar la atroz represión patriarcal contra las mujeres so pretexto de que los homosexuales varones también están reprimidos. Me suena igual que "Los ricos también lloran". Pues sí, claro, los ricos pueden sufrir enfermedades, dolores, penas múltiples. Es más, hay ricos sensibles y de izquierdas que rechazan las injusticias del mundo. Los ricos también lloran, por supuesto, pero el capitalismo es el capitalismo. Y el patriarcado es el patriarcado.