Adolescentes y pandemia
Es necesario que atendamos a los adolescentes, que estemos pendientes de ellos y ellas, que dejemos de oír para empezar a escuchar, que empaticemos.
La palabra adolescencia proviene del latín: adolescens (joven) y adolescere (crecer) y se asocia con el verbo adolecer en sus diferentes acepciones: causar dolencia o tener / padecer algún defecto. Se refiere tanto a los trastornos físicos que supone la madurez de los distintos órganos corporales como a los cambios psicológicos marcados por las vivencias correspondientes a esta etapa, relacionados con la evolución y desarrollo de la propia personalidad.
La adolescencia es, en conclusión, ese periodo en el que formamos nuestra identidad, en el que buscamos nuestro lugar en el mundo, en el que forjamos nuestra pertenencia al grupo social. Y eso duele. Buscamos en todo momento ser aceptados por nuestros iguales y para ello admitimos afinidades, códigos, y metas generacionales.
Es cierto que la socialización comienza en el momento del nacimiento. Desde entonces empezamos a interactuar con los demás, a establecer vínculos. En la primera infancia, la vinculación se establece con la familia y es, en base a ella, desde donde erigimos los posteriores contactos sociales. Todo eso cambia a partir de la adolescencia. La relación con la familia, en especial con los padres, evoluciona, se distorsiona y son los amigos los que cobran un mayor protagonismo y empiezan a actuar como referentes en nuestra toma de decisiones.
¿Qué ocurrió durante el pasado confinamiento? Que el contacto social se detuvo. En realidad, nuestra necesidad de socialización es tan fuerte que hemos construido diferentes redes sociales para poder desarrollarla incluso desde la distancia física, pero para este grupo generacional, el que más las usa, ha sido insuficiente y, en algunos casos, contraproducente
Lo más importante del proceso de comunicación es lo que concierne al ámbito no verbal. Cierto es que la tecnología nos permite ver y oír a otras personas a través de estas redes, pero nos seguimos perdiendo un alto porcentaje de mensajes no verbales que se transmiten a través del contacto y la interacción física y que dan sentido real a la comunicación que se establece con el otro. Esta carencia social ha afectado a toda la población, pero quienes más la han sufrido son los que se encuentran precisamente en ese proceso de construcción interior.
Durante estos últimos meses ha aumentado el número de adolescentes afectados con crisis de ansiedad, depresión, baja autoestima, desgana generalizada… Desde nuestra posición de adultos tendemos a pensar que “son cosas de la edad, que ya se les pasará” y lo juzgamos como un estereotipo asociado a su momento evolutivo. Nos inclinamos a compararlo con nuestro proceso de cambio sin darnos cuenta de que la coyuntura social que rodea a los adolescentes es diferente en cada generación. Y no me negarán que la actual es algo atípica.
Es necesario que atendamos a este grupo, que estemos pendientes de ellos y ellas, que dejemos de oír para empezar a escuchar, que empaticemos. Son importantes, muy importantes, y nos necesitan. No solo deberíamos mirarles a los ojos, sino que sería conveniente que nos detuviéramos a contemplar el mundo desde su perspectiva para poder detectar y entender sus necesidades y, de esa manera, poner en práctica diferentes soluciones efectivas que logren mitigar sus dolencias. En algunos casos, más de los que imaginamos, van a necesitar ayuda profesional para superar el obstáculo que el virus ha anclado en su desarrollo psicológico.
Sería bueno que dejáramos de pensar que un malestar de tipo mental en un momento determinado de nuestra vida es algo peyorativo que nos va a marcar socialmente, del mismo modo que sería del todo favorable que tratáramos con normalidad a personas que están sufriendo cualquier tipo de trastorno de carácter psicológico. Una respuesta empática por parte de la sociedad contribuye a la mejora de cualquier patología.