A mis 36 años sigo sintiéndome impura cuando tengo la regla
Crecer en una cultura hindú nepalí tan estricta me moldeó de por vida.
Crecí en una familia tradicional Newar hindú de Nepal y desde niña me educaron en el chhaupadi ―el tabú de la menstruación en Nepal― y me enseñaron que tener la regla era algo sucio e impuro. Nadie me contó cómo sería la vida cuando me viniera la regla, pero había visto a mi madre, a mis tías y a mis primas mayores cuando les venía a ellas. No tocaban nada en la cocina. Ni siquiera podían sentarse a la misma mesa que nosotros para comer. Veía cómo mujeres de mi familia tenían que tomarse la cena fuera del comedor, sentadas en el suelo o en las escaleras. Cuando servían la comida, sus platos permanecían lejos de los nuestros, y si querían repetir, alguien les tenía que servir la comida casi dejándola caer en el plato para que el cucharón no tocara el plato ni a la mujer.
Había oído historias de que en el pasado (y todavía sucede en algunos pueblos nepalíes), las mujeres tenían que dormir en el establo con las vacas porque no tenían permitido entrar en casa. El chhaupadi hindú establece que desobedecer las normas podía atraer la muerte y la desgracia a los familiares. Me alegraba de no tener vacas, pero odiaba haber nacido chica porque si hubiera sido chico no habría tenido este problema.
Tuve suerte de que no me viniera la regla hasta los 13 años, después de que mis amigas me contaran sus terribles experiencias. La primera vez que me vino, me sentí avergonzada. Me acerqué a mi madre y le dije: “Ha pasado”. Me enseñó a usar compresas y me dijo que tenía que cambiármelas frecuentemente por higiene.
Me sentí intocable porque no podía sentarme con mi familia para cenar ni en la cama de mis padres. Mi madre me dijo que si estaba impura y tocaba algo que no debía, a los varones de la familia les podía suceder algo malo. Aunque todos los miembros de mi familia tienen una excelente formación, son modernos y han viajado mucho, siguen teniendo unas costumbres muy anticuadas.
Mi primera regla inauguró la experiencia de pasar miedo cada mes. Me preguntaba qué habíamos hecho las mujeres para merecer este castigo de un dios que, según me habían enseñado, amaba y aceptaba a todo el mundo. Me decían que no podía ni tocar a ningún varón de la familia. No podía ir al templo y tomar el prasad, un maravilloso postre que recibimos como regalo de Dios.
Cuando era una niña de 13 años tenía muchas inseguridades con mi cuerpo, y el infierno mensual de cuatro días no ayudaba. Aún recuerdo cuando tuve la regla en la boda uno de mis primos y no pude acercarme a una determinada distancia del lugar donde se iba a celebrar el rito religioso. La noche de la boda, todo el mundo sabía que yo estaba con la regla y todos los que decían algo al respecto me decían que lo sentían por mí. Ni siquiera me planteé ocultar la regla porque estaba convencida de que les pasaría algo malo a los varones de la familia por mi culpa.
Por lo que yo sé, la experiencia de mis amigas era muy parecida. Todas éramos de familias Newar bien educadas pero muy anticuadas y, cuando a una le venía la regla, no podía tocar nada. Na chune es otro término que se usa para la regla en Nepal, y significa, literalmente, no tocar. Recuerdo que una amiga cercana me dijo que tener la regla le parecía un castigo de Dios.
El mensaje que recibíamos de que tener la regla es algo impuro se juntaba con mis problemas ya normalizados de imagen personal. Ahora desearía haber aceptado la regla como una parte natural de ser mujer. Desearía haberla aceptado como una señal de que en el futuro podría tener hijos. Sin embargo, de adolescente, la regla era algo infernal. La odiaba. No me gustaba y deseaba no volver a tenerla.
Y entonces, un año después de mi primera regla, mi deseo se hizo realidad. Cuando tenía 15 o 16 años, solo me venía una o dos veces al año y pensaba que era una bendición. Sabía que mi madre había tenido problemas de salud reproductiva, pero muchas familias nepalíes no hablan de sus problemas de salud con sus hijos pequeños. Me alegraba no tener la regla, aunque en ocasiones pensaba que tenía que descubrir a qué se debía esa irregularidad. No lo hice.
Me mudé a Italia cuando tenía 17 años y a Estados Unidos cuando tenía 19. Entre los 17 y los 31 años, la regla me vino menos de una vez al año. Cuando le decía a mi médica lo que me pasaba y ella me recomendaba que me hiciera pruebas, yo rechazaba su propuesta. Algunos médicos pensaban que tenía el síndrome del ovario poliquístico , pero en estas visitas rutinarias me daba igual lo que tuviera, estaba pura porque ya no menstruaba.
Finalmente, con 31 años, después de varias visitas al médico y varias pruebas, me dijeron que padezco un adenoma pituitario, que es un ligero crecimiento de la glándula pituitaria que afecta a la producción de progesterona y estrógenos de mi organismo. Era un tumor benigno y por fin comprendí por qué no me venía la regla.
Necesitaba terapia de reemplazo hormonal, pero me aterrorizaba volver a tener la regla. El único motivo por el que acepté someterme al tratamiento fue porque el médico me explicó todos los problemas graves de salud a los que me exponía si seguía ignorando el problema como hasta ahora. Incluso entonces, tras conocer los riesgos, esperé otro año antes de empezar la terapia hormonal. Así de aterrorizada y estresada estaba por volver a tener la regla una vez al mes.
Ahora, con 36 años, más de dos décadas después de mi primera regla y con muchos años vividos lejos de Nepal, sigo sintiéndome avergonzada cuando me viene la regla. Sigo incómoda cuando compro tampones y suelo hacerlo cuando hay menos gente o cuando solo hay mujeres alrededor. Incluso dejo de tomarme las hormonas un mes o así antes de viajar a Nepal de vacaciones para no tener que sufrir el tabú de la regla.
Muchos pensaréis que después de estar rodeada de tantas mujeres fuertes que sirven de referencia en Estados Unidos y de leer sobre cómo aceptar la regla como parte del hecho de ser mujer, ahora no me tendría que avergonzar, pero no es así. Aunque me avergüenzo menos que nunca, no estoy segura de que alguna vez llegue a sentirme del todo cómoda con la idea de tener la regla. Quizás parezca una mujer moderna y progresista cuando estoy en Estados Unidos, e incluso puedo reírme y quejarme de la regla con mis amigas, pero me sigue costando convencerme a mí misma de que tener la regla no es una vergüenza.
Crecer en una cultura hindú nepalí tan estricta me moldeó de por vida. Espero que algún día deje de fustigarme con la idea de que tener la regla hace que las mujeres sean sucias. Espero que algún día no me sienta impura cuando esté con la regla. Espero que algún día logre aceptar la regla como una parte normal de mi biología en vez de como algo sucio.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.