Mujeres y niños, víctimas de los conflictos armados
Para lograr la paz es esencial implicar también a las mujeres de esos países como agentes del proceso.
Cada 8 de marzo, en el día Internacional de la Mujer, conmemoramos a todas aquellas mujeres que, con su quehacer diario contribuyen a hacer esta vida mejor, mucho más igualitaria. Una realidad que es aplicable a las denominadas sociedades avanzadas, pero que está muy lejos de darse en la mayor parte del mundo.
En la actualidad hay 34 guerras abiertas y cerca de 80 millones de refugiados, en su mayoría mujeres y niños. No podemos ponernos de perfil ante la utilización de mujeres y niños como instrumentos de guerra. Son ellos los que mayoritariamente sufren la violencia sexual, asociada a los conflictos armados desde siempre. A veces perpetrada como un acto final de humillación al contrario vencido y otras como una estrategia de terror para destruir a las comunidades y crear mayor caos en medio de un conflicto, crímenes deplorables, que son perpetrados por grupos terroristas como Boko Haram y Daesh, por milicias e incluso por los miembros de las fuerzas armadas de algunos Estados.
El genocidio de Ruanda y la guerra en la antigua Yugoslavia marcaron un punto de inflexión en la concepción de estos delitos sexuales, hasta ese momento se habían considerado prácticamente un daño colateral. La sentencia Akayesu de la Corte Penal Internacional para Ruanda estableció que la violación, en ese contexto, había constituido un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad, un acto de tortura e incluso un elemento del genocidio. La jurisprudencia del Tribunal Penal para la antigua Yugoslavia también fue fundamental para avanzar en la configuración de una prohibición clara de la violencia sexual en el Derecho internacional.
En el año 2000, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó su Resolución 1325, que inauguró la Agenda “Mujeres, Paz y Seguridad”, con dos objetivos principales: fomentar la participación de las mujeres en los procesos de paz y acabar con la violencia sexual, uno de los efectos más perniciosos de muchos conflictos armados. En 2021, el Tribunal Penal Internacional ha confirmado, en apelación, su primera condena por violencia sexual y ha ordenado la concesión de reparaciones sin precedentes a las víctimas.
Aunque en los últimos veinte años hemos presenciado una mejora considerable en la creación de marcos jurídicos y normativos para condenar la violencia sexual asociada a conflictos, lo cierto es que la persecución de tales delitos resulta rara vez eficaz; se requiere mucho más para garantizar a las mujeres protección, seguridad y acceso a la justicia por medio de tribunales nacionales e internacionales. Queda mucho trabajo por hacer.
Desde nuestro mundo privilegiado, nuestra burbuja de confort, debemos ser conscientes de que en tres cuartas partes del mundo la violencia sexual sigue siendo una táctica de guerra que se perpetra a través de violaciones, esclavitud sexual, matrimonios forzados, prostitución forzada, embarazos y esterilizaciones forzados. Y estas inequidades no resueltas ni siquiera requieren de las guerras en territorios asolados como Malí, Afganistán, Yemen o Somalia.
Si de algo podemos estar absolutamente seguros, es de que la paz está indisolublemente unida a la igualdad entre las mujeres y los hombres. La violencia sexual es una expresión criminal de la desigualdad, por lo que trabajar hacia la igualdad es una buena manera de contribuir a erradicar la violencia. Una igualdad que es una máxima plenamente asumida por nuestras Fuerzas Armadas, y un valor encarnado por nuestros militares (hombres y mujeres) en los distintos lugares del mundo donde están desplegados velando siempre por garantizar la paz, la libertad y la seguridad.
Conviene recordar que para lograr la paz es esencial implicar también a las mujeres de esos países como agentes del proceso de Paz. Se ha comprobado que en estos lugares tan convulsos si no hay mujeres que decidan convertirse en agentes de paz, no existirá una paz duradera. Y es precisamente en esa gran labor donde se encuentran nuestras militares desplegadas, aportando un efecto moral importantísimo en la población femenina local, a la que su imagen de liderazgo y profesionalidad transmite esperanza en el futuro.
Todos hemos podido constatar como en el caso de Afganistán, donde nuestras tropas estuvieron desplegadas casi 20 años, algunas mujeres siguen saliendo a la calle a reivindicar sus derechos frente al régimen talibán y eso nos llena de esperanza en que los cambios experimentados en estas últimas décadas no han caído totalmente en saco roto. La presencia militar en ese país facilitó a varias generaciones de mujeres y niños la posibilidad de vivir en un mundo mejor, rodeados de derechos y libertades, donde se podía acceder a estudiar en igualdad de condiciones, algo que ahora es impensable.
Y Afganistán es solo uno de los muchos ejemplos que podemos poner. El papel de la mujer como agente de paz y seguridad en el mundo, es un objetivo y prioridad para Naciones Unidas, como subraya la Resolución 1325 de Naciones Unidas y sigue siendo un reto con el que nuestro país está profundamente comprometido.
Un día como el de hoy, invito a reflexionar, pensar en positivo, y seguir trabajando para que, de una vez por todas, se erradique la violencia sexual como táctica de guerra. Nos lo debemos como sociedad.