55 días en la guerra de Putin
Tres días se han convertido de momento en 55 y varios sonados ridículos. Y una tremenda soledad internacional.
Hoy hace cincuenta y cinco días que empezó la invasión de Ucrania que dio paso a un inhumano genocidio, impensable a estas alturas de la historia. Los satélites espías en el cielo, y las fosas, en la tierra, aportan pruebas incontestables por mucho que algunos ‘eruditos’, presos del síndrome de Estocolmo o embriagados de antemano por un minuto de gloria de fogonazos y ‘cebollas’, pretendan introducir en la sinrazón algunas supuestas gotitas argumentales que sirvan de cortina de humo.
Las envían, reenvían y ‘rulan’ tanto comunistas como Lenin, Marx y Stalin mandan… como la extrema derecha que ha salido del franquismo zombi gracias a un sofisticado maquillaje de engaño, que las usan como trampantojo de brocha gorda. Tanto los burdos apaños de desinformación en las redes ‘sociales’ como los sesudos análisis de algunos expertos que mezclan datos de agua y aceite tienen el inconfundible sello de ‘made in Kremlin’ del que llevan años advirtiendo los servicios de inteligencia occidentales.
Hay una constante que va apareciendo a modo de ‘disculpa’ del putinazo: que, en realidad, es Occidente el culpable por herir los sentimientos rusos. Ya se sabe que no hay nada mejor para encubrir una estrategia fracasada que una atractiva teoría de la conspiración. El franquismo tenía hasta en los momentos de la moribundia el delirio paranoico de la ‘conjura judeo-marxista internacional’. En el catálogo de moda temporada de primavera 2022 figura que la OTAN rompió unilateralmente el statu quo al planificar un ‘cerco’ a la exURSS, lo que surfea la realidad del proceso.
Lo explicaba en El País muy bien, o sea, muy claramente, Andrei Kozirev, exministro ruso de Asuntos Exteriores con Boris Yeltsin: “La llamada expansión de la OTAN es un término equivocado. No era ninguna expansión. Se trataba de una serie de democracias nuevas, liberadas de la dominación soviética, como República Checa, Polonia, Hungría, e incluso Rumanía, que llamaron a la puerta de la OTAN para convertirse en miembros de la Alianza”.
En cuanto a Putin es igual de rotundo: “Putin también pensó que el tiempo corría en su contra y que estaba perdiendo su poder de agarre con el suministro de petróleo y gas, porque Europa antes de esta agresión ya estaba trabajando en potenciar fuentes de energía alternativas”.
Este argumentario de culpabilizar a Europa por los traumas rusos no es nuevo. El dirigente comunista español desencantado Manuel Azcárate ya hablaba de ello en sus memorias Derrotas y esperanzas: “Hay un resurgir curioso de los mitos y prejuicios del paneslavismo: odio a los judíos, sospecha ante todo contacto con Occidente’. Volodimir Zelenkski es judío. Ucrania ha cometido el ‘pecado’ de acercarse a Occidente. Sigue Azcárate: “Lo que a Stalin le preocupaba era imponer en Varsovia, y en general en los países del Este europeo ocupado por sus tropas, gobiernos a su servicio”. Tradición zarista. Lo mismo ha intentado Putin: imponer un gobierno títere en Ucrania… después de tragarse Crimea por las bravas.
Batallones especializados en sembrar trolas, uniformados o con vaqueros, es parte activa en el campo cíber de estas operaciones encubiertas que esparcen fakes y hechos ‘alternativos’, pero que dejan huella gracias a su insistencia. Una nueva ‘quinta columna’ ad hoc que trata de sembrar la confusión y dividir a las democracias. Partidos de extrema derecha que no ocultan su admiración y su apoyo al ex espía del KGB han ido creciendo en la UE. Ya gobiernan en Hungría, mascarón de proa, en Polonia; Marine Le Pen está empatada con el europeísta Macron en la primera vuelta de las presidenciales francesas; VOX se está llevando al huerto a la parte conservadora del PP desde que algunos entendieron aquella orden de Aznar de gobernar sin complejos como que podían ser franquistas sin ruborizarse.
Entonces fue, en realidad, cuando se paró la Transición. Mientras la derecha iba vestida de domingo a las beatificaciones de ‘mártires de la cruzada’ a la plaza de San Pedro, acusaba a los familiares que buscaban a sus padres o abuelos asesinados y desaparecidos por cuadrillas falangistas, sobre todo, de hurgar en la herida… que aún supura pus. Ellos, los devotos del general superlativo, se cargaron la reconciliación de la que ahora tanto cacarean y se convierten en la gallina turuleta, que ha puesto un huevo, ha puesto dos y ha puesto tres. Pero en la práctica la reconciliación efectiva, con las pesetas oyendo el discurso, publicado previamente en el BOE, la había empezado Adolfo Suárez con subvenciones y con indemnizaciones y reparaciones a las víctimas. Ahora esa parte se ha borrado cínicamente por la parte indecente de la derecha: a militares republicanos les fueron reconocidos sus derechos; presos republicanos en campos de concentración o sus familiares recibieron compensaciones en función de los años pasados en penales.
La familia Negrín fue indemnizada por el robo de sus propiedades en Las Palmas, con una cuantía muy inferior a la real, sí, pero fue un símbolo. Aquello permitió, de paso, que la familia Negrín fuera cediendo a una Fundación el enorme archivo del expresidente socialista del Gobierno de la II República, que hoy es una fuente documental de enorme importancia para los historiadores.
La verdad es que, retomando el hilo, esta ‘guerra de Putin’ es una guerra de odio. La estrategia de tierra quemada, destruir las ciudades hasta convertirlas en un solar, dejar el suelo sembrado de cadáveres, cañonear y bombardear instalaciones civiles, hospitales, colegios, teatros, edificios públicos, cocinas, cultivos… no responde solamente a un objetivo militar o geoestratégico. Hay una voluntad genocida: hacer desaparecer a una entera sociedad a la que se le niega el derecho a su propia existencia vital. Putin, mirándose al espejo, los acusa, a todos, de nazis, a la vez que prohíbe que se equipare el nazismo al bolchevismo.
Otro inciso: los militares más crueles del bando fascista español tenían muchos puntos en común con los argumentos de ‘desnazificación’ forzosa en Ucrania empleados por Putin y su camarilla. Con base en sus discursos, desde Mola, Franco, Queipo de Llano, de civiles como el poeta Pemán, redicho apologista de la muerte en aquellos tiempos, etcétera, y en hechos abrumadoramente documentados, desde el principio de la rebelión hubo una intención clara y manifiesta de ‘desrojizar’ España. De liquidar a judíos, masones y comunistas, siervos de los inexistentes ‘sabios de Sión’, todos bolcheviques considerados in extenso; de aterrorizar, meter el miedo en el cuerpo social ‘indiferente’, de eliminar toda posibilidad de que surgieran núcleos ‘rojos’ en el futuro. Una limpieza ‘étnica’ ideológica en toda regla. Todo el que huía tenía un motivo; todo el que tenía un motivo para huir era un enemigo; y como enemigo era un objetivo a abatir como fuere.
En el XXIX Seminario Internacional de Defensa organizado por la Asociación
Europea de Periodistas (APE) en junio de 2017 en Toledo, se dijeron cosas interesantes que conviene rescatar para comprobar que, en efecto, nada aparece en la geopolítica por generación espontánea. El coronel José Pardo de Santayana, analista principal del Instituto Español de Estudios Estratégicos señalaba que “… de momento vivimos en un escenario dominado por tres potencias: Estados Unidos, China y Rusia. (Pero) Rusia solo está de paso, pues el tiempo que tiene para ejercer el papel de gran potencia está contado: la economía rusa está en bancarrota y no podrá sostener por mucho tiempo su papel de potencia militar, porque su economía no se lo va a permitir. Así pues avanzaremos hacia un modelo multipolar dominado por dos potencias, EEUU y China, donde cada vez entrará en escena un mayor número de potencias”. La UE ya tenía claro, desde mucho antes, significativamente desde la Secretaría General de Javier Solana, que quería dejar de ser escenario para ser un actor protagonista en el ‘concierto’ mundial.
La ‘guerra de Putin’ hay que encajarla en este contexto. El recurso ruso a la fuerza bruta, a la destrucción total, a la falta de cualquier sentimiento, al bloqueo de las negociaciones, cobra sentido, suponiendo que algo tenga sentido en esta guerra, precisamente en la incapacidad militar rusa y en una economía quebrada que solo se sustenta en el gas y el petróleo… de momento.
Lo cierto es que el Kremlin ha ganado tiempo, sí, pero le ha mostrado a la comunidad internacional un fracaso tal en las operaciones que rompe como el parabrisas de un coche la imagen que se le supone a una superpotencia.
Tres días se han convertido de momento en 55 y varios sonados ridículos. Y una tremenda soledad internacional. Y eso no se olvida, porque la red que sirve para la mentira también sirve de purgatorio eterno para que no se disfrace ni se destruya la verdad.
A ver cuándo despiertan los rusos.