10 cosas que experimentarás durante el posparto
En el chat de mis amigas todas, en mayor o en menor medida, habían experimentado lo mismo.
Llegó septiembre. Faltaba solo un mes para que saliera de cuentas. En ese momento comenzaron los miedos, el vértigo y la inseguridad ante un parto inminente para el que no me sentía preparada. Por aquel entonces parir era lo único que me preocupaba… Entonces no se me ocurrió pensar que lo peor vendría después, en el puerperio.
Cuando me tocó vivirlo me sentí tan sobrepasada que comencé a comentar mis dolencias y quebraderos de cabeza en el chat de amigas, creyendo que era la única que había pasado por algo así. Me equivoqué. Todas, en mayor o en menor medida, habían experimentado lo mismo, solo que no es algo que se suela expresar. Es como si al quejarnos por compartir el dolor y, muchas veces, la tristeza e incomprensión que puede generar el postparto, nos convirtiéramos en peores madres, ya que lo que la sociedad dicta y espera de nosotras es que seamos plenamente felices cuando acabamos de dar a luz.
Por eso, tras varios meses de charlas y de vivencias, he recopilado en 10 puntos los aspectos más duros y comunes con el fin de mostrar que no estamos solas en este difícil proceso.
Algo tan básico y natural como ir al baño se convierte en tu peor pesadilla durante los primeros días. Los intestinos tienen que volver a su posición inicial y todo deriva en un estreñimiento repentino y agudo que complica bastante la expulsión a causa de los puntos. Pero ahí no acaba la cosa, para las que han dado a luz por vía vaginal, orinar también se convierte en toda una odisea debido al escozor tan intenso que se padece.
Nadie nos advierte del agotamiento extremo después de sufrir las contracciones o de la dura recuperación después de una cesárea. Las clases pematernales te suelen preparar para un parto, llamémosle, estándar, pero lo cierto es que no hay dos partos iguales, y, por eso, la recuperación difiere mucho de unos a otros. Dolores de espalda, de heridas en cicatrización y de vientre a causa de los entuertos serán muy comunes en esta etapa. Por otra parte, prepara un buen lote de compresas, la sangre que se expulsa en las semanas posteriores al alumbramiento será lo más parecido a tener una regla interminable y abundante.
La lactancia es una de las fases más duras de todo el proceso. Los pezones se agrietan y sangran, a ratos parece que en lugar de estar alimentando a un bebé, estuvieras dándole el pecho cada veinte minutos a una piraña que se aferra al pezón con sus dientes afilados. Además, el dolor se incrementa para las que sufren la temida mastitis. Por si fuera poco, los entuertos son más agudos cuando se está amamantando.
Cuando por fin remite el dolor generado por la lactancia, muchas descubrimos que en nuestra muñeca aparece un ligero resentimiento que, conforme pasa el tiempo, se va convirtiendo en una punzada insoportable. Y es que la mala postura de nuestras manos cuando cogemos al bebé puede derivar en una tendinitis bastante dolorosa y duradera que, por otra parte, resulta muy común.
El sentimiento de culpa durante esta fase aflora más que nunca, quizás porque nos olvidamos de que nosotras también necesitamos cuidados y que se puede (y se debe) delegar en eso de la crianza. En ocasiones, escuchar el llanto de tu bebé cuando se despierta de una siesta te aterroriza, ya sea porque te da pánico amamantar, porque cogerlo en brazos acrecienta el dolor de tus cicatrices o simplemente porque deseas descansar. En esos momentos es cuando te preguntas qué clase de madre es la que no puede disfrutar de su hijo o de su hija.
Existe una sensación bastante generalizada cuando pares: la soledad. Aunque una no tenga motivos para ello, una madre llega a sentirse muy sola. Creer que todo el que te rodea lo podría hacer mejor que tú o no compartir tus miedos por temor a que te cuestionen provoca que te sientas muy incomprendida.
El instinto de leona que nace cuando te conviertes en madre hace que veas como tu enemigo a todo aquel que se “entromete” en tu sistema de crianza. No aceptas consejos ni tampoco los comentarios que hacen brotar tus inseguridades (sí, sí, esas cuya existencia niegas para no parecer una incompetente, pero que en realidad sabes que están).
Las hormonas tienen mucho que ver en los tres puntos anteriores. Puedes llorar desconsoladamente sin motivo aparente y que a los pocos minutos te invada una sensación de felicidad máxima. Puedes creer que no vas a ser capaz de criar a tu bebé y, de repente, sentir que no hay nadie mejor que tú para hacerlo.
Alimentar a tu bebé a demanda implica, entre otras cosas, que te pases las noches en vela. Además, si la madre ha optado exclusivamente por la alimentación con leche materna, durante el día también será difícil que descanse, ya que el apego será tan fuerte que el bebé necesitará que esté cerca las 24 horas del día.
Justo cuando tu estado físico y emocional se estabiliza, cuando por fin puedes ofrecerle a tu bebé lo mejor de ti, debes volver al trabajo. Es bien sabido que los permisos paternales se quedan cortos. Incorporarse al trabajo cuando tu hijo o hija cuenta con pocos meses es como dejar a medias un proceso vital. El bebé sigue necesitando a sus progenitores, por lo que no hay peor sensación para ellos que sentir que lo abandonan.
Entiendo que este artículo pueda acabar con las ganas de quien se esté planteando formar una familia, pero lo cierto es que, a pesar de la dureza de los primeros meses, no hay nada como la sonrisa de tu bebé para que todos esos males se acaben olvidando.