El Faraón toma el pelo a Obama
Una foto de Kerry con Al Sisi, ambos sonrientes, estrechos amigos, legitima el régimen de las pirámides. Cabe no obstante preguntarse si el secretario de Estado no estará gafado en su relación con Oriente Próximo. Ya es mala suerte que esa entrevista y foto coincida con el día en que la justicia egipcia sentencie que el periodismo es delito y condene a tres periodistas de Al Jazira.
John Kerry, secretario de Estado yanqui, ha realizado a lo largo de un año infinidad de viajes a Oriente Próximo con el propósito -absurdo- de lograr un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. Absurdo, porque no se trata de una negociación entre dos Estados soberanos, sino entre un Estado, Israel, que desde hace décadas ocupa por la fuerza los territorios de un pueblo sin Estado y los representantes de ese pueblo, el palestino. La desigualdad es patente y basta recordar el hecho capital: hay un ocupante y un ocupado. Obama -como algún otro predecesor bienintencionado- se empeñó en pasar a la historia durante su segundo mandato y fijó un plazo de un año (finalizado el pasado 30 de abril) para conseguir el tan cacareado acuerdo de paz. Ridículo, porque el Gobierno de Netanyahu no desea la paz, salvo que ésta implique la sumisión de los palestinos.
Y ahora Obama y Kerry se dedican a nuevos menesteres, entre otros, intentar evitar que Iraq (¿de qué sirvió la invasión tripartita de Bush, Blair y Aznar?) sea desbordado por el Ejército Islámico de Iraq y el Levante. Así las cosas, Kerry vuelve a la zona para hablar con moros y cristianos (más bien con los primeros) con la intención de impedir que una losa de ridículo aplaste a Washington. Conversaciones con el primer ministro iraquí, Maliki y el presidente kurdo, Barzani, pero sobre todo con el faraón Al Sisi, el nuevo jefe de Estado egipcio, general golpista que derrocó hace un año al -no por islamista menos legitimado democráticamente en las urnas- presidente Morsi.
Hace unos días Kerry se planta en El Cairo, se reúne con el faraón y, sin condición previa alguna, le garantiza que EEUU le hará entrega de los casi 600 millones de dólares congelados a raíz de derribar a Morsi. Egipto y Jordania son los dos únicos Estados árabes que firmaron en su día un tratado de paz con Israel, aliado estratégico, y conviene cuidar a los pioneros pro-paz y estabilidad para que mantengan su relación no hostil, aunque no exenta de tensiones, con el vecino judío. Obama criticó sin demasiado fervor la cada vez peor situación de los derechos humanos en el país del Nilo tras la desaparición de Morsi, pero... lo que verdaderamente importa es amarrar el papel favorable de Cairo a los intereses de Occidente y a la seguridad de Israel. De los intereses y derechos humanos de los palestinos, como es habitual, ya nos ocuparemos más adelante... quizás el próximo presidente yanqui le coja el gusto, parecen pensar en Washington.
Una foto de Kerry con Al Sisi, ambos sonrientes, estrechos amigos, legitima el régimen de las pirámides. Cabe no obstante preguntarse si el secretario de Estado no estará gafado en su relación con Oriente Próximo. Ya es mala suerte que esa entrevista y foto coincida con el día en que la justicia egipcia (meridianamente teledirigida por Al Sisi) sentencie que el periodismo es delito y condene a tres periodistas de Al Jazira (cadena non grata en el país), un australiano, un egipcio-canadiense y un egipcio, a siete años de cárcel por informar profesionalmente de manifestaciones de los Hermanos Musulmanes. En el Egipto de hoy es la política, no la justicia quien juzga y condena. Esta actuación busca atemorizar a los periodistas en general a la hora de informar sobre lo que sucede en el país. La sentencia contra los citados y otra de cinco años contra un reportero local por informar de los ataques contra cristianos en Minya, en el centro del país, acusándole de tergiversar la noticia y exacerbar las tensiones sectarias, coincide con la difusión urbi et orbi de la famosa foto.
Todo ello ocurre en una sociedad dividida que no ha despejado aún el fantasma de la guerra civil pues no hay que ignorar que el faraón tiene partidarios en un sector de la sociedad civil, que le aclaman por haberles librado del fundamentalismo islámico. Sin embargo, el canon occidental difícilmente puede admitir que se condene a prisión a periodistas por ejercer su profesión o que se ratifiquen las penas de muerte a 183 personas, acusadas sin pruebas concluyentes de atacar una comisaría. O que -según datos del propio Ministerio del Interior- haya al menos 16.000 presos políticos desde que en julio de 2013 Morsi fue derribado, algunos de los cuales han desaparecido y muchos torturados. O que exista (evidencia publicada hace una semana) una prisión militar secreta donde la tortura es rutinaria.
Todo ello lleva a preguntarse cómo es posible que un Gobierno supuestamente serio y progresista en determinados temas cometa el error de enviar a un importante político a hacer el ridículo y ser humillado por el faraón el mismo día en que cuatro dignos profesionales son sometidos a una gran farsa. Ese mismo faraón, al pie de su pirámide, al día siguiente de despedir al político vejado y ante la petición de clemencia de Obama (el que le va a dar 600 millones de dólares...¿se los va a dar?) dice que "no puede interferir en una decisión judicial". Cinismo, desvergüenza, recochineo por parte de quien inspira, controla y señala el camino de la justicia egipcia.
¿Cabe la posibilidad de que la tan bien recibida primavera -transmutada hoy en duro invierno- árabe y cuyo actor más importante y significativo es Egipto, pueda reencauzar la esperanzadora dirección iniciada con tanto entusiasmo no hace mucho tiempo? Depende de quien comenzó el proceso: la propia sociedad civil. Hace tan sólo cuarenta y ocho horas, Alaa al-Aswany, el más conocido novelista egipcio contemporáneo, dijo que no volvería a escribir su columna habitual en Al Masry al Youm, la más prestigiosa publicación privada, porque "ya no se permite la crítica y la diferencia de opinión". ¿Cundirá el ejemplo?